100. Ciento -y volando-.

Aleksandr Rodchenko Escalera de incendio -1925- y Escaleras -1929-.

Cien. Apóc. de ciento.

1. adj. Diez veces diez. Cien doblones. Cien años. U. t. c. pron. —¿Cuántos alumnos tiene? —Cien.

2. adj. ponder. Expresa una cantidad indeterminada. Te lo he dicho cien veces.

3. m. Número natural que sigue al noventa y nueve. El cien es su número favorito.

4. m. Conjunto de signos con que se representa el número cien.

a cien

1. loc. adv. coloq. En o con un alto grado de excitación. Poner a cien. Ir a cien.

cien por cien

1. loc. adv. En su totalidad, del principio al fin.

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Cien jacas caracolean.

Sus jinetes están muertos. 1

Cien veces yo te he visto echar semillas en la tierra

-negro sin tierra-. 2

de la luz de cien incendios pavorosos,

de cien soles fulgurantes… 3

Cuando armó las cien manos belicosas,

Tifeo con cien montes, insolente, 4

cien veces me ofreciste tu sombra en el verano;

cien veces tu perfume fue a visitar mi casa, 5

he navegado en cien mares,

y atracado en cien riberas. 6

Cien cabezas humanas

tintadas de rojo, anillaron el fuego. 7

tiene otros cien mil dentro del pecho

que alternan su dolor por su garganta; 8

Palacio de oro y oro donde habita una maga

que ha dormido cien años por maldición aciaga. 9

¿Qué pensarán de mi sombrero,

en cien años más, los polacos? 10

Ciento -y volando- los versos que se escapan con el viento, con el tiempo, el que arruga las costuras, que las desenreda. Y se llenan de ausencias. Las que no se nombran. Las que no tienen voz. Se la zurcieron a la sombra de su sombra, con verbo debido.  Remendaron los jirones en los que se convirtieron los trapos que desvisten. De arriba abajo y viceversa. Ya no eran más que eso, trapos; ni cubrían ni escondían las miserias. Quedaban al aire, como heridas abiertas.

Fueron tantos días como puntadas, y como puntadas, textos. Se engancharon en cada palabra muda, en cada verso escondido. Muchos murieron de tanto silencio. Otros, empujaban fuerte por salir. Sí, una vez más se bordaban como quien sutura una vieja herida.

Ella llevaba muchas a sus espaldas, propias y ajenas. No sabía si fueron cien, más o menos. No las contó. ¿Para qué? Pensó. Quizás tuviera razón.

Las soltaba como un náufrago lanzaba mensajes en botellas de ron vacías. Con la misma ilusión y esperanza. Escribió un anhelo que no conocía. Con hambre atrasada. Con la que zurcía harapos que otros hacían prenda y bandera. Ésas que se deshicieron cuando faltó el futuro. Se fueron volando como las promesas rotas que nunca existieron. Más de cien mentiras, pensó. Aquellas que seguían alimentándose de ausencia, como cien sonetos pasados por agua. Empapados. Arrugando las costuras que negaron tantas veces su nombre. Y el suyo. Y el de ella. Todas. Y ninguna.

Día de las Escritoras. Por todas. Por sus nombres y sus voces.

Cien textos Entramados.

¿Adivinan qué falta?

1 Poema «Muerte de la petenera» de Federico García Lorca.

2 Poema «negro sin nada en tu casa» de Manuel del Cabral.

3 Poema «Vade Retro» de Pedro Bonifacio Palacios.

4 Poema «parnaso español 23» de Francisco de Quevedo.

5 Poema «el árbol viejo» de José Ángel Buesa.

6 Poema «He andado muchos caminos» de Antonio Machado.

7 Poema «Camp-fire» de Alfonsina Storni.

8 Poema «Con diferencia tal, con gracia tanta» de Góngora.

9 Poema «El sueño» de Alfonsina Storni.

10 Poema «qué pensarán de mi sombrero» de Pablo Neruda.

Exacto, más de ellas.

