71. De cuento.

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Cuento1

Del lat. compŭtus ‘cuenta1’.

 

  1. m. Narración breve de ficción.
  2. m. Relato, generalmente indiscreto, de un suceso.
  3. m. Relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención.
  4. m. coloq. Embuste, engaño. Tener mucho cuento. Vivir del cuento.

 

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A mi madre,

la mujer que me hizo creer y amar los cuentos.

 

Todo un universo dentro de una escasa definición.

Recuerdo mi niñez llena de historias, las que me contaba mi madre antes de dormir, que me hicieron soñar a lo grande, las que, quizás, me trajeron hasta aquí.

Cuentos, a veces, salvajes, como Barba Azul que nos atravesó a las dos en el pasado y me encontró de nuevo hace apenas mes y medio.

Busqué la versión de Ferrándiz de 1961 tan manoseada y dibujada en mi infancia y descubrí un final tremendo:

“Realizó un buen casamiento. Encontró un marido atento que la ayudó a hacer el bien. Y recordando el tormento que sufrió como escarmiento, y ya nunca más fue una esposa desobediente y curiosa”.

Barba Azul Ferrándiz

 

Regresé a Barba Azul con la distancia necesaria para encontrar un planteamiento llamativo: contaba Perrault que era rechazado por el color de su barba. No porque fuera sanguinario, no porque desaparecieran sus mujeres.

Barba Azul, ahora lo sé, se convirtió en un cuento síntoma.

 

Amélie Nothomb, cuya biografía parece un relato más (infancia en el lejano oriente, aderezado con raíces belgas), digiere el clásico para tejer un universo propio: sin prejuicios.

Humana y literaria, lúcida y ácida, alimenta un particular juego de puertas; las abiertas y aquellas que se teme y se desea abrir con la misma intensidad, las que anticipan monstruos en la oscuridad, inteligentemente guardados sin llave, cuestión de confianza.

 

La premisa; París, presente indefinido. Saturnine Puissant, joven belga, se presenta a una entrevista para un coninquilinato lleno de ventajas. Encuentra a Elimiro Nibal y Mílcar, grande de España, hasta las entrañas, inspirado en el Gran Duque de Alba (Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel), con cierto encanto, literariamente hablando.

De todas las mujeres aspirantes, Don Elimiro se decanta por la joven, a quien parece no impresionar la reputación que arrastra de desaparición de ocho mujeres y que agita la curiosidad de las candidatas; la misma que alimenta la trama desde tiempos de Perrault 1697, como moscas a la miel, no así a la candidata belga.

La única prohibición: entrar al cuarto oscuro donde se revelan secretos y fotografías cuya entrada tendrá consecuencias.

A partir de aquí: la curiosidad -femenina- versus el derecho al secreto.

 

La curiosidad, históricamente denostada, ha sido sin embargo la causa de avances, de nuevas miradas, incluso de cierta inteligencia intuitiva.

¿Acaso tiene género?

En este caso, la ácida mirada de Nothomb la conjuga en esta intimista investigación de la joven belga sin perder un gramo de surrealismo hambriento. Hambriento, sí, como la curiosidad que bate hasta hacer tortilla, mientras trama una fábula tan apetitosa como sugerente, sin avergonzarse ni disculparse con todos los ingredientes de Elimiro, culto seductor, maniático, de obsesiones teológicas arraigadas, tráfico de indulgencias y todo agitado con mucho, mucho huevo.

A la mesa, Saturnine, comparte asiento con Tánatos, que planea como un invitado más, observador del duelo dialéctico de digestiones lentas, donde se disponen: alimentos como herramientas de cambio; “la cocina es un arte y un poder”, la atracción masoquista femenina hacia el seductor protagonista “el miedo forma parte del placer” y el amor.

Un amor como proceso de transformación, no idealizado, descarnado, el que Elimiro construye tejiendo ausencias, quizás decepciones, las que coloreó sin sustituir las consecuencias de sus duelos, amando sus secuelas.

