9.
Exterior día.
Echas un vistazo al calendario para saber qué día es.
Las mañanas ya no son frescas. Te sobra ropa.
Ventilas y después, bajas la persiana corriendo, antes que entre el calor.
– El calor que te falta, piensas. –
Fuera, siguen sin mirar para dentro.
El hambre sigue ahí, igual que el tiempo, en silencio.
Todo ese ruido se queda mudo.
– Y tú llenándote de tramas. –
Entonces, como en un rincón de tu imaginación, las cacerolas salen huyendo.
En la calle, se organizan para llenarse para quienes las tienen vacías desde hace días.
Así como las palabras se desprenden de voces deshabitadas.
Eligen a sus dueños, y no al revés.
Las palabras recuperan su poder, el de significar, y las cacerolas, el de alimentar.
Voz y alimento.
Contra lo que nos separa.
Contra una sed que no se sacia.
Las palabras tienen un sabor metálico, el del aluminio, el hierro, las idas de olla que se llenan de pan y garbanzos, de tomate y cebolla.
Así, como se arranca un hechizo con sabor a receta, o tal vez, viceversa.
(Continuará).
Imagen: Matteo Massagrande.
Poseídos utilizando las manos (que extraño) y portando cacerolas de las que se encargan a diario sus mandados para entonar el mayor desequilibrio y ruido posible y que arda lo que parece un nuevo mundo posible.
Los oscuros entonan la oscuridad y esto es un canto a sus privilegios.
Mientras tanto los improbables se mueren de hambre y de ganas (de un Mundo mejor y más igualitario. De eso también).
Ningún hacendado en limusina conducida por su chófer podrá nunca dar lecciones de libertad ni de autogestión o buen gobierno. Son dependientes y parásitos hasta de lo más básico.