96. Ventajas. 6.

Matteo Massagrande 10 roja

6.

 

Exterior día.

 

– Sigues ahí, en dos lugares a la vez. –

 

Eres esa carta que llega mojada al buzón. Llueve, pero la tinta no se emborrona.

Ésa que, casi nadie, mira.

También eres quien ve el vuelo de los aviones de papel.

Ésos que cruzan calles que hace poco estaban vacías.

Mientras, despiertan los habitantes deshabitados.

Y esperas en silencio. Pero, el ruido lo llena todo.

 

– Está al caer, aunque dudes. –

 

Son ellos, los deshabitados.

Aún no saben que despertaron con la garantía vencida.

Pronto se quedarían sin batería, a pesar de sus desesperados intentos para reiniciar.

Pero no aprendieron. Todos firmaron el contrato. Eran apenas unas líneas.

 

Yo, X, me comprometo a alimentar y aprender a usarlo.

Es material delicado y sólo se asignará uno por habitante.

En caso de desuso, falta de sentido común y de riego, se secará hasta dejar de funcionar.

 

– Ahí lo tienes. La habitación vacía. La habitación roja. –

 

Hubo quienes buscaron instrucciones. Pero no había. Cada uno era único.

Otros, los tiraron pensando que ya comprarían otro nuevo.

Olvidaron la premisa fundamental: uno para cada individuo.

La renovación sólo se asignaría en un fallo del sistema ajeno al individuo.

Y, claro, no fue así.

 

– No dejes de mirar. Te dices. –

 

Y ahí estás, con los ojos muy abiertos, tomando notas de quienes cuanto más ruido hacen, más eco suena en el lugar donde, el vacío se hace más y más grande. En la inteligencia. O, lo que es lo mismo, en su ausencia. Porque no todos los cerebros, agotan su garantía de buen uso. Ya se sabe, no es lo mismo tener razón que llenarse de razones, por ruido que hagan.

 

(Continuará).

 

(Hoy, para mi padre. Contra los deshabitados).

Imagen: Matteo Massagrande.

BSO. Maio Longo, Pepe Evangelista cuarteto.

96. Ventajas. 5.

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5.

Exterior día.

 

– Vuelas, como si no existiera nada más. –

 

Planeas, dejándote mecer por al aire de la mañana.

Lejos de puertas cerradas, también de la piel ausente, pero también, más cerca.

La primavera sigue ahí, aunque, aún, no puedas oler las flores.

Y de recordar, te crecen como las historias, como habichuelas mágicas.

 

– ¿Todo es silencio? Te preguntas. –

 

Nunca estuvo tan lleno de verbo, de nostalgias y de raíces, piensas en pleno vuelo.

La luz se empapa de él, quizás, viceversa.

Tu piel se la bebe. Despacio, no te ahogues.

Piensas en la música que no suena, en la primera canción que bailar cuando esto acabe.

Porque sí, vais a bailar. Lo vais a hacer igual que ahora vuelas, aunque sea en silencio.

No importa.

La luz lo va llenando todo mientras sigues volando.

 

– ­Entonces, lo sabes. Sí, no mires a otro lado. –

 

Eres una carta que vuela, un avión de papel que lanzaste al aire.

Tú, tú sigues en casa, pero dejaste volar las palabras.

Así funciona tu imaginación, crece, y crece, como la planta de habichuelas mágicas.

Porque el avión de papel, que cae al suelo, echará raíces.

 

(Continuará).

Imagen. Matteo Massagrande.

 

96. Ventajas. 4.

4.

Interior día.

 

– Y ¿qué vas a hacer ahora? –

 

Dicen que ya recuperaremos el tiempo perdido. No es cierto.

Recuerdos de un momento que no existió. Pero tú, tú lo llenaste de palabras.

Escapaste por ellas, acercándote a quienes están lejos. Acercándolos.

Porque las ventanas son ventajas a una letra de distancia. O viceversa.

Las abres cada mañana y, mientras riegas las plantas, cierras los ojos.

