Cuento1
Del lat. compŭtus ‘cuenta1’.
- m. Narración breve de ficción.
- m. Relato, generalmente indiscreto, de un suceso.
- m. Relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención.
- m. coloq. Embuste, engaño. Tener mucho cuento. Vivir del cuento.
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A mi madre,
la mujer que me hizo creer y amar los cuentos.
Todo un universo dentro de una escasa definición.
Recuerdo mi niñez llena de historias, las que me contaba mi madre antes de dormir, que me hicieron soñar a lo grande, las que, quizás, me trajeron hasta aquí.
Cuentos, a veces, salvajes, como Barba Azul que nos atravesó a las dos en el pasado y me encontró de nuevo hace apenas mes y medio.
Busqué la versión de Ferrándiz de 1961 tan manoseada y dibujada en mi infancia y descubrí un final tremendo:
“Realizó un buen casamiento. Encontró un marido atento que la ayudó a hacer el bien. Y recordando el tormento que sufrió como escarmiento, y ya nunca más fue una esposa desobediente y curiosa”.
Regresé a Barba Azul con la distancia necesaria para encontrar un planteamiento llamativo: contaba Perrault que era rechazado por el color de su barba. No porque fuera sanguinario, no porque desaparecieran sus mujeres.
Barba Azul, ahora lo sé, se convirtió en un cuento síntoma.
Amélie Nothomb, cuya biografía parece un relato más (infancia en el lejano oriente, aderezado con raíces belgas), digiere el clásico para tejer un universo propio: sin prejuicios.
Humana y literaria, lúcida y ácida, alimenta un particular juego de puertas; las abiertas y aquellas que se teme y se desea abrir con la misma intensidad, las que anticipan monstruos en la oscuridad, inteligentemente guardados sin llave, cuestión de confianza.
La premisa; París, presente indefinido. Saturnine Puissant, joven belga, se presenta a una entrevista para un coninquilinato lleno de ventajas. Encuentra a Elimiro Nibal y Mílcar, grande de España, hasta las entrañas, inspirado en el Gran Duque de Alba (Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel), con cierto encanto, literariamente hablando.
De todas las mujeres aspirantes, Don Elimiro se decanta por la joven, a quien parece no impresionar la reputación que arrastra de desaparición de ocho mujeres y que agita la curiosidad de las candidatas; la misma que alimenta la trama desde tiempos de Perrault 1697, como moscas a la miel, no así a la candidata belga.
La única prohibición: entrar al cuarto oscuro donde se revelan secretos y fotografías cuya entrada tendrá consecuencias.
A partir de aquí: la curiosidad -femenina- versus el derecho al secreto.
La curiosidad, históricamente denostada, ha sido sin embargo la causa de avances, de nuevas miradas, incluso de cierta inteligencia intuitiva.
¿Acaso tiene género?
En este caso, la ácida mirada de Nothomb la conjuga en esta intimista investigación de la joven belga sin perder un gramo de surrealismo hambriento. Hambriento, sí, como la curiosidad que bate hasta hacer tortilla, mientras trama una fábula tan apetitosa como sugerente, sin avergonzarse ni disculparse con todos los ingredientes de Elimiro, culto seductor, maniático, de obsesiones teológicas arraigadas, tráfico de indulgencias y todo agitado con mucho, mucho huevo.
A la mesa, Saturnine, comparte asiento con Tánatos, que planea como un invitado más, observador del duelo dialéctico de digestiones lentas, donde se disponen: alimentos como herramientas de cambio; “la cocina es un arte y un poder”, la atracción masoquista femenina hacia el seductor protagonista “el miedo forma parte del placer” y el amor.
Un amor como proceso de transformación, no idealizado, descarnado, el que Elimiro construye tejiendo ausencias, quizás decepciones, las que coloreó sin sustituir las consecuencias de sus duelos, amando sus secuelas.
El de Saturnine que parte de su rechazo (“¿Tan pronto? ¿Y por tan poco?”), se alimenta a la sombra del lujo que rodea a Elimiro, que cual alquimista, convierte la seducción en civilización; de alimentos en la cocina, de tejidos en la confección para una mujer que se ve obligado a inventar en su búsqueda de “la frontera entre la amada y uno mismo”.
