98. Despedidas. -polvo de estrellas-.

586D10FD-E132-4301-920E-401E80995F53

despedir

  1. tr. Soltar, desprender, arrojar algo. Despedir el dardo, la lanza, la piedra.
  2. tr. Difundir o esparcir. Despedir olor, rayos de luz.
  3. tr. Apartar o arrojar de sí algo no material.
  4. tr. Alejar, deponer a alguien de su cargo, prescindir de sus servicios. Despedir al criado, las tropas. U. t. c. prnl.
  5. tr. Dicho de una persona: Apartar de sí a alguien que le es gravoso o molesto.
  6. tr. Acompañar durante algún rato por obsequio a quien sale de una casa o un pueblo, o emprende un viaje.
  7. prnl. Hacer o decir alguna expresión de afecto o cortesía para separarse de alguien.
  8. prnl. Renunciar a la esperanza de poseer o alcanzar algo. Despídete DE ese dinero.

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

Racconto per un addio

          Non mi sono mai piaciuti  gli addii -disse la piccina mentre esprimeva un desiderio stringendo forte i pugni.

Ma non dirlo a voce alta o non si sarà avverato- disse qualcuno.

 

Sempre minaccianti, pensó anni dopo.

Le stelle cadenti furono testimoni di tanti desideri non avverati. Ma ce ne furono altri che forse per caso si furono avverati. Erano proprio quelli gli indispensabili,almeno per lei.

Passato il tempo pensava alla sciarpa rossa che non aveva mai avuto ed anche ad altri ricordi mai esistiti; perche mai non poteva essere lo stesso con i desideri?

Un pomeriggio d’ estate come tanti altri, tutti schiacciavano un pisolino pesante e afoso. Lei no.

Ci provó con tutte le sue forze, ma non poteva smettere di pensare al tatto dei tovaglioli rimasti sulla tavola, accanto alle bricioline di pane.

Si alzó senza farsi sentire. Li guardó un pó e poi li sistemò uno per uno,in base ai loro colori. Li osservava come stregata. I tovaglioli erano stracci smarriti, come lei stessa. Molti vennero scartati,altri rimasero nella scatola dei bottoni smarriti e dei frammenti di striscia ricamata. Quel tesoro che la piccina aveva ereditato da una prozia mai conosciuta ma sí imaginata.

Giocava con i tovaglioli come se fossero ali,scuotendone via le briciole. Spaiati,di colori, stampe e tessuti diversi.Condannati alla dissidenza o alla magica solitudine di una bambina di sette anni. Malgrado tutto,per lei erano particolari. Erano i testimoni di vestiti rattoppati da una sarta, di prove per tendine che finirebbero sbiadite, di pezzi di cappotti in passato riscaldanti, di lenzuola per una casa al

mare, persino del pigiama di qualche bambina che giocasse con stracci nell’ altra parte del mondo.

Quello che non poteva immaginare é che, mettendo insieme i pezzi,questi diventerebbero un tappeto magico. Uno che la farebbe volare ovunque, almeno per una volta, ma non soltanto a un luogo preciso,anche a un certo momento scelto da lei, anche se non fosse veramente accaduto. Se lo avesse saputo si sarebbe messa a pensarlo forte, con i pugni stretti e lo sguardo fisso. Cosí, smettendo  di carezzare quelli tessuti  stregati l’ incantesimo sarebbe rotto. Una cosa del genere accadde quando sentí nel corridoio i passi del padre che si avviava e dopo quelli di tutti  gli altri .La tranquillità  é finita, pensò.

Quella era la  notte perfetta per le Perseidi o almeno cosí dicevano le notizie. Lei aveva già pronti un paio di desideri,anzi due,mica uno non sbagliasse, si disse. Ma non poteva esprimerli a voce alta, mica non si avverano,come veniva sempre ribadita. Ma la piccina bruciava dalla voglia di condividerli, non le piaceva tenerseli,i segreti, e meno ancora quelli che,ne era sicura, farebbero strappare qualche sorriso. Ma un no é sempre un no, diceva sua zia,quella che lei s’era inventata con storie altrui. Rimase concentrata tutto il pomeriggio per non rivelare i suoi desideri,così concentrata che in qualche modo questi iniziarono a fuoriuscire attraverso la sua pelle, come se fossero cuciti agli stracci con i quali non smetteva di giocare, componendoli come pezzi di un puzzle; come se potessero sentirla.