Aleksandr Rodchenko almuerzo en la cafetería de la fábrica -1931-.

BSO. Peaky Blinders.

99. Peleas imaginarias.

Mario Benedetti / Agatha Christie.

14 de septiembre de 1920 / 15 de septiembre de 1890.

100 años / 130 años.

Suena el murmullo de celebración. Dos grandes de la literatura sobre el cuadrilátero.

La Reina del Crimen contra el autor de sensibilidades diversas. A un lado, a los ciento treinta años de su nacimiento, Agatha Christie; al otro, estrenando centenario, Mario Benedetti. Aún hay quien duda de quién fue peso pesado y quién peso pluma.

El primer golpe lo lanza la autora más vendida, poniendo un muerto sobre el ring.

“El cuerpo…, la jaula…, es de lo más respetable, pero el animal salvaje aparece detrás de los barrotes.”

Asesinato en el Orient Express. A.C.

El escritor uruguayo se acerca tratando de sobreponerse, también a la propia angustia. Disecciona, una a una, las pistas que Christie ha enredado en el cuerpo, ésas que Benedetti convertirá en crónica novelada o en poesía.

“Convencerse de que morir no es después de todo tan jodido si se muere bien, si se muere sin recelos contra uno mismo.”

Primavera con una esquina rota. M.B.

Cada uno carga con sus caídos, también con sus faltas, y con los que vendrán. Lo saben, igual que muertos, hay de muchas formas. Desde un texto inacabado, una idea sin final, o alguien sin rostro, que existe porque ambos lo miran, porque lo escriben.

“Lo imposible no puede haber sucedido; luego lo imposible tiene que ser posible, a pesar de las apariencias.”

Asesinato en el Orient Express. A.C.

Benedetti estudia a su oponente: Christie, lectora voraz desde su -muy feliz- infancia, rodeada de mujeres fuertes e independientes, se reflejaría en su propia vida. Estudió en París, y regresó a Inglaterra donde conoció al que se convirtió en su esposo, Archibald «Archie» Christie. Al estallar la Primera Guerra Mundial, fue enviado a Francia. Y ella, no desaprovechó su aprendizaje de enfermera acerca de los venenos que influyeron en su obra. No tardó en presentar a su famoso detective Hercule Poirot con la publicación de su primera novela, El misterioso caso de Styles.

Así, el uruguayo itinerante, responde al golpe de su contrincante con:

“Están en algún sitio/ concertados,

desconcertados/ sordos,

buscándose/ buscándonos.” 

Desaparecidos. M.B.

Christie se revuelve. No olvidó cuando, a finales de 1926, Archie le pidió el divorcio. Después de aquella discusión, él se fue a pasar el fin de semana con su amante a Surrey. Esa misma noche, ella desapareció. Encontraron su coche, un Morris Cowley, en Newlands Corner, con ropa y su permiso de conducir caducado. La prensa se hizo eco y se ofrecieron 100 libras de recompensa para encontrarla, secundado por las presiones del ministro del interior y sus seguidores. A pesar de los efectivos policiales y los recursos, no dieron con ella hasta once días después. La reconocieron como huésped del Swan Hydropathic Hotel donde estaba registrada con el apellido de la amante de Archie. Sin embargo, aunque pareciera una trama suya, no parecía reconocerlo ni recordar nada. No fue capaz de dar explicaciones al respecto. Se llevaría su verdad a la tumba.

El golpe de Benedetti fue directo a su memoria, a ese rincón que diagnosticaron como fuga psicogénica debida a una crisis nerviosa agravada por la muerte de su madre y la infidelidad marital.

“Las mujeres observan de un modo inconsciente mil detalles íntimos, sin saber lo que hacen. Sus subconscientes añaden esas cositas unas a las otras y a eso le llaman intuición.”

El asesinato de Roger Ackroyd. A.C.

