ruido
Del lat. tardío rugītus ‘rugido’, ‘estruendo’.
- m. Sonido inarticulado, por lo general desagradable.
- m. Repercusión pública de algún hecho. Sus declaraciones han producido mucho ruido.
ruido de fondo
- m. Sonido de baja intensidad, generalmente uniforme y continuo, que subyace en un cierto entorno y que puede resultar perturbador.
hacer, o meter, ruido alguien o algo
- locs. verbs. Causar admiración, novedad o extrañeza.
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Un ruido lo despertó. Venía de fuera, de la calle. Ya era de noche. Llevaba demasiado tiempo siendo de noche, pensó. Aunque, lo cierto era, que el tiempo había dejado de contar, o ¿era al revés?
No lo sabía. Tampoco parecía importarle. Sin embargo, aquel estruendo lo sobresaltó. No podía levantarse a mirar. La ventana estaba a metro y medio. El ruido seguía. Trató de incorporarse. Le costaba respirar. Tanto, como saber qué ocurriría ahí fuera.
Fuera, pensó. Al otro lado. Allí donde una vez vivió, donde sucedía todo. No quiso recordar más de la cuenta. Total, para qué. El mundo se había reducido mucho, demasiado. Se había encogido tanto que sólo existía lo que pasaba allí, en esa habitación blanca. Miró sus manos, llenas de arrugas y manchas. Las uñas amarillas. Las manos que una vez, fueron fuertes y trabajadoras. Ya no. Sólo le servían para rascarse y apretar un botón. A veces, ni eso.
El ruido seguía. No era como el murmullo que solía llegar del pasillo, no. Era distinto.
Hubo un tiempo, hacía muchos años, que los ruidos sembraban terror. Ya no tenía miedo. Quizás, porque se convenció de no sentir nada. Y así fue desde que atravesó el quicio de la puerta blanca, aquel umbral que era puro tránsito.
Pero entonces, aquel ruido constante lo despertó. Y por una vez, no sintió miedo, sólo curiosidad. Curiosidad como, quizás, no había tenido en años. Porque, sabía, que, siendo curioso, no se dejaría ir. Porque, en el fondo, ¿qué le quedaba por ver?
Hacía mucho tiempo que ya no se hacía preguntas. Que dejó de aceptar visitas. Que aquellas que oía al otro lado del pasillo dejaron de ir a verlo porque siempre que lo hacían, se daba la vuelta. Hacía mucho tiempo que decidió morirse en aquella cama blanca y aséptica, olvidándose de quien fue, de quien, ya no podría ser.
Sin embargo, aquel ruido no cesaba. Entonces, creyó reconocerlo. No entendió nada. No fue miedo, fue curiosidad lo que sintió, y estiró el brazo. Sabía que no podría llegar a la ventana. Llevaba años abandonándose. Pero sí llegó al botón. Lo pulsó.
Una enfermera apareció asustada en su habitación. Lo miró con gesto de pánico.
¿Qué ocurre?
Ella sonrió. Aunque él no pudo verlo. La mascarilla ocultaba su boca. Acercó sus manos envueltas en látex y lo ayudó a incorporarse. El ruido no dejó de sonar. Llevaban varios minutos, pensó ella. Trató de disimular su emoción al otro lado de sus gafas. Trato de no acercarse demasiado. Muchos protocolos y muchos nervios. Abrió la ventana. Y él, por fin, pudo asomarse y ver qué era el ruido. Eran aplausos. Entonces, sí sintió miedo, quizás porque aquel ruido lo devolvió a la vida durante unos minutos, porque la curiosidad lo arrancó de una muerte anunciada. Sintió miedo porque, de nuevo, se supo vivo. Sin embargo, no hubiera cambiado ni un solo segundo de aquel aplauso que, después de tanto tiempo, le hizo recordar qué era emocionarse. Aunque no supiera a qué se debía, ni qué estaba pasando. Tampoco importó, pensó. Y ella, vio una leve sonrisa de alguien a quien, segundos antes, creía que habían perdido tiempo atrás.
Texto inspirado durante los aplausos de hoy en lo que sucede al otro lado de la ventana de la residencia frente a mi balcón. Mi humilde homenaje a los sanitarios que nos salvan y nos sostienen. GRACIAS.
Viernes 20. Marzo. 2020.
Día que comienza la primavera en esta Pandemia.
BSO. Hold on, Tom Waits. «Aguanta».
Día de la felicidad.
Son días de empezar a pensar bonito, echar de menos y planear.
Hay que diluir esos ruidos-malos en aplausos, bullicio y música.
Hay que construir y edificar arquitectura preciosa hasta en tiempos de demolición.
De las cenizas emanan preciosos fénix que alzan vuelos de ensueño y magestuosidad.
Desde hace un par de años hay una imagen que me obsesiona, de las cicatrices, de las ruinas, crecen las más bellas flores. Ojalá sea cierto, a pesar de todo el dolor para quienes no tienen despedidas.
Gracias por tus palabras.
Se adelantan las flores ansiosas de llenar el paisaje.
Y… de las ruinas salen las mejores postales. Mira Angkor o Grecia.
Acabo de leerlo en estos días en los que muchos de los aplausos de esos primeros días ya no suenan y desde esta zona en la que no se oyeron más que algunos aplausos aislados, y muy de vez en cuando un coche con la música a todo volumen una vez terminaban los aplausos. Y me ha emocionado, me ha recordado a mi abuelo, a mis tíos abuelos y a todos esos mayores que un día decidieron que no merecía la pena seguir viviendo y se fueron apagando poco a poco.
Un precioso homenaje a todos los que han estado acompañando a tantos mayores y a los que la sociedad ha considerado invisibles.
Muchas gracias.