 

– ¿De qué color es tu imaginación? –

 

Imaginas la brisa que entra por las ventanas que dan al mar. Ese azul. Este año azul.

Tus pies descalzos en azulejos mediterráneos, también atlánticos.

Sólo tienes que cerrar los ojos.

Así, te crecen historias como habichuelas mágicas. Libres, sin control.

Se te arremolina la curiosidad y la imaginación al otro lado del cristal.

En tu casa, el aire hace corriente. Dispersa el aroma a jazmín. Y florecen las habichuelas; así, sales volando como las raíces imposibles que apuntan al cielo.

 

– Sales volando. ¿Hacia dónde? –

 

 

(Continuará).

BSO. Maio Longo, Amancio Prada.

Imágenes. Matteo Massagrande.

96. Ventajas. 3.

3.

Interior día.

– Muy bien, sigue. –

 

Estás descansando, por fin, y además tienes tiempo. O quizás, lo uno por lo otro.

Como sea.

Abres la ventana cada mañana. Ya huele a calor.

Y escribes, escribes porque ahí tienes tus ventanas abiertas al Mediterráneo, al Atlántico.

Viajas lejos del encierro, palabra a palabra.

Regresas a esa novela que nunca estuvo acabada. Lo sabes.

Vuelves a ella como lo hiciste con Barcelona, para sanar heridas.

Pero también, para abrir nuevos caminos, nuevas miradas, sin las que, no hubieras podido escribirla.

Y ahí está.

Mientras, escribiste con apetito voraz: una novela en cuarenta días.

 

Como si no existiera nada más.

Como un enamoramiento.

 

– No podía ser de otra forma, lo sabes. –

 

Así, cerraste en un mes de abril que -casi- no existió, ese pasado.

Escribiste esa historia que te gritaba que regresaras a ella.

Que, quizás, sin descanso, ni tiempo, ni quien eres ahora, no hubieras escrito.

Esa historia que, quién sabe, quizás sea una enorme ventana abierta.

La que te hizo viajar, una vez más, allí donde los rincones se llenaron de palabras y tú los llenaste de memoria.

(Continuará).

BSO. Maio maduro Maio, Madredeus.

Imágenes. Matteo Massagrande.

 

96. Ventajas. 2.

2.

Dos de mayo.

Interior día.

 

– Ves, no fue tan difícil. A por más. –

 

Dos años sin dormir así. Es un comienzo, te dices. Un buen comienzo.

Y descansada, encuentras tiempo. Para todo lo que llevabas tiempo posponiendo.

Tú. Claro. Porque tú también estás ahí. Haciendo malabares con demasiados platillos.

Platillos volantes. Platillos que el año pasado se fueron sumando y tú fuiste improvisando guisos. Y, pudiste con ellos. Muy bien, claro que sí, pero no hace falta. No hace falta estar siempre al borde del abismo.

 

– Piensa, tu segunda ventaja. –

 

Tiempo. Llevabas meses necesitando tiempo.

Ahí está, para ti. Respira, que aquellos a quienes quieres, están bien, y eso, va a ser lo único que importe. Porque el tiempo, sin salud, no sirve. Y la salud, sin tiempo, acaba por resentirse.

 

(Continuará).

 

BSO.

Dos de mayo. Krahe.

 

 

96. Ventaja. 1.

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De aventaja.

  1. f. Superioridad o mejoría de alguien o algo respecto de otra persona o cosa.
  2. f. Excelencia o condición favorable que alguien o algo tiene.

 

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Igual creen las meigas que la magia sucede de pensar o escribir muy fuerte. No lo sé.

Por si acaso y en lo que este momento dure, aquí un cuento lleno de ventajas que iré escribiendo mientras las ausencias sean grandes y las distancias infinitas.

 

Primero de mayo.

Interior día.

 

– Piensa, sí, tú, piensa. –

 

El mes de mayo empieza sin flores.

Apenas unas fotografías. Sin olor ni tacto.

Lo que sí tienen, es lo más importante: el pensamiento.

El de quien las envía, quien las comparte.

Y así, se abren las ventanas al otro lado.