E forse potevano.

Era notte fitta. Tutti guardavano il cielo lanciando in aria i loro desideri muti dalle finestre aperte.

Lei non aveva bisogno di tutto questo per vedere le stelle cadenti,per continuare ad inventare desideri. Inosservata da tutti, decolló  come una cometa. Chissá  perché lei veniva da un’ altro pianeta, chissá perché era il momento dell’ addio, d’ iniziare il volo.

Sapevano che in fondo, lei era di passaggio. E lasciò indietro poche parole, quelle che non ebbe il tempo di dire: grazie per il tempo,per esserci incontrati.Tutti gli altri quando si svegliarono riuscirono soltanto, malgrado la malinconia,ad augurarle un buon viaggio. Dicono che quella notte apparvero le più belle stelle cadenti.

Dei desideri lasciati nessuno osò parlare.

 

Racconto in omaggio a Riccardo.

Per lui, Maria ed Eleonora.

 

          Nunca me gustaron las despedidas. – dijo la pequeña mientras pedía un deseo apretando fuerte los puños.

          Pero no lo digas en voz alta, o no se cumplirá. – dijo alguien.

Siempre amenazando, pensó con los años.

Las estrellas fugaces fueron testigo de muchos deseos que no se cumplieron. Pero, los hubo que, fuera casualidad o no, sí lo hicieron. Aquellos eran los imprescindibles, al menos, para ella.

Con los años, pensaba en una bufanda roja que nunca tuvo, así como otros recuerdos que no existieron ¿por qué no podría ser también con los deseos?

Una tarde de verano, como tantas otras, todos dormían una siesta pesada, pegajosa. Ella no. Lo intentó, con todas sus fuerzas, pero no dejaba de pensar en el tacto de las servilletas que quedaron sobre la mesa junto con las miguitas del pan.

Se levantó sin hacer ruido.

Las estuvo mirando un rato, y después, las colocó una a una por colores. Observaba como si estuviera hechizada.

Las servilletas fueron retales, tan sueltos como ella. Muchos fueron despojos, otros quedaron en la caja de los botones dispersos, de fragmentos sueltos de tira bordada. Aquel tesoro que la pequeña heredó de una tía abuela que no conoció y se dedicó a inventar.

Ella jugaba con las servilletas como si fueran alas, sacudiéndolas de las migas.  Desparejadas, de distintos colores, tejidos y estampados. Condenadas a la disidencia, o la mágica soledad de una niña de siete años.

Pero, a pesar de todo, para ella eran especiales.

Eran los testigos de vestidos que alguna modista remendó, las pruebas para alguna cortina que acabaría desgastando sus colores, las sobras de los abrigos que calentaron años atrás, las sábanas de una casa de playa, incluso, el pijama de alguna otra niña que quizás también jugara con sus trapos al otro lado del mundo.

Lo que no podía imaginar, era que, uniendo los trocitos, se convirtieran en una alfombra mágica. Una que le haría volar donde ella quisiera, al menos, una vez. Pero, más aún, no sólo a un lugar, también, a un momento que eligiera. Hubiera sucedido o no.

De haberlo sabido se hubiera puesto a pensar muy fuerte, con los puños apretados y la mirada concentrada. Y así, se hubiera roto el hechizo, dejando de acariciar aquellos tejidos mágicos.

Algo así como lo que ocurrió cuando oyó, en el pasillo, la voz de su padre poniéndose en marcha. Y después de él, vinieron los demás. Se acabó la calma, pensó.