Benedetti recibió el golpe con entereza. La misma que vertió en sus textos: poeta, dramaturgo y periodista uruguayo de la Generación del 45. Pensó en la intuición que, quizás, marcara su obra y su vida. Como su renuncia a su cargo en la universidad después del Golpe de Estado en Uruguay en 1973 o su exilio a Buenos Aires debido a sus posiciones políticas o después en Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado. Más tarde pasó por Cuba y Madrid. Así estuvo diez años alejado de su tierra, pero también, de su esposa, de sus intuiciones cotidianas que se quedaron con ella en Uruguay al cuidado de sus madres.

“Después de todo, yo también quedé fuera del país. Yo también añoro lo que vos añorás. El exilio (interior, exterior) será una palabra clave de este decenio.”

“¿Qué es este exilio sino otro nuevo comienzo? Todo comienzo es joven. Y yo, viejo recomenzante, rejuvenezco.”

 Primavera con una esquina rota. M.B.

Agatha Christie también viajó lejos de su hogar. Lo hizo con su nuevo marido, el arqueólogo Max Mallowan. Fueron a sus expediciones de Irak y Siria, donde se inspiró para nuevas novelas.

“Cásate con un arqueólogo. Cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará.” A.C.

“Te quiero como para leerte cada noche.” M.B.

Y entre reconocimientos y condecoraciones a páginas llenas, el duelo imaginario se va diluyendo, antes que asomen sus deterioros, antes que sus personajes los hagan hueco en algún lugar entre las letras y la imaginación.

Quizás, por ese motivo mudo, Agatha Christie nunca reuniera a Poirot y a Marple, al primero no le gustaría que una vieja le hiciera sugerencias, según su autora.

“¿Qué es el mal? ¿Qué es el bien? Las ideas sobre estos conceptos cambian de un siglo a otro.”

Telón.A.C.

“Aferrarse a la cordura puede ser una forma de delirio.”

“Ese desenlace natural, ese final obligatorio que es la muerte, tiene siempre algo de regreso. Vuelta a la tierra nutricia, a la matriz de barro… La muerte en el exilio es aparentemente la negación del regreso, y éste es quizás, su lado más oscuro.”

Primavera con una esquina rota. M.B.

Y con ese golpe, llegan al último asalto, y se declara el empate. Ambos regresan a sus textos, a las páginas que seguirán cumpliendo años, salvando su memoria.

Quizás su imaginación los hizo libres. O quizás, no tuvieran más remedio para estar vivos.

En recuerdo y homenaje a dos de las voces que me hicieron ver el mundo así, encontrar mi camino.

BSO. Leroy Anderson: Ritvélin (The Typewriter) Remington typemachine.

98. Despedidas. -polvo de estrellas-.

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despedir

  1. tr. Soltar, desprender, arrojar algo. Despedir el dardo, la lanza, la piedra.
  2. tr. Difundir o esparcir. Despedir olor, rayos de luz.
  3. tr. Apartar o arrojar de sí algo no material.
  4. tr. Alejar, deponer a alguien de su cargo, prescindir de sus servicios. Despedir al criado, las tropas. U. t. c. prnl.
  5. tr. Dicho de una persona: Apartar de sí a alguien que le es gravoso o molesto.
  6. tr. Acompañar durante algún rato por obsequio a quien sale de una casa o un pueblo, o emprende un viaje.
  7. prnl. Hacer o decir alguna expresión de afecto o cortesía para separarse de alguien.
  8. prnl. Renunciar a la esperanza de poseer o alcanzar algo. Despídete DE ese dinero.

 

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Racconto per un addio

          Non mi sono mai piaciuti  gli addii -disse la piccina mentre esprimeva un desiderio stringendo forte i pugni.

Ma non dirlo a voce alta o non si sarà avverato- disse qualcuno.

 

Sempre minaccianti, pensó anni dopo.