 

– Piensa tu primera ventaja. –

 

Huele a primavera. No tienes ni frío ni calor.

Hace un poco de viento. Agita las plantas en los balcones.

Te acuerdas de Bayona, de los tés y las flores. Muguet en Francia, el faro de Biarritz, y después, a esta hora, Getaria y el olor a brasas.

Pero ahora, por fin, duermes, descansas.

(Continuará).

BSO. Canzone di Maggio. F. De André. Primo Maggio 2020. Quarantena.

 

 

87. Encajadas.

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Clara Campoamor en la exposición del Hall del Instituto Cervantes Octubre 2019.

Caja.

Del lat. capsa.

  1. f. Recipiente que, cubierto con una tapa suelta o unida a la parte principal, sirve para guardar o transportar en él algo.
  2. f. caja, por lo común de hierro o acero, para guardar con seguridad dinero, alhajas y otros objetos de valor.
  3. f. ataúd.
  4. f. desus. Almacén o depósito de géneros y mercaderías para el comercio.
  5. f. pl. Recado de escribir que llevaban consigo los escribanos.

caja fuerte o de caudales

  1. f. caja blindada para guardar dinero y cosas de valor.

caja de música

  1. f. caja que contiene un mecanismo, generalmente formado por un cilindro de púas y un muelle de reloj, que, al abrir la tapa, hace sonar una melodía.

caja de Pandora

  1. f. Acción o decisión de la que, de manera imprevista, derivan consecuencias desastrosas.

caja negra

  1. f. Psicol. El cerebro considerado formalmente como una estructura que media entre los estímulos y las respuestas del organismo.

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Aún recuerdo con cierta nostalgia las cajas de flores en las que guardábamos fotos antiguas. Aquellas que conservan pliegues en los bordes, el color sepia que destiñó. Cajas que se almacenaban en lo alto: de estanterías, de armarios, de la memoria. En esos rincones donde se salvan trocitos dispersos, una carta, un instante, una canción que sonaba cuando se tomó la fotografía. De todos ellos ¿qué pondrían a salvo?

 

Hay en Madrid un lugar que es un tesoro. Pero schhh, guarden el secreto. Porque así, cuando se descubre, se siente la emoción de los arqueólogos en un templo. El Instituto Cervantes recibe a sus visitantes por una puerta lateral, dejan tranquilas las miradas congeladas de las cariátides. Siempre en guardia, siempre asomando. Y una vez dentro, bajando las escaleras se descubre en un lateral, la que fue una cámara acorazada, el rincón sagrado. Una enorme puerta redonda que da paso a la más poética caja de caudales: la de las letras. Cuentan que allí Berlanga guardó un guión inédito. Conviven legados de García Márquez, Pizarnik, Herralde y Eduardo Mendoza, entre otros. Allí se guardan letras. Cápsula del tiempo, de memoria y de cultura.

Pero una noche de otoño, la tormenta fundió los plomos y con ellos, la seguridad. Los robos suceden como en un truco de magia, cuando todos miran a otro lado. Y así, con un disfraz de normalidad, un ladrón robó las palabras de aquellos que pusieron voz a la historia. Su linterna alumbró las pequeñas celdas metálicas, y con su ganzúa y habilidad, fue guardando en el zurrón parte del pensamiento y de la curiosidad. La que abre cerrojos, y cierra límites infinitos. Palabra a palabra, se llenó la noche de silencio.

Aquel ladrón las arrastró como un fantasma escaleras arriba, para acabar trepando, después de tanta pirueta muda, lo devolvieran a la calle Alcalá, confundiéndose entre otros. Hubo palabras que se enredaron en las paredes, otras se camuflaron en los muros convertidas en pintadas que los servicios de limpieza no pudieron borrar. Pero también hubo otras, más temerosas, que no consiguieron zafarse del zurrón del ladrón, quien no sabía que aquellas que vieran la luz antes de la fecha prevista, podían desintegrarse como el rostro de Eurídice cuando Orfeo se giró para mirarla. Como los deseos intocables, ésos que no se pueden retener. Y lo fueron haciendo, menos las que quedaron estampadas en la calle, a la vista y disfrute de todos, aquellas valientes que saltaron a tiempo.

