despedir
- tr. Soltar, desprender, arrojar algo. Despedir el dardo, la lanza, la piedra.
- tr. Difundir o esparcir. Despedir olor, rayos de luz.
- tr. Apartar o arrojar de sí algo no material.
- tr. Alejar, deponer a alguien de su cargo, prescindir de sus servicios. Despedir al criado, las tropas. U. t. c. prnl.
- tr. Dicho de una persona: Apartar de sí a alguien que le es gravoso o molesto.
- tr. Acompañar durante algún rato por obsequio a quien sale de una casa o un pueblo, o emprende un viaje.
- prnl. Hacer o decir alguna expresión de afecto o cortesía para separarse de alguien.
- prnl. Renunciar a la esperanza de poseer o alcanzar algo. Despídete DE ese dinero.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Racconto per un addio
Non mi sono mai piaciuti gli addii -disse la piccina mentre esprimeva un desiderio stringendo forte i pugni.
Ma non dirlo a voce alta o non si sarà avverato- disse qualcuno.
Sempre minaccianti, pensó anni dopo.
Le stelle cadenti furono testimoni di tanti desideri non avverati. Ma ce ne furono altri che forse per caso si furono avverati. Erano proprio quelli gli indispensabili,almeno per lei.
Passato il tempo pensava alla sciarpa rossa che non aveva mai avuto ed anche ad altri ricordi mai esistiti; perche mai non poteva essere lo stesso con i desideri?
Un pomeriggio d’ estate come tanti altri, tutti schiacciavano un pisolino pesante e afoso. Lei no.
Ci provó con tutte le sue forze, ma non poteva smettere di pensare al tatto dei tovaglioli rimasti sulla tavola, accanto alle bricioline di pane.
Si alzó senza farsi sentire. Li guardó un pó e poi li sistemò uno per uno,in base ai loro colori. Li osservava come stregata. I tovaglioli erano stracci smarriti, come lei stessa. Molti vennero scartati,altri rimasero nella scatola dei bottoni smarriti e dei frammenti di striscia ricamata. Quel tesoro che la piccina aveva ereditato da una prozia mai conosciuta ma sí imaginata.
Giocava con i tovaglioli come se fossero ali,scuotendone via le briciole. Spaiati,di colori, stampe e tessuti diversi.Condannati alla dissidenza o alla magica solitudine di una bambina di sette anni. Malgrado tutto,per lei erano particolari. Erano i testimoni di vestiti rattoppati da una sarta, di prove per tendine che finirebbero sbiadite, di pezzi di cappotti in passato riscaldanti, di lenzuola per una casa al
mare, persino del pigiama di qualche bambina che giocasse con stracci nell’ altra parte del mondo.
Quello che non poteva immaginare é che, mettendo insieme i pezzi,questi diventerebbero un tappeto magico. Uno che la farebbe volare ovunque, almeno per una volta, ma non soltanto a un luogo preciso,anche a un certo momento scelto da lei, anche se non fosse veramente accaduto. Se lo avesse saputo si sarebbe messa a pensarlo forte, con i pugni stretti e lo sguardo fisso. Cosí, smettendo di carezzare quelli tessuti stregati l’ incantesimo sarebbe rotto. Una cosa del genere accadde quando sentí nel corridoio i passi del padre che si avviava e dopo quelli di tutti gli altri .La tranquillità é finita, pensò.
Quella era la notte perfetta per le Perseidi o almeno cosí dicevano le notizie. Lei aveva già pronti un paio di desideri,anzi due,mica uno non sbagliasse, si disse. Ma non poteva esprimerli a voce alta, mica non si avverano,come veniva sempre ribadita. Ma la piccina bruciava dalla voglia di condividerli, non le piaceva tenerseli,i segreti, e meno ancora quelli che,ne era sicura, farebbero strappare qualche sorriso. Ma un no é sempre un no, diceva sua zia,quella che lei s’era inventata con storie altrui. Rimase concentrata tutto il pomeriggio per non rivelare i suoi desideri,così concentrata che in qualche modo questi iniziarono a fuoriuscire attraverso la sua pelle, come se fossero cuciti agli stracci con i quali non smetteva di giocare, componendoli come pezzi di un puzzle; come se potessero sentirla.
E forse potevano.
Era notte fitta. Tutti guardavano il cielo lanciando in aria i loro desideri muti dalle finestre aperte.
Lei non aveva bisogno di tutto questo per vedere le stelle cadenti,per continuare ad inventare desideri. Inosservata da tutti, decolló come una cometa. Chissá perché lei veniva da un’ altro pianeta, chissá perché era il momento dell’ addio, d’ iniziare il volo.
Sapevano che in fondo, lei era di passaggio. E lasciò indietro poche parole, quelle che non ebbe il tempo di dire: grazie per il tempo,per esserci incontrati.Tutti gli altri quando si svegliarono riuscirono soltanto, malgrado la malinconia,ad augurarle un buon viaggio. Dicono che quella notte apparvero le più belle stelle cadenti.
Dei desideri lasciati nessuno osò parlare.
Racconto in omaggio a Riccardo.
Per lui, Maria ed Eleonora.
Nunca me gustaron las despedidas. – dijo la pequeña mientras pedía un deseo apretando fuerte los puños.
Pero no lo digas en voz alta, o no se cumplirá. – dijo alguien.
Siempre amenazando, pensó con los años.
Las estrellas fugaces fueron testigo de muchos deseos que no se cumplieron. Pero, los hubo que, fuera casualidad o no, sí lo hicieron. Aquellos eran los imprescindibles, al menos, para ella.