El de Saturnine que parte de su rechazo (“¿Tan pronto? ¿Y por tan poco?”), se alimenta a la sombra del lujo que rodea a Elimiro, que cual alquimista, convierte la seducción en civilización; de alimentos en la cocina, de tejidos en la confección para una mujer que se ve obligado a inventar en su búsqueda de “la frontera entre la amada y uno mismo”.

 

“Pensar un vestido para un cuerpo y un alma, cortarlo, juntarlo, es el acto de amor por excelencia”. “Cada mujer exige una ropa distinta. Se requiere una atención suprema para sentirlo: hay que escuchar, mirar. Sobre todo no imponer los propios gustos. Para Émeline, fue un vestido de color de día. Ese detalle del cuento Piel de asno la tenía obsesionada. Faltaba decidir de qué día se trataba: un día parisino, un día chino ¿y de qué estación? Dispongo aquí del catálogo universal de los colores, taxonomía establecida en 1867 por la metafísica Amélie Casus Belli: un compendio indispensable. Para Proserpine, fue una chistera de encaje de Calais. Me dejé las cejas confiriéndole a tan frágil material la rigidez adecuada, pero también la capacidad de escamoteo que exige este tipo de sombrero. Me atrevo a decir que lo conseguí. Séverine, una sévrienne algo severa, tenía la delicadeza del cristal de Sèvres: creé para ella una capa catalpa cuyo tejido tenía el sutil azul de la caída de las flores de ese árbol en primavera. Incardine era una chica de fuego: esa criatura nervaliana merecía una chaqueta llama, auténtica pirotecnia de organdí. Cuando se la ponía, me incendiaba. Térébenthine había escrito una tesis sobre el hevea. Pinché un neumático para recuperar la dúctil sustancia y poder realizar un cinturón-corpiño que le confería un porte admirable. Mélusine tenía los ojos y la silueta de una serpiente: completé su figura con un vestido tubo sin mangas, de cuello alto, que le llegaba a los tobillos. Estuve a punto de aprender a tocar la flauta para encantarla cuando se vestía así. Albumine, por motivos que no creo que deba explicar, fue la razón que me llevó a concebir una blusa cáscara de huevo de cuello merengue, en poliestireno expandido: una auténtica gorguera. Soy partidario del regreso de la gorguera española, no hay nada más apropiado. En cuanto a Digitaline, de venenosa belleza, inventé para ella un guante medidor. Unos largos guantes de tafetán púrpura que ascendían hasta más allá del codo y que gradué para ilustrar el adagio latino de Paracelso “Dosis sola facit venenum”: sólo la dosis hace al veneno.”

El amor es una cuestión de fe, ésta es una cuestión de riesgo

Ponemos a prueba lo que amamos. Elimiro.

Uno protege los que ama. Saturnine”.

 

Y en ese rincón entre las dos miradas del amor, dispares, incluso lejanas, ambos se encuentran en un rincón habitado por el color dorado, el mismo que agita las contradicciones de la belga en cada copa de champagne, suerte que invade al resto de sentidos en su enamoramiento bizantino, pura sinestesia.

 

“¿Qué es el color? El color no es el símbolo del placer, es el último placer. Es tan auténtico que en japonés “color” puede ser sinónimo de “amor”.

 

Saturnine cae en su propia trampa, desarmada, descubre ese amor con color propio y líquido, el que inventa para ella, amarillo número 87, el del forro de acetato de la falda que acaricia su piel, regándola de oro como las veladas que alimentan su curiosidad donde los matices del tejido “componen el amarillo asintótico; el color metafísico por excelencia”.

Después de negociar consigo misma su enamoramiento, justifica al que desea no sea un asesino, apenas un tipo excéntrico que acaso ¿guarde un secreto atroz sin ser culpable?

Ser o no culpable.

Ser o no víctima.

Saturnine no es víctima ni culpable.

Elimiro le reconoce que “también se puede amar el mal” y se descubre ante ella, la invita a entrar al cuarto oscuro que revela el último aliento de aquellas que le precedieron, se preguntaron “amor mío ¿cómo puedes no acudir a salvarme?”.