Imaginen, imaginen aquel nuevo amanecer sin los términos que se esfumaron la noche anterior, sin poder hablar del cuchillo ¿con qué iban a untar las tostadas, a cortar los filetes o acuchillar en las novelas? Y así, poco a poco, fueron desapareciendo todos aquellos objetos cotidianos que no se podían nombrar.

“Lo que no se nombra no existe”

George Steiner.

 

El ladrón pudo ver las noticias en un bar en el que peleaban los -malos- olores a frito por destacar debido que otra baja había sido la palabra campana y la extractora también se vio afectada al dejar de estar. Así fue paseando por una ciudad mutilada, no sólo de nombres, también de verbo, incluso, de pensamiento. Pero como él aún las recordaba, garabateó en su libreta de hurtos aquellas caídas en la madrugada que dejó muda a la lengua.

Regresó al refugio y observó los cadáveres del diccionario, aquellas que de no ser por su avaricia, no hubieran sido ni polvo ni cenizas. Trató de dibujar sus grietas, de desenredarlas, de desdibujarlas e incluso de recorrer a la inversa el camino andado. No funcionó. Sin embargo, en su memoria seguían escritas, fue el último en verlas con vida, era el único que quizás, las recordara. Y así, una a una, se dedicó a escribirlas por las calles de la ciudad, para que no sólo fueran suyas. Llegó el anochecer y el tesoro del Cervantes seguía amputado. Aquella noche no se fundieron los plomos, pero consiguió saltarse una vez más las medidas de seguridad. Era su oficio, y era bueno porque verdaderamente le gustaba. Y así, fue devolviendo por primera y única vez el tesoro que había secuestrado: reescribió las palabras con el mismo amor de quien alumbra una idea.

Cuentan que, al terminar, escuchó un ruido y al girarse, era la sombra de Eurídice que, cual Caronte, le pasó el testigo y acabó por ser el fantasma que velaría el resto de noches de tormenta de todas las palabras perdidas. Las que aquel ladrón lector quiso sólo para sí. Aquellas que prefirió salvar del olvido.

Y como se guardaban fotografías en los altos, también se esconde memoria en todas las palabras que nos habitan.

Afortunadamente todo esto no fue más que un pensamiento, pero ¿qué sería de nuestro mundo si nos robaran las palabras? ¿la capacidad de imaginar? ¿Y la de pensar? ¿Cuáles pondrían a salvo?

Las mías:

Improbable.

Atraversar (atravesar con versos).

“La imaginación es parte fundamental del cambio hacia un mundo igualitario”

Siri Hustvedt.

Gracias Getafe Negro, Lorenzo Silva e Instituto Cervantes por un momento tan mágico que disparó mi imaginación.

BSO. Blue Train. John Coltrane.

85. Versión extendida. (Bajo el puente).

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Extender.

Del lat. extendĕre.

 

  1. tr. Hacer que algo, aumentando su superficie, ocupe más lugar o espacio que el que antes ocupaba. U. t. c. prnl.
  2. tr. Esparcir, desparramar lo que está amontonado, junto o espeso. Extender la hierba segada para que se seque. Extender la pintura con la brocha.
  3. tr. Desenvolver, desplegar o desenrollar algo que estaba doblado, arrollado o encogido. U. t. c. prnl.
  4. tr. Dar mayor amplitud y comprensión que la que tenía a un derecho, una jurisdicción, una autoridad, un conocimiento, etc. U. t. c. prnl.
  5. prnl. Dicho de un monte, de una llanura, de un campo, de un pueblo, etc.: Ocupar cierta porción de terreno.
  6. prnl. Ocupar cierta cantidad de tiempo, durar.
  7. prnl. Hacer por escrito o de palabra la narración o explicación de algo, dilatada y copiosamente.

 

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De breve a brevísimo quedó este relato que nació con el recuerdo bajo el puente. Porque me apetece recuperar la versión extendida para desenvolver, desplegar, durar o esparcir más en el pensamiento. Como se extiende la hierba sesgada para que se seque, ahora que nos acercamos a época de cosecha. Feliz septiembre.