Le stelle cadenti furono testimoni di tanti desideri non avverati. Ma ce ne furono altri che forse per caso si furono avverati. Erano proprio quelli gli indispensabili,almeno per lei.

Passato il tempo pensava alla sciarpa rossa che non aveva mai avuto ed anche ad altri ricordi mai esistiti; perche mai non poteva essere lo stesso con i desideri?

Un pomeriggio d’ estate come tanti altri, tutti schiacciavano un pisolino pesante e afoso. Lei no.

Ci provó con tutte le sue forze, ma non poteva smettere di pensare al tatto dei tovaglioli rimasti sulla tavola, accanto alle bricioline di pane.

Si alzó senza farsi sentire. Li guardó un pó e poi li sistemò uno per uno,in base ai loro colori. Li osservava come stregata. I tovaglioli erano stracci smarriti, come lei stessa. Molti vennero scartati,altri rimasero nella scatola dei bottoni smarriti e dei frammenti di striscia ricamata. Quel tesoro che la piccina aveva ereditato da una prozia mai conosciuta ma sí imaginata.

Giocava con i tovaglioli come se fossero ali,scuotendone via le briciole. Spaiati,di colori, stampe e tessuti diversi.Condannati alla dissidenza o alla magica solitudine di una bambina di sette anni. Malgrado tutto,per lei erano particolari. Erano i testimoni di vestiti rattoppati da una sarta, di prove per tendine che finirebbero sbiadite, di pezzi di cappotti in passato riscaldanti, di lenzuola per una casa al

mare, persino del pigiama di qualche bambina che giocasse con stracci nell’ altra parte del mondo.

Quello che non poteva immaginare é che, mettendo insieme i pezzi,questi diventerebbero un tappeto magico. Uno che la farebbe volare ovunque, almeno per una volta, ma non soltanto a un luogo preciso,anche a un certo momento scelto da lei, anche se non fosse veramente accaduto. Se lo avesse saputo si sarebbe messa a pensarlo forte, con i pugni stretti e lo sguardo fisso. Cosí, smettendo  di carezzare quelli tessuti  stregati l’ incantesimo sarebbe rotto. Una cosa del genere accadde quando sentí nel corridoio i passi del padre che si avviava e dopo quelli di tutti  gli altri .La tranquillità  é finita, pensò.

Quella era la  notte perfetta per le Perseidi o almeno cosí dicevano le notizie. Lei aveva già pronti un paio di desideri,anzi due,mica uno non sbagliasse, si disse. Ma non poteva esprimerli a voce alta, mica non si avverano,come veniva sempre ribadita. Ma la piccina bruciava dalla voglia di condividerli, non le piaceva tenerseli,i segreti, e meno ancora quelli che,ne era sicura, farebbero strappare qualche sorriso. Ma un no é sempre un no, diceva sua zia,quella che lei s’era inventata con storie altrui. Rimase concentrata tutto il pomeriggio per non rivelare i suoi desideri,così concentrata che in qualche modo questi iniziarono a fuoriuscire attraverso la sua pelle, come se fossero cuciti agli stracci con i quali non smetteva di giocare, componendoli come pezzi di un puzzle; come se potessero sentirla.

E forse potevano.

Era notte fitta. Tutti guardavano il cielo lanciando in aria i loro desideri muti dalle finestre aperte.

Lei non aveva bisogno di tutto questo per vedere le stelle cadenti,per continuare ad inventare desideri. Inosservata da tutti, decolló  come una cometa. Chissá  perché lei veniva da un’ altro pianeta, chissá perché era il momento dell’ addio, d’ iniziare il volo.

Sapevano che in fondo, lei era di passaggio. E lasciò indietro poche parole, quelle che non ebbe il tempo di dire: grazie per il tempo,per esserci incontrati.Tutti gli altri quando si svegliarono riuscirono soltanto, malgrado la malinconia,ad augurarle un buon viaggio. Dicono che quella notte apparvero le più belle stelle cadenti.