Aquella noche era la mejor para las Perseidas. O eso decían en las noticias. Ella ya tenía un par de deseos preparados. Al menos dos, se dijo, por si el primero fallaba. No podía decirlos en voz alta, porque, entonces, no se cumplían. No paraban de insistir. Pero la pequeña, se moría de ganas de compartirlos. No le gustaba guardar secretos, y menos aún, aquellos, que, estaba segura, arrancarían más de una sonrisa. Pero no. Y si es que no, es que no. O eso al menos, decía su tía. Ésa a la que se fue inventando con las historias ajenas.

Estuvo toda la tarde tan concentrada en no revelar sus deseos que, de algún modo, se le fueron filtrando a través de la piel. Como si los hubiera cosido a los retales, con los que no dejaba de jugar y ordenó como un puzzle. Como si éstos, pudieran escucharla.

Quizás lo hicieran.

Era noche cerrada. Todos miraban al cielo, lanzaban deseos mudos al aire, con las ventanas abiertas.

Ella no lo necesitaba para ver estrellas fugaces. Para seguir inventando deseos. Y sin que nadie la viera, despegó como un cometa. Quizás porque fuera de otro planeta, o tal vez porque era momento de despedirse, de salir volando.

Sabían que, en el fondo, estaba de paso. Y dejó detrás pocas palabras. Las que no tuvo tiempo de pronunciar: Gracias por el tiempo, por habernos conocido.

Los demás, al despertar, a pesar de la añoranza, sólo pudieron desear buen viaje.

Cuentan que aquella noche, se vieron las más bonitas estrellas fugaces. De los deseos que dejaron detrás, ya nadie se atrevió a hablar.

Cuento homenaje a Riccardo, para él, a Maria y Eleonora.

Muy agradecida al señor Arturo M por la traducción.

 

BSO. Senza Fine, Gino Paoli.

71. De cuento.

Imagen de http://garandaromero.blogspot.com.es/2013/07/minimundos.html

 

Cuento1

Del lat. compŭtus ‘cuenta1’.

 

  1. m. Narración breve de ficción.
  2. m. Relato, generalmente indiscreto, de un suceso.
  3. m. Relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención.
  4. m. coloq. Embuste, engaño. Tener mucho cuento. Vivir del cuento.

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

 

A mi madre,

la mujer que me hizo creer y amar los cuentos.

 

Todo un universo dentro de una escasa definición.

Recuerdo mi niñez llena de historias, las que me contaba mi madre antes de dormir, que me hicieron soñar a lo grande, las que, quizás, me trajeron hasta aquí.

Cuentos, a veces, salvajes, como Barba Azul que nos atravesó a las dos en el pasado y me encontró de nuevo hace apenas mes y medio.

Busqué la versión de Ferrándiz de 1961 tan manoseada y dibujada en mi infancia y descubrí un final tremendo:

“Realizó un buen casamiento. Encontró un marido atento que la ayudó a hacer el bien. Y recordando el tormento que sufrió como escarmiento, y ya nunca más fue una esposa desobediente y curiosa”.

Barba Azul Ferrándiz

 

Regresé a Barba Azul con la distancia necesaria para encontrar un planteamiento llamativo: contaba Perrault que era rechazado por el color de su barba. No porque fuera sanguinario, no porque desaparecieran sus mujeres.

Barba Azul, ahora lo sé, se convirtió en un cuento síntoma.

 

Amélie Nothomb, cuya biografía parece un relato más (infancia en el lejano oriente, aderezado con raíces belgas), digiere el clásico para tejer un universo propio: sin prejuicios.

Humana y literaria, lúcida y ácida, alimenta un particular juego de puertas; las abiertas y aquellas que se teme y se desea abrir con la misma intensidad, las que anticipan monstruos en la oscuridad, inteligentemente guardados sin llave, cuestión de confianza.

 

La premisa; París, presente indefinido. Saturnine Puissant, joven belga, se presenta a una entrevista para un coninquilinato lleno de ventajas. Encuentra a Elimiro Nibal y Mílcar, grande de España, hasta las entrañas, inspirado en el Gran Duque de Alba (Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel), con cierto encanto, literariamente hablando.