Allí donde sus fantasmas se convirtieron en un muestrario de retratos incompleto, de vestidos y colores, al otro lado de la doble óptica de la Hasselblad que multiplica las miradas de Saturnine, donde ella elige no formar parte del mosaico inacabado de las desaparecidas, muertas por su curiosidad y retratadas para siempre en su falta, en la que se encuentra consigo después de descubrirse poliédrica en las fotografías tomadas por Elimiro:

“¡Qué agradable era no ya ser otra, sino ser cincuenta otras distintas!”

 

Final (sin filtro).

Ser y no ser una y todas, piensa Saturnine, lo anhela con la misma intensidad con la que Elimiro necesita su retrato que complete su colección. Quizás aquello que les unió, fuera lo que los separe.

Dos personajes que avanzan a través de sus anhelos, de sus sombras y también de sus pérdidas.

Y como en el cuento original, Barba Azul tiene que morir. Que nadie acuda al rescate de Saturnine completa la transformación; ella, símbolo de Saturno, planeta de plomo, se salva de quizás también de sí misma hasta convertirse en oro, en el brillo eterno en el instante en el que su némesis expira. Pura alquimia.

Como el poso de una y varias lecturas, donde la metáfora se alimenta a capas en este juego de puertas abiertas y a medio cerrar, que es la in-existencia.

 

44. Pastelosos.

Rosa-Cuarzo-color-2016

pastel

Del fr. ant. pastel.

1/ 2. adj. Dicho de un color: De tono suave. Colores pastel. / adj. De color pastel.

3/4. m. Masa de harina y manteca, cocida al horno, en que ordinariamente se envuelve crema o dulce, y a veces carne, fruta o pescado. / m. Pastelillo de dulce.

  1. m. pintura al pastel.
  2. m. coloq. Convenio secreto entre varias personas, con malos fines o con excesiva transigencia.
  3. m. coloq. Beneficios, económicos o de poder, especialmente cuando son susceptibles de reparto.

descubrirse el pastel. loc. verb. coloq. Hacerse público y manifiesto algo que se procuraba ocultar o disimular.

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¿De qué color son los recuerdos?

Cerremos los ojos un segundo, lo justo para recordar el vaho rosa del algodón de azúcar con el que volar hasta algún rincón de la infancia, a una primavera que se levanta como florecen los cerezos y peonias, y ahí, donde se roza ese lugar invisible, imposible, de una seducción muda, ciega e intocable y sin embargo, llena de aromas.

Ahí, en ese rinconcito de la memoria, todo despierta, y así arranca este año de los colores de un atardecer de invierno, con los que Pantone ofrece una tregua gracias a este dúo naif, pura dulzura, y quizás toma el relevo de lo que ya llevaban tiempo anunciando grandes casas como Elie Saab, Dior, Chloè…

 

 

PANTONE-Color-of-the-Year-2016La elección del rosa ha sido acordada tras el análisis de colecciones de desfiles del último trimestre que tendrá presencia para el público la próxima primavera, todo ello en informes ya existentes de Pantone. Esta realidad difiere del habitual método de elección, así como ocurría en el último periodo del siglo XIX: se debía a la limitada oferta de proveedores de tintes textiles que reflejaban las próximas tendencias en función de la moda, matemáticamente hablando, cromática.

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Veremos, una vez más, como les maisons se rinden a la ternura, poniéndose pastelosas (no se me malinterprete) con su particular homenaje a la ingenuidad resistente, tan maltratada en un mundo de inmediatez y de presiones impertinentes, haciéndoles frente con este delicado binomio, recomponiendo un lugar para los afectos en versión soft y sin duda, edulcorado.

sun and moon 2A veces tan necesario como el vaivén del mar, con su lucha constante, amando a ese cielo que nunca roza, siquiera al amanecer, para convertirlo en fetiche de sus sueños, y en esa ilusión acuarelada, se amasa esta pareja con el frescor de la infancia para regresar al lugar donde los recuerdos se forman como leve nube de azúcar y se pulen como piedras en el océano, y también, porqué no, de una deliciosa y eterna dualidad, donde lo femenino y lo masculino se relacionan y funden a colores que sin embargo, crean un maravilloso misterio, aún por resolver en esta paradoja de la naturaleza; si el sol-fuego y la luna-agua tuvieran que elegir, se decantarían por los contrarios al ser humano.