Dei desideri lasciati nessuno osò parlare.

 

Racconto in omaggio a Riccardo.

Per lui, Maria ed Eleonora.

 

          Nunca me gustaron las despedidas. – dijo la pequeña mientras pedía un deseo apretando fuerte los puños.

          Pero no lo digas en voz alta, o no se cumplirá. – dijo alguien.

Siempre amenazando, pensó con los años.

Las estrellas fugaces fueron testigo de muchos deseos que no se cumplieron. Pero, los hubo que, fuera casualidad o no, sí lo hicieron. Aquellos eran los imprescindibles, al menos, para ella.

Con los años, pensaba en una bufanda roja que nunca tuvo, así como otros recuerdos que no existieron ¿por qué no podría ser también con los deseos?

Una tarde de verano, como tantas otras, todos dormían una siesta pesada, pegajosa. Ella no. Lo intentó, con todas sus fuerzas, pero no dejaba de pensar en el tacto de las servilletas que quedaron sobre la mesa junto con las miguitas del pan.

Se levantó sin hacer ruido.

Las estuvo mirando un rato, y después, las colocó una a una por colores. Observaba como si estuviera hechizada.

Las servilletas fueron retales, tan sueltos como ella. Muchos fueron despojos, otros quedaron en la caja de los botones dispersos, de fragmentos sueltos de tira bordada. Aquel tesoro que la pequeña heredó de una tía abuela que no conoció y se dedicó a inventar.

Ella jugaba con las servilletas como si fueran alas, sacudiéndolas de las migas.  Desparejadas, de distintos colores, tejidos y estampados. Condenadas a la disidencia, o la mágica soledad de una niña de siete años.

Pero, a pesar de todo, para ella eran especiales.

Eran los testigos de vestidos que alguna modista remendó, las pruebas para alguna cortina que acabaría desgastando sus colores, las sobras de los abrigos que calentaron años atrás, las sábanas de una casa de playa, incluso, el pijama de alguna otra niña que quizás también jugara con sus trapos al otro lado del mundo.

Lo que no podía imaginar, era que, uniendo los trocitos, se convirtieran en una alfombra mágica. Una que le haría volar donde ella quisiera, al menos, una vez. Pero, más aún, no sólo a un lugar, también, a un momento que eligiera. Hubiera sucedido o no.

De haberlo sabido se hubiera puesto a pensar muy fuerte, con los puños apretados y la mirada concentrada. Y así, se hubiera roto el hechizo, dejando de acariciar aquellos tejidos mágicos.

Algo así como lo que ocurrió cuando oyó, en el pasillo, la voz de su padre poniéndose en marcha. Y después de él, vinieron los demás. Se acabó la calma, pensó.

Aquella noche era la mejor para las Perseidas. O eso decían en las noticias. Ella ya tenía un par de deseos preparados. Al menos dos, se dijo, por si el primero fallaba. No podía decirlos en voz alta, porque, entonces, no se cumplían. No paraban de insistir. Pero la pequeña, se moría de ganas de compartirlos. No le gustaba guardar secretos, y menos aún, aquellos, que, estaba segura, arrancarían más de una sonrisa. Pero no. Y si es que no, es que no. O eso al menos, decía su tía. Ésa a la que se fue inventando con las historias ajenas.

Estuvo toda la tarde tan concentrada en no revelar sus deseos que, de algún modo, se le fueron filtrando a través de la piel. Como si los hubiera cosido a los retales, con los que no dejaba de jugar y ordenó como un puzzle. Como si éstos, pudieran escucharla.

Quizás lo hicieran.

Era noche cerrada. Todos miraban al cielo, lanzaban deseos mudos al aire, con las ventanas abiertas.

Ella no lo necesitaba para ver estrellas fugaces. Para seguir inventando deseos. Y sin que nadie la viera, despegó como un cometa. Quizás porque fuera de otro planeta, o tal vez porque era momento de despedirse, de salir volando.