 

Que su cuerpo hubiera aparecido debajo de aquel puente no fue ninguna casualidad. Allí por el pasaron bandoleros y demás paisaje de dudosa reputación. Ella no fue una mujer como las demás. O eso decían. Tampoco acostumbró a creerlo, era lo mejor que podía hacer para sobrevivir, nunca creer de más. Su piel se fue curtiendo con los años como sus emociones. Pero aquello tampoco era nada nuevo, sólo que muchos lo disfrazaban. Ella no. Durante los días siguientes, se llenaron páginas de miserias en los diarios. Mientras, el Olvido fue llenándose de niebla. Porque el Olvido también, come, pensó Ymelda Meyer. Ella que, fuera diferente o no, resolvió pequeños hurtos, pero nunca encontró un crimen como aquel. Nadie había acuchillado antes a la Esperanza, aquella puta vestida de verde, decía la canción. Y es que después de ella, llegaron el asesinato de la Ilusión, y el secuestro del Tiempo. Lo que Meyer no sabía, es que la Memoria también pendía de un hilo, y así, llena de silencios, se hizo cargo de aquel caso que se suponía imposible, pero ella era heredera de un legado improbable. Después de seguir las pistas, de hacerlo sola, como todo lo importante en la vida, llegó a través de varios anónimos, aquellos que parecían cebos más que un mapa, a aquel túnel lleno de sombras donde la humedad fue devorando y pudriendo cada posibilidad de escapar. En realidad, no pensaba hacerlo, no porque no tuviera miedo, claro que lo tenía, pero no quería que éste dictara sus pasos. Y menos aún para acabar en un mundo sin Ilusión, Tiempo y Esperanza. Importaban. Quizás porque tuviera a su tía postrada en la cama fría de un hospital que olía a lejía y anticipaba la muerte. Y a la muerte la pensaba en minúsculas, no quería que ganara la partida antes de tiempo. Ya bastantes letras y palabras de más se quedaban en las cunetas. Bastantes historias se perdían sólo por el Miedo, los silencios. Ella no quería ser cómplice, seguía nombrando a las cosas por su nombre, cayera quien cayera. Pero entonces, en aquel túnel en medio del bosque, escuchó un grito de auxilio. Era el Tiempo pidiendo socorro. Meyer se llevó la mano a su arma sabiéndose ridícula por no saber a qué, a quién se enfrentaba. Pero allí no había nadie. Sin embargo, no dejó de escuchar los gritos. Atravesó aquel lugar para llegar al bosque, a unos metros del puente. Creyó estar delirando. No le extrañaba que aparecieran alucinaciones después de aquel rastro que siguió a oscuras. No pudo olvidar el rostro roto de la Esperanza. Tampoco las sombras que envolvieron a la Ilusión marchita. Demasiado perdieron sin ellas, pero al Tiempo lo necesitaba, porque sabía que, sin él, el mundo se iría a la mierda. No sólo su tía, no sólo los afectos de su infancia. Y allí, en medio de ninguna parte, debajo del puente, lo encontró atado del cuello, con la misma desolación de una casa en ruinas, llena de abandono. Allí, al otro extremo de la cuerda, colgaba apaleada la Memoria, muda y derrotada. Meyer se sobresaltó. No pensaba encontrar a dos rehenes tan necesarios. Ya casi no creía en lo imprescindible hasta que los vio allí a punto de extinguirse, a la espera de unos minutos, de su decisión. Miró el reloj y supo que las amenazas del criminal estaban a punto de llegar a término. Si salvar al Tiempo o a la Memoria. No podía pensar. No se imaginaba un mundo sin ninguno de los dos. Aquella cuerda que unía sus cuerpos que quedarían suspendidos sobre un bloque de hielo al terminarse la cuenta atrás. Entonces hizo lo único que no la atormentaría por el resto de sus días. No eligió. Pero tampoco iba a verlos morir. Desató al Tiempo, convirtiéndose ella en rehén para que así, pegando un tiro a su cuerda, la Memoria quedara libre. Aquel mecanismo perverso tendría su víctima. La soga en su cuello. Aquel que años atrás quisieron romperle. El mismo que sintió vibrar con el calor de los susurros. Allí donde las ausencias siempre se le volvieron más grandes, casi infinitas. Entonces, La Nada salió de las sombras. Sí, siempre fue ella. Aquella enemiga envidiosa de todo lo que agitaba la Vida. La Nada, hermana del Olvido, con quien jugó en su infancia caprichosa a romper lo que otros quisieron construir. Nunca nadie puso límites. Así llegaron hasta allí, donde, después de haberse quedado sin Esperanza ni Ilusión, Meyer no podía permitir que también les arrebataran al Tiempo y la Memoria. Quería creer, por primera vez en muchos años, que podría volver a nacer una nueva Ilusión. Que jugaría con el Deseo cuando se hicieran mayores. Aquello, más que un acto de fe, era el recuerdo de su último anhelo y entonces lo supo. Su sacrificio no sería más que el castigo que nadie le puso a La Nada. Y con una sonrisa burlona, sintió que la Ilusión no había muerto del todo. En realidad, sólo necesitaba que alguien creyera en ella para volver a levantarse, y así fue cómo aquel crimen perfecto se rompió con la soga al cuello de la inspectora Ymelda Meyer que cayó al vacío, rompiendo a La Nada con un golpe de viento que la destrozó en mil pedazos.

