85. Versión extendida. (Bajo el puente).

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Extender.

Del lat. extendĕre.

 

  1. tr. Hacer que algo, aumentando su superficie, ocupe más lugar o espacio que el que antes ocupaba. U. t. c. prnl.
  2. tr. Esparcir, desparramar lo que está amontonado, junto o espeso. Extender la hierba segada para que se seque. Extender la pintura con la brocha.
  3. tr. Desenvolver, desplegar o desenrollar algo que estaba doblado, arrollado o encogido. U. t. c. prnl.
  4. tr. Dar mayor amplitud y comprensión que la que tenía a un derecho, una jurisdicción, una autoridad, un conocimiento, etc. U. t. c. prnl.
  5. prnl. Dicho de un monte, de una llanura, de un campo, de un pueblo, etc.: Ocupar cierta porción de terreno.
  6. prnl. Ocupar cierta cantidad de tiempo, durar.
  7. prnl. Hacer por escrito o de palabra la narración o explicación de algo, dilatada y copiosamente.

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

De breve a brevísimo quedó este relato que nació con el recuerdo bajo el puente. Porque me apetece recuperar la versión extendida para desenvolver, desplegar, durar o esparcir más en el pensamiento. Como se extiende la hierba sesgada para que se seque, ahora que nos acercamos a época de cosecha. Feliz septiembre.

 

Que su cuerpo hubiera aparecido debajo de aquel puente no fue ninguna casualidad. Allí por el pasaron bandoleros y demás paisaje de dudosa reputación. Ella no fue una mujer como las demás. O eso decían. Tampoco acostumbró a creerlo, era lo mejor que podía hacer para sobrevivir, nunca creer de más. Su piel se fue curtiendo con los años como sus emociones. Pero aquello tampoco era nada nuevo, sólo que muchos lo disfrazaban. Ella no. Durante los días siguientes, se llenaron páginas de miserias en los diarios. Mientras, el Olvido fue llenándose de niebla. Porque el Olvido también, come, pensó Ymelda Meyer. Ella que, fuera diferente o no, resolvió pequeños hurtos, pero nunca encontró un crimen como aquel. Nadie había acuchillado antes a la Esperanza, aquella puta vestida de verde, decía la canción. Y es que después de ella, llegaron el asesinato de la Ilusión, y el secuestro del Tiempo. Lo que Meyer no sabía, es que la Memoria también pendía de un hilo, y así, llena de silencios, se hizo cargo de aquel caso que se suponía imposible, pero ella era heredera de un legado improbable. Después de seguir las pistas, de hacerlo sola, como todo lo importante en la vida, llegó a través de varios anónimos, aquellos que parecían cebos más que un mapa, a aquel túnel lleno de sombras donde la humedad fue devorando y pudriendo cada posibilidad de escapar. En realidad, no pensaba hacerlo, no porque no tuviera miedo, claro que lo tenía, pero no quería que éste dictara sus pasos. Y menos aún para acabar en un mundo sin Ilusión, Tiempo y Esperanza. Importaban. Quizás porque tuviera a su tía postrada en la cama fría de un hospital que olía a lejía y anticipaba la muerte. Y a la muerte la pensaba en minúsculas, no quería que ganara la partida antes de tiempo. Ya bastantes letras y palabras de más se quedaban en las cunetas. Bastantes historias se perdían sólo por el Miedo, los silencios. Ella no quería ser cómplice, seguía nombrando a las cosas por su nombre, cayera quien cayera. Pero entonces, en aquel túnel en medio del bosque, escuchó un grito de auxilio. Era el Tiempo pidiendo socorro. Meyer se llevó la mano a su arma sabiéndose ridícula por no saber a qué, a quién se enfrentaba. Pero allí no había nadie. Sin embargo, no dejó de escuchar los gritos. Atravesó aquel lugar para llegar al bosque, a unos metros del puente. Creyó estar delirando. No le extrañaba que aparecieran alucinaciones después de aquel rastro que siguió a oscuras. No pudo olvidar el rostro roto de la Esperanza. Tampoco las sombras que envolvieron a la Ilusión marchita. Demasiado perdieron sin ellas, pero al Tiempo lo necesitaba, porque sabía que, sin él, el mundo se iría a la mierda. No sólo su tía, no sólo los afectos de su infancia. Y allí, en medio de ninguna parte, debajo del puente, lo encontró atado del cuello, con la misma desolación de una casa en ruinas, llena de abandono. Allí, al otro extremo de la cuerda, colgaba apaleada la Memoria, muda y derrotada. Meyer se sobresaltó. No pensaba encontrar a dos rehenes tan necesarios. Ya casi no creía en lo imprescindible hasta que los vio allí a punto de extinguirse, a la espera de unos minutos, de su decisión. Miró el reloj y supo que las amenazas del criminal estaban a punto de llegar a término. Si salvar al Tiempo o a la Memoria. No podía pensar. No se imaginaba un mundo sin ninguno de los dos. Aquella cuerda que unía sus cuerpos que quedarían suspendidos sobre un bloque de hielo al terminarse la cuenta atrás. Entonces hizo lo único que no la atormentaría por el resto de sus días. No eligió. Pero tampoco iba a verlos morir. Desató al Tiempo, convirtiéndose ella en rehén para que así, pegando un tiro a su cuerda, la Memoria quedara libre. Aquel mecanismo perverso tendría su víctima. La soga en su cuello. Aquel que años atrás quisieron romperle. El mismo que sintió vibrar con el calor de los susurros. Allí donde las ausencias siempre se le volvieron más grandes, casi infinitas. Entonces, La Nada salió de las sombras. Sí, siempre fue ella. Aquella enemiga envidiosa de todo lo que agitaba la Vida. La Nada, hermana del Olvido, con quien jugó en su infancia caprichosa a romper lo que otros quisieron construir. Nunca nadie puso límites. Así llegaron hasta allí, donde, después de haberse quedado sin Esperanza ni Ilusión, Meyer no podía permitir que también les arrebataran al Tiempo y la Memoria. Quería creer, por primera vez en muchos años, que podría volver a nacer una nueva Ilusión. Que jugaría con el Deseo cuando se hicieran mayores. Aquello, más que un acto de fe, era el recuerdo de su último anhelo y entonces lo supo. Su sacrificio no sería más que el castigo que nadie le puso a La Nada. Y con una sonrisa burlona, sintió que la Ilusión no había muerto del todo. En realidad, sólo necesitaba que alguien creyera en ella para volver a levantarse, y así fue cómo aquel crimen perfecto se rompió con la soga al cuello de la inspectora Ymelda Meyer que cayó al vacío, rompiendo a La Nada con un golpe de viento que la destrozó en mil pedazos.