Sabían que, en el fondo, estaba de paso. Y dejó detrás pocas palabras. Las que no tuvo tiempo de pronunciar: Gracias por el tiempo, por habernos conocido.

Los demás, al despertar, a pesar de la añoranza, sólo pudieron desear buen viaje.

Cuentan que aquella noche, se vieron las más bonitas estrellas fugaces. De los deseos que dejaron detrás, ya nadie se atrevió a hablar.

Cuento homenaje a Riccardo, para él, a Maria y Eleonora.

Muy agradecida al señor Arturo M por la traducción.

 

BSO. Senza Fine, Gino Paoli.

96. Ventajas.13.

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13 y último.

 

 

Y la cruzas.

Atraviesas la puerta, los portazos y los ruidos.

Siguen volando aviones de papel. Los niños, y no tan niños, corren detrás de ellos.

 

Cuentan que los deshabitados desaparecieron como si fueran una nube de polvo de tanto acumular invisibles. Líquidos, monetarios y contagios.

También las palabras de los aviones vacíos que escondieron en sus despensas.

En ellos, mágicamente, se escribieron sus legados, cediéndolo todo a quienes llenaron sus cazuelas cuando tuvieron hambre. Quienes sí pudieron leer los mensajes secretos a escondidas.

Hubo de todo.

Desde paciencias hasta breves declaraciones de amor -finito-.

 

Dijeron que la magia podía ser tramposa.

Como los hechizos, como la envidia.

Recetas, hubo muchas.

Y el mundo no dejó de girar.

Aunque aún no supieras cuál era el secreto mejor guardado que seguía volando.

Que tomaría el cielo -y tu cuello- por asalto.

 

– Y ahí lo tienes, a tus pies. –

 

El avión que, como la mejor casualidad, quizás, te estaba esperando.

Miras hacia los lados. No hay nadie.

Te ha caído a ti, piensas.

Lo recoges y lo abres.

Lees.

Vuelves a leer.

Miras de nuevo a ambos lados.

Vuelves a leer esas tres palabras que se te atraviesan como un mal chiste.

Ése, que, sin embargo, acaba con todo:

Fin del simulacro.

 

The end.

¿Qué haríais con lo aprehendido y lo aprendido?

 

“[…] toda verdad tiene una estructura de ficción. Lacan.”

 

Imagen: Autor desconocido.

BSO. Laura, Charlie Parker.

 

 

96. Ventajas. 12.

12.

 

Interior y exterior día.

 

– Los trucos de magia no se desvelan, piensas. –

 

Te asomas al balcón y respiras el silencio.

Huele a café recién hecho de otra ventana abierta, a pan tostado.

La historia ha seguido creciendo, como la planta de habichuelas mágicas.

 

Te imaginas en dos lugares a la vez.

En todos los bailes que quedaron secuestrados, congelados, y al otro lado de tu ventana, esa que tratas de llenar de ventajas, a una letra de distancia.

 

Mientras, los deshabitados corrieron a las calles para llenarse los bolsillos de aviones de papel.

Ésos que ofrecían respuestas.

Ésos que encontraron vacíos.

Ésos que quisieron atesorar, quedárselos todos, y que los enfermaron.

 

Se empacharon de palabras invisibles, bebiéndoselas.

A cada trago, más oscuridad. Tanta, que fueron disolviéndose en ella.

Quedando atrapados en el sonido de los cencerros, encerrados en el quicio de las puertas que ya atravesaron con cacerolas vacías. Las mismas que hacían el hambre más grande.

 

Y así, mayo sin flores, convertido en nunca en otro idioma latino; dio un portazo a tanta ausencia.

 

Tú sigues mirando hacia adelante. No queda otra, piensas.

Ahí están las ventanas y los balcones, las escaleras de incendios.

 

– Va llegando el momento de cruzar la puerta. –

 

(Continuará).