Así como la vida y la mujer engendran.

Así como el rosa femenino se funde en una nebulosa que todo lo transforma, y lo convierte en agua, ahora, cuando el año está por llegar, aún todo es posible. Bleu. Madame Bleu.

 

Pd. Dedico este primer texto de 2016 a Lyona, presente desde hace tiempo en cada palabra rosa y azul, a la búsqueda de en un encuentro que amadrine con sus trazos y su imaginación.

 

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40. L’amour fou (dícese “amor loco”).

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enamoramiento.

  1. m. Acción y efecto de enamorar o enamorarse.

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Nota: No creo que se pueda explicar el amor; esta vez, prescindo de la definición de la RAE, porque hay tantos amores como momentos, aprendizajes y personas.

El otoño siempre llega antes a París, quizá sea otro de los motivos por los que enamora un poquito más. Aterrizar en un verano tardío y regresar de un prefall -que llaman las revistas- en estado puro; caída libre de las primeras hojas con cierto e inevitable grado de embriaguez que da el vino, los dulces placeres mundanos y una nueva edición feriante. Aquel juego de seducción a contrarreloj, apenas tres días para mostrar lo mejor de cada casa, colección tras colección: flechazos locos entre muestrarios que lo descolocan todo, tanto como fugaces, que pasada la emoción del momento, de regreso a la realidad, habrá quienes reciban muestras con una idea inevitable ¿y por qué pediría yo esto?.

No se alarmen, es un delirio habitual que dura lo que un suspiro, pero a veces, sin aparente motivo, se produce el milagro: del enamoramiento se pasa al compromiso, a la elección de quedarse, de la lucha por la supervivencia de un amor, más allá de una ilusión. Y ahí es cuando comienza el reto.

Sí, el reto, de no dejarlo caer día a día, de construirlo. De atreverse contra todo pronóstico, confiando en el temido mano a mano (no sean malpensados, o bueno, sí, cada cual es libre de sus pensamientos) de las responsabilidades de cada uno y del otro, desactivando resistencias, de inscribir ese amor en la piel para sobrevivir a la muerte.

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En definitiva; hacerse un poco el loco en el vértigo y los riesgos que asaltan, hacerlo que funcione desanudando -y desnudando- conflictos, porque, seamos sinceros, realmente ¿hemos aprendido a amar?

Los enamoramientos locos y urgentes se extinguen como la piel muerta del pasado, y ¿después?

Después hay quienes descubren el aturdimiento de una carrera sin horizonte más allá de la pasión inicial y descartan la posibilidad de quedarse, del amor.

Efectivamente el enamoramiento cae, así como no llevamos la misma prenda a diario, tanto roce la destrozaría, pero sí aprendemos a elegir los momentos que dedicarle, y en qué circunstancias querer tener cerca lo que se ama.

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«Encuentra lo que amas y deja que te mate» Bukowski. (Me genera una nueva cuestión ¿debemos revisar lo que entendemos por amor? ¿Hasta dónde se instala la idea de amor trágico para descartar los que no incluyen fantasmas?)

Pequeñas decisiones que diferencian el amor con el enamoramiento, para no confundirlos y así quemarlo y desgastarlo.

Sin embargo, a diario vivimos rodeados de baratijas con fecha de caducidad que no se miman porque su vida limitada aguantará como mucho una temporada para ir encadenando enamoramientos, pocos son los que aprenden a amar comprometiéndose con el deseo que nos habita, cambiando el rumbo incluso hasta del mejor patrón, porque queridos amigos, dejar morir lo que sentimos, también es estar loco -corazón loco-.

Dedico este texto a quienes me ayudaron a partirme en dos y mirar dentro, a aprender a amar, a luchar por el deseo que me habita y a no rendirme en cada decisión.