“Pensar un vestido para un cuerpo y un alma, cortarlo, juntarlo, es el acto de amor por excelencia”. “Cada mujer exige una ropa distinta. Se requiere una atención suprema para sentirlo: hay que escuchar, mirar. Sobre todo no imponer los propios gustos. Para Émeline, fue un vestido de color de día. Ese detalle del cuento Piel de asno la tenía obsesionada. Faltaba decidir de qué día se trataba: un día parisino, un día chino ¿y de qué estación? Dispongo aquí del catálogo universal de los colores, taxonomía establecida en 1867 por la metafísica Amélie Casus Belli: un compendio indispensable. Para Proserpine, fue una chistera de encaje de Calais. Me dejé las cejas confiriéndole a tan frágil material la rigidez adecuada, pero también la capacidad de escamoteo que exige este tipo de sombrero. Me atrevo a decir que lo conseguí. Séverine, una sévrienne algo severa, tenía la delicadeza del cristal de Sèvres: creé para ella una capa catalpa cuyo tejido tenía el sutil azul de la caída de las flores de ese árbol en primavera. Incardine era una chica de fuego: esa criatura nervaliana merecía una chaqueta llama, auténtica pirotecnia de organdí. Cuando se la ponía, me incendiaba. Térébenthine había escrito una tesis sobre el hevea. Pinché un neumático para recuperar la dúctil sustancia y poder realizar un cinturón-corpiño que le confería un porte admirable. Mélusine tenía los ojos y la silueta de una serpiente: completé su figura con un vestido tubo sin mangas, de cuello alto, que le llegaba a los tobillos. Estuve a punto de aprender a tocar la flauta para encantarla cuando se vestía así. Albumine, por motivos que no creo que deba explicar, fue la razón que me llevó a concebir una blusa cáscara de huevo de cuello merengue, en poliestireno expandido: una auténtica gorguera. Soy partidario del regreso de la gorguera española, no hay nada más apropiado. En cuanto a Digitaline, de venenosa belleza, inventé para ella un guante medidor. Unos largos guantes de tafetán púrpura que ascendían hasta más allá del codo y que gradué para ilustrar el adagio latino de Paracelso “Dosis sola facit venenum”: sólo la dosis hace al veneno.”
“El amor es una cuestión de fe, ésta es una cuestión de riesgo”
“Ponemos a prueba lo que amamos. Elimiro.
Uno protege los que ama. Saturnine”.
Y en ese rincón entre las dos miradas del amor, dispares, incluso lejanas, ambos se encuentran en un rincón habitado por el color dorado, el mismo que agita las contradicciones de la belga en cada copa de champagne, suerte que invade al resto de sentidos en su enamoramiento bizantino, pura sinestesia.
“¿Qué es el color? El color no es el símbolo del placer, es el último placer. Es tan auténtico que en japonés “color” puede ser sinónimo de “amor”.
Saturnine cae en su propia trampa, desarmada, descubre ese amor con color propio y líquido, el que inventa para ella, amarillo número 87, el del forro de acetato de la falda que acaricia su piel, regándola de oro como las veladas que alimentan su curiosidad donde los matices del tejido “componen el amarillo asintótico; el color metafísico por excelencia”.
Después de negociar consigo misma su enamoramiento, justifica al que desea no sea un asesino, apenas un tipo excéntrico que acaso ¿guarde un secreto atroz sin ser culpable?
Ser o no culpable.
Ser o no víctima.
Saturnine no es víctima ni culpable.
Elimiro le reconoce que “también se puede amar el mal” y se descubre ante ella, la invita a entrar al cuarto oscuro que revela el último aliento de aquellas que le precedieron, se preguntaron “amor mío ¿cómo puedes no acudir a salvarme?”.
Allí donde sus fantasmas se convirtieron en un muestrario de retratos incompleto, de vestidos y colores, al otro lado de la doble óptica de la Hasselblad que multiplica las miradas de Saturnine, donde ella elige no formar parte del mosaico inacabado de las desaparecidas, muertas por su curiosidad y retratadas para siempre en su falta, en la que se encuentra consigo después de descubrirse poliédrica en las fotografías tomadas por Elimiro:
“¡Qué agradable era no ya ser otra, sino ser cincuenta otras distintas!”
Final (sin filtro).
Ser y no ser una y todas, piensa Saturnine, lo anhela con la misma intensidad con la que Elimiro necesita su retrato que complete su colección. Quizás aquello que les unió, fuera lo que los separe.
Dos personajes que avanzan a través de sus anhelos, de sus sombras y también de sus pérdidas.
Y como en el cuento original, Barba Azul tiene que morir. Que nadie acuda al rescate de Saturnine completa la transformación; ella, símbolo de Saturno, planeta de plomo, se salva de quizás también de sí misma hasta convertirse en oro, en el brillo eterno en el instante en el que su némesis expira. Pura alquimia.
Como el poso de una y varias lecturas, donde la metáfora se alimenta a capas en este juego de puertas abiertas y a medio cerrar, que es la in-existencia.
Gracias por este regalo, lleno de colores, matices y miradas.
Estupendo desarrollo alquímico de personajes, y sobre todo, tu puntualización esencial de lo que esta en juego, en este cuento tan vivo, que dependiendo del momento y la lectura se abren nuevas vías.
Has salido sacar la esencia » él la sabe mirar » y es por eso que puede darle ese objeto tan valioso » esa falda cuyo forro » le toca y se abre en un antes y un después.
me ha encantado, gracias por tu blog
Felicidades
Gracias, gracias, gracias por tantos años de cuentos, porque no tengo ninguna duda que gracias a ellos soy quien soy hoy, por los guisos de mi infancia que hacías a fuego lento mientras yo garabateaba palabras y sueños. Porque así «aprendimos a mirar», a leer, a ser. Me encanta saber que mis textos te llegan, te tocan. Un beso enorme.