 

Imágenes: Matteo Massagrande.

BSO. Paris Mai. Nougaro.

96. Ventajas. 11.

 

11.

 

Exterior tarde.

 

 

Y entonces, el hechizo se hizo posible.

Volaron los aviones de papel.

En ellos, escritos los deseos, reencuentros, las ganas y palabras que podían seguir sembrando y construyendo un mundo mejor. O quizás, menos hostil.

Desde el anhelo de un cambio real. No desde una necesidad circunstancial y temporal. Ésa era la clave.

 

– Ahí está la enorme diferencia, te dices. –

 

Los aviones cayeron sobre parques, estanques y calles que se fueron llenando poco a poco.

También a los pies de muchos de los deshabitados.

Ellos llevaban tiempo fuera, sin dejar de hacer ruido.

Cuentan que los hubo que corrieron a por ellos, a guardárselos en los bolsillos -llenos- y los llevaban a casa como un botín.

 

Quizás los aviones de papel se hubieran convertido en la piedra filosofal.

Quizás contuvieran el secreto de la fortuna y de la felicidad.

 

Lo que no olvidaban, era que, igual que los cerebros eran de un uso, sólo una mirada limpia podría leer los mensajes.

Para el resto, no serían más que aviones de papel vacíos.

Tanto, como el eco que resonaba en aquel lugar.

Aquel, que, paradójicamente, se fue alimentando de odio.

Contagiándose e infectándose.

 

Después de todo, quizás el mundo no fuera a ser mejor, piensas.

Pero espera.

Silencio.

Otro silencio.

 

– Como en un truco de magia, sonríes. –

 

(Continuará).

Imágenes: Matteo Massagrande.

 

96. Ventajas.10.

 

10.

 

Exterior día.

– Ya falta menos, piensas. –

 

Mayo se agota hinchado de contradicciones.

Tanto ruido, y también, tanto silencio.

El viaje sigue.

 

Las palabras perdidas y las cacerolas huidas.

En busca de quien las llene de futuro.

Y el futuro pasa por la conciliación, por las diferencias y el respeto.

El resto, se convierte en veneno, y del veneno, el polvo. Polvo como el que se acumula en el alféizar. Que es una de las palabras que ya casi nadie usa.

Es un lugar frontera. Como las ventanas, los balcones. También como las puertas que volveremos a cruzar sin miedo. Puertas que abrir.

Mes de mayo sin flores.

Las pinto en mi imaginación, serán azulejos que pisar para que regresemos a una primavera que ya no será nuestra. Pero florecerán, antes o después, como la memoria. Contra el contagio masivo de odio.

 

– Hoy no tendrías que estar donde estás. –

 

Hay mucha añoranza, no sabías que pesaría tanto.

Piensas en ideas, las escribes para que se cumplan. Como un hechizo.

Lo haces en un trozo de papel. Después en otro. Así vas escribiendo deseos que no vas a quemar, no.

Van a volar. Como hiciste tú. Como volverás a hacer y como hubieras hecho ayer en otro mundo que ya ves lejano.

 

– Volverás a volar con todas esas palabras. –

 

 

Mayo de flores sin flores.

Para qué coño sin vida, queremos un mes de mayo.

Es mayo, Imanol.

 

(Continuará).

 

BSO. Es Mayo, Imanol.

Imágenes: Matteo Massagrande.

 

 

96. Ventajas. 9.

Matteo Massagrande 9

9.

 

Exterior día.

 

 

Echas un vistazo al calendario para saber qué día es.

Las mañanas ya no son frescas. Te sobra ropa.

Ventilas y después, bajas la persiana corriendo, antes que entre el calor.

 

– El calor que te falta, piensas. –

 

Fuera, siguen sin mirar para dentro.

El hambre sigue ahí, igual que el tiempo, en silencio.

Todo ese ruido se queda mudo.