Gracias a mi madre, a Gustavo y a mis amigas valientes que aman incluso cuando se nos abren las tripas. Gracias por vuestro compromiso.

38. The new black.

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blanco, ca.

(Del germ. *blank; cf. a. al. ant. blank).

  1. adj. Del color que tienen la nieve o la leche. Es el color de la luz solar, no descompuesta en los varios colores del espectro. U. t. c. s.
  2. adj. Que ha perdido el color de la cara a causa de una emoción fuerte, un susto o una sorpresa.
  3. adj. coloq. cobarde (‖ pusilánime). U. t. c. s.
  4. m. Todo objeto sobre el cual se dispara un arma.
  5. m. Espacio que en los escritos se deja sin llenar.
  6. m. Intermedio en la representación de obras dramáticas.
  7. m. Fin u objeto a que se dirigen deseos o acciones.
  8. f. Mús. Nota que tiene la mitad de duración que la redonda.

conocérsele a alguien algo en lo ~ de los ojos.

  1. loc. verb. coloq. U. para indicar que se ha penetrado su intención o deseo, sin querer explicar cómo.

dar en el ~.

  1. loc. verb. coloq. acertar.

en blanco.

  1. loc. adj. Dicho de un libro, de un cuaderno o de una hoja: Que no están escritos o impresos. U. t. c. loc. adv.
  2. loc. adj. Dicho de una espada: desenvainada.
  3. loc. adv. Sin comprender lo que se oye o lee. Quedarse en blanco
  4. loc. adv. Sin saber qué decir. Se quedó en blanco
  5. loc. adv. coloq. Arg. De conformidad con las prescripciones y ordenanzas legales.

en blanco y negro.

  1. loc. adj. Dicho especialmente de una película, de una fotografía o de un televisor: Que no reproduce los colores.
  2. loc. adv. Sin colores. Los perros ven en blanco y negro

no distinguir alguien lo ~ de lo negro.

  1. loc. verb. coloq. Ser muy lerdo o ignorante.

ser alguien el ~ de todas las miradas.

  1. loc. verb. coloq. Ser el centro de atención de los presentes.

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El nuevo negro, así deciden muchas revistas de moda bautizar al color de la luz, blanco de todas las miradas, en esa manía tan nuestra de compararlo todo. Con lo anterior, con lo que está por llegar, y yo más, y tú más.

En esta realidad cíclica -incluso a veces ciclotímica- en la que tanto inquieta todo lo no referenciado, con esa constante necesidad de etiquetar para que se mantenga la regencia de la norma, de lo conocido.

Y así, como si de la novedad se tratara, regresa el verano engalanadito de blanco, con fuerza ciclónica y balear. Y yo me declaro enamorada de esa idea utópica de un verano mediterráneo, con las ventanas abiertas mientras se agitan las cortinas, al otro lado del azul del mar. Y caen siestas envuelta en vestidos ibicencos y hogares de líneas minimal para un toque sofisticado (o sofis, que dicen las revistas IN: me pregunto qué dirían si la cachiporra fuera el nuevo must sadomaso).

Bien, retomemos.

Y qué mejor que una tormenta de ideas para despejar la mente de siestas infinitas.

Un, dos, tres, responda otra vez.

Paisajes mediterráneos.

Niños corriendo y ventanas abiertas por un nuevo detergente que aclara «más blanco, no se puede». (Evidencia que los años de carrera universitaria dejaron un poso, limitado, pero poso, al fin y al cabo).

Las flores de mi jazmín en primavera.

Las Salinas cerca de una playa mediterránea.

Mi hogar.

El azúcar y la sal -de la vida-.

Espárragos de Tudela.

Ajoblanco. Para variar, la dispersión que entra siempre por el gusto…

La temida y adorada página en blanco.

Dar en el blanco.

Así como Hitchcock desataba el pánico en Recuerda de un paciente de un particular psicoanálisis gracias a unas rayas sobre fondo blanco.