Mi primer comentario en este maravilloso blog! Espero que sea el primero de muchos mas….
Ante todo queria darte las gracias…primero darte las gracias por este delicioso blog, de arriba a abajo…despues darte las gracias por este pormenorizado post en el que analizas de manera brillante la novela Barba azul….y por ùltimo darte las gracias por tu recomendaciòn de este libro….he disfrutado de èl, lo he vivido, lo he sentido y lo he hecho un poquito mìo, acompañàndome durante dìas en los que necesitaba sumergirme en una historia tan adictiva y con unos diàlogos tan deliciosos que encierran temas tan profundos….
Gracias, gracias y gracias por esta trama tan bien tramada y «entramada».
Enhorabuena!!
Gracias a ti, leer comentarios así de textos propios es comparable a ver a alguien rebañar un plato preparado durante horas 🙂
Pd. Yo también espero que sea el primero de muchos 😉
Le tue parole riescono sempre a sorprendermi. Non sempre riesco a capire tutto, ahimè, ma credo di cogliere il senso di ciò che scrivi ed esprimi attraverso il tuo blog e questo per me è una vittoria . Ti ringrazio ancora una volta, amica cara, per questo bellissimo racconto e complimenti per la meravigliosa scelta musicale.
Acabo de terminar el libro, que he disfrutado enormemente, y he venido corriendo a releer lo que escribiste sobre él y poder entenderlo mejor, ahora que conozco la historia.
Gracias por invitarme a conocer esta maravilla de versión, tan inteligente, estimulante y sensual, de ese cuento de la infancia que recuerdo como siniestro.
Ojalá haya más recomendaciones.
Muchas gracias a ti por dejarte seducir por una historia llena de colores, los que cada una tenga en su mirada, los de la propia obra. Me alegra mucho que la hayas disfrutado tanto. Un beso grande.
He de reconocer que las primeras hojas del libro ya imprimen en mi un odio personal al «comprador de mujeres» que busca por medio de retribuciones, compensaciones y prebendas, la compañía y fundamento de un matrimonio con la típica chica joven, bella e inocente en contraposición a su experimentado, arrugado, viejo y cascarrabias postor. Un anuncio en prensa y múltiples curiosas que pretenden dejarse morder por su Drácula.
Recuerda al general de los cuentos clásicos donde la «Bestia» pretende a lo largo de la narración demostrar lo que supuestamente «nadie ve de primeras» y que él es en esencia debajo y detrás de tanto escenario y bambalina.
La narración está repleta de pecado en contraposición a la figura del «buen español», grande de sangre y ultracatólico aficionado a la bula y el pago contra las deudas divinas.
El ritual de la gula se repite hoja tras hoja y el despilfarro se hace plausible en un cuerpo que el protagonista ve caduco pero aún así cuida como su bien mas preciado.
El lujo en el detalle; los diálogos ágiles aunque repletos de filosofía, teología, religión e historia; dan una velocidad a la narración y una fácil digestión y el disfrute llega incluso a tocar el erotismo siguiendo conversaciones tan fluidas. Sumando a eso la continua ingesta de alcohol que siempre ayuda a la entrada del subconsciente.
La descripción de las texturas de alimentos, colores y telas también deja lugar a la imaginación y como lector uno se ve presente en ciertas escenas que podrían terminar de forma candente. Conversaciones abandonadas, huidas o retiros a las alcobas propias, siembran el resto. Quien sabe como acabarían esas conversaciones. El sexo en anteriores concubinatos estaba presente; en este, en cambio, todo depende del lector.
Otro giro importante con lo tradicional es la vuelta de la trama clásica. Aquí el misterioso dandi sibarita y encerrado en su palacio de cristal quiere ser claro y desvelar sus secretos (no oculta salvo el interior de su «cuarto propio») y la mujer; en origen curiosa (8 veces quedó demostrado antes) ahora no quiere saber para salvar a aquel del que se está enamorando.
El papel de Dios, tomador y dador de vida, es eje en esta trama y así se demuestra hasta el final donde el ejecutor ve modificado su papel.
El portazo del Dios tradicional cristiano para con su creación en el séptimo día aquí prosigue en el número 8 y el hueco vacío de la foto deja espacio para un álbum completo de una mujer viva, que decide y que rompe con lo que iba a ser foto estática almacenada.
Al final esta historia no te deja frío aunque algunos terminen helados. «La curiosidad mató al gato» (y también despertarla en otros que no la quisieran tener) que quizás ya estuviera muerto sin saberlo en esa caja negra, como diría Schrödinger.
Gracias por el libro. Ha sido un genial regalo y descubrimiento que pienso releer de nuevo. Hay diálogos y frases sublimes que, en su brevedad, poco tienen que envidiar a otros diálogos de grandes clásicos.
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