 

– Y tú llenándote de tramas. –

 

Entonces, como en un rincón de tu imaginación, las cacerolas salen huyendo.

En la calle, se organizan para llenarse para quienes las tienen vacías desde hace días.

Así como las palabras se desprenden de voces deshabitadas.

Eligen a sus dueños, y no al revés.

Las palabras recuperan su poder, el de significar, y las cacerolas, el de alimentar.

Voz y alimento.

Contra lo que nos separa.

Contra una sed que no se sacia.

 

Las palabras tienen un sabor metálico, el del aluminio, el hierro, las idas de olla que se llenan de pan y garbanzos, de tomate y cebolla.

 

Así, como se arranca un hechizo con sabor a receta, o tal vez, viceversa.

 

(Continuará).

Imagen: Matteo Massagrande.

96. Ventajas. 8.

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8.

 

Exterior día.

 

– Bebes, sí, pero también sigues escribiendo. –

 

Escribes.

Escribes como un hechizo; porque te bebes las palabras, las saboreas.

Mientras, los deshabitados chocan unos con otros.

Siguen haciendo ruido, tanto, que se infectan de aquello que niegan.

Tú asesinas a la tortura, con el eco de sus voces.

 

Fuera, crece el caos.

Se inmolan apelando a una libertad que significa privilegio, a una patria que se traduce en beneficios.

No muy lejos, el silencio tomas las calles. Es el hambre.

El hambre no grita. No escupe.

El hambre, sin voz, sin rostro, lo engulle todo.

 

– Y el hambre te da miedo. –

 

Tanto, que tendrás que seguir escribiendo para devorarlo.

 

(Continuará).

 

Imagen: Matteo Massagrande.

96. Ventajas.7.

7.

 

Exterior día.

 

– No te gusta el ruido, tampoco los gritos. –

 

Y hacen mucho. Como el eco que suena y resuena en ese vacío que se llena de pájaros. Pájaros que, con el aleteo, diseminan veneno, igual que hay mentiras que, si se cuentan mucho y bien, acaban por convertirse en -media- verdad. O eso dicen.

 

Los deshabitados siempre creyeron que el mundo es suyo.

Quizás porque nacieron bebiendo impunidad. La que no se les atraganta cuando apelan a la libertad, tatuándola de privilegios. O viceversa. Siempre ha habido clases, claro.

 

– Pero respira, no te aceleres. –

 

También los hay que vuelan en la sombra de los árboles con sólo mirarlos.

Ahí, se escucha un mundo no apto para todos.

Mientras, los deshabitados, arañan a una patria que ponen en peligro.

El tiempo de todos, también el tuyo.

 

– Vuestro tiempo, piensas. Ése que aún, no puedes compartir. –

 

Y escribes, más aún. Muy alto, muy fuerte.

¿Cómo sería el mundo sin que nadie quisiera ser por encima de nadie?

Para la vidia, contra la envidia, se necesitan:

  • Un extra de conciencia y coherencia.
  • Nieve de finales de abril, a falta de las flores de mayo.
  • Ocho respiraciones profundas.
  • El recuerdo del último beso que se dio sin miedo.

 

Se lleva a ebullición.

Se reserva, dejando enfriar.

Se recomienda no mirar con exceso de inquina las bajas pasiones que se acumulan en un bote de cristal junto al desagüe.

Y así, se bebe el caldo de a poquito, cuando pesen las ausencias y falten las primaveras.

Pero, sobre todo, cuando sobren los odios de los deshabitados.

Advertencia: no hacerlo nunca a medianoche; se congela el tiempo que no es de nadie, pero seguirá siendo de todos.

 

– Bébeme. Dices. Y bebes. –

 

(Continuará).

 

(Nos despedimos en invierno y nos encontraremos en verano. ¿Qué habrá sido de nuestra primavera?).

Feliz día das letras galegas.

 

 

BSO. O Maio. Luis Emilio Batallán, C. Enríquez.