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Blanqueado de pensamientos en este mes parecía no llegar nunca, esa dulce, cual terrón de azúcar, cuenta atrás; blanco de todas las miradas, de lo que venimos soñando desde hace unas semanas, ésa palabra mágica: VACACIONES, para al fin: vestirse de blanco en la playa, en casa, en las eternas siestas, en el dolce far niente, en un helado de stracciatella derritiéndose en una noche de verano y disfrutar de un presente, cual regalo merecido después de un año tan intenso.

Com’è che non riesci più a volare

com’è che non riesci più a volare

com’è che non riesci più a volare

com’è che non riesci più a volare

 Con le tue finestre aperte sulla strada e gli occhi chiusi sulla gente

con la tua tranquillità, lucidità, soddisfazione permanente

la tua coda di ricambio

le tue nuvole in affitto

le tue rondini di guardia sopra il tetto.

Com’è che non riesci più a volare

com’è che non riesci più a volare

com’è che non riesci più a volare

com’è che non riesci più a volare

 Con i tuoi entusiasmi lenti precisati da ricordi stagionali

e una bella addormentata che si sveglia a tutto quel che le regali

con il tuo collezionismo

di parole complicate

la tua ultima canzone per l’estate.

Fabrizio D’andré. Cazone per l’estate.

¡Feliz verano!

12. Retal

banderas rotas de La Sedera

retal.

(Del cat. retall, de retallar, recortar).

1. m. Pedazo sobrante de una tela, piel, chapa metálica, etc.

2. m. Cualquier pedazo o desperdicio de telas o de piel, especialmente de la que sirve para hacer la cola que usan los pintores.

3. m. Conjunto de pedazos sobrantes o desperdicios de tela, piel, metal, etc.

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Comemos recortes en época de rebajas, con gesto de placer insospechado, mientras se escuchan en las noticias cuestiones, que no verdades, de un mundo ajeno, retallado, -del catalán.-

¿Y en qué se diferencia el retal más maravilloso de una palabra descolgada, desconchada de una lengua amada y despreciada en igual medida?

Hay quienes no comprenden que se pueda amar una prenda.

Los hay también que les parece insultante que se haga lo propio con una lengua.

Los hay, incluso, que no conciben que se pueda amar más allá de las cláusulas que alguien decidió establecer.

Se puede amar, claro que sí, a base de retales de nuestras vestiduras.

Más o menos rasgadas, más o menos vividas.

Lo que sin duda es una pena, es que a esos pequeños rincones que a veces se salvan y otras veces, no, los llamen desperdicios.

Lugares donde quedarse, o de donde no querer marcharse, en forma de tramas inacabadas, retallados de historias, de ideas comunes y dispares.

Hilaturas descolgadas y perdidas en un mundo de certidumbres y cláusulas.

Tejidos deshilachados empapados de nostalgia y romanticismo en falta.

Y así es como el lenguaje se vuelve cruel, adverso, al denostar su circunstancia de sobra, de desperdicio en este mundo grandilocuente y hueco. Al descomponernos ante una mirada atónita que choca contra la mínima duda o fragmentación, en un mundo impuesto de posibilidades inequívocas. Donde no parece posible que de la unión de pequeños pedazos componga nada nuevo, y que sin embargo, rompe la esperanza de abrir nuevas verdades, nuevas vías.

Pero, precisamente, el retal tiene una oportunidad de esperanza, de volver a empezar.

Así como el romanticismo de un jirón maltrecho que sobrevive para tener un nuevo rumbo.

Un lugar casi invisible del que no se esperaba nada y emerge como una flor en un jardín moribundo. Y, al final, nace el bosque de sobras, de desperdicios, para crear algo nuevo, el patchwork. Pero ésa, ya es otra historia.

Homenaje detalle de imagen de retales de La Sedera.
Porque en el fondo, no puedo evitar esa nostalgia romántica.

Recortes de historias que nos recomponen al final, creando nuevos principios. Como si de un patrón nuevo se tratara, inventando nuevas formas que valgan la pena.

Retales, a veces, como banderas rotas, y otras, como sugerencias de nuevos caminos.

“He puesto sobre mi mesa….”

https://www.youtube.com/watch?v=RN3KZ35mTo8

(otro homenaje, ya van casi 3 años…)