No tardaron en encontrar a la inspectora Meyer bajo el puente. Ningún maleante se atrevió a acercarse. Los restos de crimen perfecto a su alrededor. Aquel que ni el Miedo quiso recomponer. Que el Olvido dejó a su suerte. Allí, junto al cuerpo de Ymelda, la Esperanza, la Ilusión, el Tiempo y la Memoria velándola como a una Blancanieves infinita que quizás, hubiera aprendido a creer, aunque fuera en imposibles.

 

BSO. Blue in green. Miles Davis.

 

 

 

3 comentarios en “85. Versión extendida. (Bajo el puente).

  1. Muy bonito relato, con una esencia de Blues que te acompaña todo el texto como una banda sonora. La personificación de el Tiempo, la Memoria, la Ilusión, la Nada, el Olvido y la Esperanza es todo un acierto, ya que son a la vez crímenes mundanos y crímenes contra los ideales que representan. Y que decir de ese final que por anunciado sigue dejándote un nudo en las entrañas con el sacrificio de la inspectora para salvar al Tiempo y la Memoria y que no recibe el reconocimiento que se merecería.

    Ignacio.

    • Las mejores acciones no se hacen por reconocimiento. Por eso valen más. Gracias Ignacio, esta idea y la del texto Encajadas vienen de un relato que dejé en suspenso hace años, de una distopía que va por estos caminos donde elementos abstractos como el Tiempo y la Memoria, palabras que adquieren ese carácter humano, de personificación. Algún día regresaré a él, pero ya sabes, me asaltan demasiadas ideas en la cabeza al mismo tiempo, e inevitablemente se elige a aquellas que no se despegan de las tripas. Un abrazo.

      • Me alegra saber que este universo tendrá un día una continuación. Estoy completamente de acuerdo en que las mejores acciones no se hacen por reconocimiento e incluso a veces se hacen de forma que se huye de ese reconocimiento.

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