Con los años, pensaba en una bufanda roja que nunca tuvo, así como otros recuerdos que no existieron ¿por qué no podría ser también con los deseos?
Una tarde de verano, como tantas otras, todos dormían una siesta pesada, pegajosa. Ella no. Lo intentó, con todas sus fuerzas, pero no dejaba de pensar en el tacto de las servilletas que quedaron sobre la mesa junto con las miguitas del pan.
Se levantó sin hacer ruido.
Las estuvo mirando un rato, y después, las colocó una a una por colores. Observaba como si estuviera hechizada.
Las servilletas fueron retales, tan sueltos como ella. Muchos fueron despojos, otros quedaron en la caja de los botones dispersos, de fragmentos sueltos de tira bordada. Aquel tesoro que la pequeña heredó de una tía abuela que no conoció y se dedicó a inventar.
Ella jugaba con las servilletas como si fueran alas, sacudiéndolas de las migas. Desparejadas, de distintos colores, tejidos y estampados. Condenadas a la disidencia, o la mágica soledad de una niña de siete años.
Pero, a pesar de todo, para ella eran especiales.
Eran los testigos de vestidos que alguna modista remendó, las pruebas para alguna cortina que acabaría desgastando sus colores, las sobras de los abrigos que calentaron años atrás, las sábanas de una casa de playa, incluso, el pijama de alguna otra niña que quizás también jugara con sus trapos al otro lado del mundo.
Lo que no podía imaginar, era que, uniendo los trocitos, se convirtieran en una alfombra mágica. Una que le haría volar donde ella quisiera, al menos, una vez. Pero, más aún, no sólo a un lugar, también, a un momento que eligiera. Hubiera sucedido o no.
De haberlo sabido se hubiera puesto a pensar muy fuerte, con los puños apretados y la mirada concentrada. Y así, se hubiera roto el hechizo, dejando de acariciar aquellos tejidos mágicos.
Algo así como lo que ocurrió cuando oyó, en el pasillo, la voz de su padre poniéndose en marcha. Y después de él, vinieron los demás. Se acabó la calma, pensó.
Aquella noche era la mejor para las Perseidas. O eso decían en las noticias. Ella ya tenía un par de deseos preparados. Al menos dos, se dijo, por si el primero fallaba. No podía decirlos en voz alta, porque, entonces, no se cumplían. No paraban de insistir. Pero la pequeña, se moría de ganas de compartirlos. No le gustaba guardar secretos, y menos aún, aquellos, que, estaba segura, arrancarían más de una sonrisa. Pero no. Y si es que no, es que no. O eso al menos, decía su tía. Ésa a la que se fue inventando con las historias ajenas.
Estuvo toda la tarde tan concentrada en no revelar sus deseos que, de algún modo, se le fueron filtrando a través de la piel. Como si los hubiera cosido a los retales, con los que no dejaba de jugar y ordenó como un puzzle. Como si éstos, pudieran escucharla.
Quizás lo hicieran.
Era noche cerrada. Todos miraban al cielo, lanzaban deseos mudos al aire, con las ventanas abiertas.
Ella no lo necesitaba para ver estrellas fugaces. Para seguir inventando deseos. Y sin que nadie la viera, despegó como un cometa. Quizás porque fuera de otro planeta, o tal vez porque era momento de despedirse, de salir volando.
Sabían que, en el fondo, estaba de paso. Y dejó detrás pocas palabras. Las que no tuvo tiempo de pronunciar: Gracias por el tiempo, por habernos conocido.
Los demás, al despertar, a pesar de la añoranza, sólo pudieron desear buen viaje.
Cuentan que aquella noche, se vieron las más bonitas estrellas fugaces. De los deseos que dejaron detrás, ya nadie se atrevió a hablar.
Cuento homenaje a Riccardo, para él, a Maria y Eleonora.
Muy agradecida al señor Arturo M por la traducción.
BSO. Senza Fine, Gino Paoli.
<>; unas alas que movían el Mundo fruto de su acción individual concreta.
Todo aquel que la conocía la convertía en imprescindible.
Su metamorfosis hablaba por ella misma. Sus acciones y prácticas eran calco de su carácter. Sincera, leal y cómplice.
¿En qué bichejo se convirtió aquella niña? La respuesta es simple;
En el que estimó, eligió y consideró ella misma.
Los deseos que no contaba ni explicaba, se convertían en declaraciones de intenciones que pronto se tornaban en hechos sin paliativos.
En su universo todo eran auroras, atardeceres brillantes y estrellas fugaces repletas de deseos que se convertían mágicamente en prontas acciones.
La chica de las luces sin miedo a las sombras.
Porque existen las sombras, las luces también brillan más fuerte. Gracias por iluminar mis días y mis sombras.
Tú eres la estrella!!!
😀 ¡gracias!
Tus palabras me han llevado a un planeta donde soy se ven estrellas llenas de luz como tú, la música se cuela entre líneas, y te invitan a subir a esa alfombra, que nos permitió en una noche mágica en Florencia, conocer a ese gran hombre que era Ricardo
Me ha costado meses regresar a estas palabras para leer de nuevo los comentarios y agradecerlos. Pero aquel momento no lo olvido. Fue mágico.
Grazie Laura per questo racconto fantastico ed emozionante e soprattutto grazie per aver reso omaggio al nostro caro amico Riccardo, uomo generoso, sincero, leale e grande combattente fino in fondo. Anche a me non sono mai piaciuti gli addii ed è per questo che mi piace pensare che lui sia sempre da qualche parte qui vicino a noi, polvere di stelle..
Grazie a te, cara. Ora, omesi dopo, ho potuto riavvicinarmi per risponderti. Un bacio grande.