No tardaron en encontrar a la inspectora Meyer bajo el puente. Ningún maleante se atrevió a acercarse. Los restos de crimen perfecto a su alrededor. Aquel que ni el Miedo quiso recomponer. Que el Olvido dejó a su suerte. Allí, junto al cuerpo de Ymelda, la Esperanza, la Ilusión, el Tiempo y la Memoria velándola como a una Blancanieves infinita que quizás, hubiera aprendido a creer, aunque fuera en imposibles.

 

BSO. Blue in green. Miles Davis.

 

 

 

Bajo el puente.

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Que su cuerpo hubiera aparecido bajo aquel puente, junto al precipicio no fue casualidad. No fue una mujer como las demás. O eso decían. El Olvido fue llenándose de niebla. Porque también come, pensó Ymelda Meyer. Nunca vió un crimen como aquel: la Esperanza desangrada, la Ilusión muerta y el Tiempo secuestrado. Meyer se hizo cargo porque no quiso escapar. No porque no tuviera miedo, claro que tenía, pero no iba a dictar sus pasos. Y menos aún para acabar en un mundo sin Tiempo. Meyer caminó por el precipicio buscando a la Memoria que estaba siendo torturada por La Nada, criminal invisible, descubierta con las manos en la masa. Entonces, tuvo la oportunidad de hacer aquel heroico intercambio. Una por otra. No podría soportar vivir en un mundo sin Tiempo ni Memoria. La Nada, caprichosa, aceptó. Lo que no podía imaginar, era que, con aquel salto al vacío de Meyer, el crimen perfecto de La Nada se rompió con un golpe de viento que la destrozó en mil pedazos.

 

#crimenperfecto

relato para el concurso #crimenperfecto de Tierra Trivium.

 

 

82. Mensaje en una botella.

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mensaje

Del occit. messatge.

 

  1. m. Recado que envía alguien a otra persona.
  2. m. Aportación religiosa, moral, intelectual o estética de una persona, doctrina u obra.
  3. m. Trasfondo o sentido profundo transmitido por una obra intelectual o artística.
  4. m. Comunicación entre colectividades, instituciones o entidades.
  5. m. correo electrónico (‖ información transmitida).
  6. m. Ling. Conjunto de señales, signos o símbolos que son objeto de una comunicación.
  7. m. Ling. Contenido de un mensaje.

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A todos los desconocidos que están por descubrir.

A mi madre que me hizo creer en lo posible, y que junto a mi padre, pude hacerlo en lo improbable.

BSO. Alice Coltrane – Turiya And Ramakrishna