De todas las mujeres aspirantes, Don Elimiro se decanta por la joven, a quien parece no impresionar la reputación que arrastra de desaparición de ocho mujeres y que agita la curiosidad de las candidatas; la misma que alimenta la trama desde tiempos de Perrault 1697, como moscas a la miel, no así a la candidata belga.

La única prohibición: entrar al cuarto oscuro donde se revelan secretos y fotografías cuya entrada tendrá consecuencias.

A partir de aquí: la curiosidad -femenina- versus el derecho al secreto.

 

La curiosidad, históricamente denostada, ha sido sin embargo la causa de avances, de nuevas miradas, incluso de cierta inteligencia intuitiva.

¿Acaso tiene género?

En este caso, la ácida mirada de Nothomb la conjuga en esta intimista investigación de la joven belga sin perder un gramo de surrealismo hambriento. Hambriento, sí, como la curiosidad que bate hasta hacer tortilla, mientras trama una fábula tan apetitosa como sugerente, sin avergonzarse ni disculparse con todos los ingredientes de Elimiro, culto seductor, maniático, de obsesiones teológicas arraigadas, tráfico de indulgencias y todo agitado con mucho, mucho huevo.

A la mesa, Saturnine, comparte asiento con Tánatos, que planea como un invitado más, observador del duelo dialéctico de digestiones lentas, donde se disponen: alimentos como herramientas de cambio; “la cocina es un arte y un poder”, la atracción masoquista femenina hacia el seductor protagonista “el miedo forma parte del placer” y el amor.

Un amor como proceso de transformación, no idealizado, descarnado, el que Elimiro construye tejiendo ausencias, quizás decepciones, las que coloreó sin sustituir las consecuencias de sus duelos, amando sus secuelas.

El de Saturnine que parte de su rechazo (“¿Tan pronto? ¿Y por tan poco?”), se alimenta a la sombra del lujo que rodea a Elimiro, que cual alquimista, convierte la seducción en civilización; de alimentos en la cocina, de tejidos en la confección para una mujer que se ve obligado a inventar en su búsqueda de “la frontera entre la amada y uno mismo”.

 

“Pensar un vestido para un cuerpo y un alma, cortarlo, juntarlo, es el acto de amor por excelencia”. “Cada mujer exige una ropa distinta. Se requiere una atención suprema para sentirlo: hay que escuchar, mirar. Sobre todo no imponer los propios gustos. Para Émeline, fue un vestido de color de día. Ese detalle del cuento Piel de asno la tenía obsesionada. Faltaba decidir de qué día se trataba: un día parisino, un día chino ¿y de qué estación? Dispongo aquí del catálogo universal de los colores, taxonomía establecida en 1867 por la metafísica Amélie Casus Belli: un compendio indispensable. Para Proserpine, fue una chistera de encaje de Calais. Me dejé las cejas confiriéndole a tan frágil material la rigidez adecuada, pero también la capacidad de escamoteo que exige este tipo de sombrero. Me atrevo a decir que lo conseguí. Séverine, una sévrienne algo severa, tenía la delicadeza del cristal de Sèvres: creé para ella una capa catalpa cuyo tejido tenía el sutil azul de la caída de las flores de ese árbol en primavera. Incardine era una chica de fuego: esa criatura nervaliana merecía una chaqueta llama, auténtica pirotecnia de organdí. Cuando se la ponía, me incendiaba. Térébenthine había escrito una tesis sobre el hevea. Pinché un neumático para recuperar la dúctil sustancia y poder realizar un cinturón-corpiño que le confería un porte admirable. Mélusine tenía los ojos y la silueta de una serpiente: completé su figura con un vestido tubo sin mangas, de cuello alto, que le llegaba a los tobillos. Estuve a punto de aprender a tocar la flauta para encantarla cuando se vestía así. Albumine, por motivos que no creo que deba explicar, fue la razón que me llevó a concebir una blusa cáscara de huevo de cuello merengue, en poliestireno expandido: una auténtica gorguera. Soy partidario del regreso de la gorguera española, no hay nada más apropiado. En cuanto a Digitaline, de venenosa belleza, inventé para ella un guante medidor. Unos largos guantes de tafetán púrpura que ascendían hasta más allá del codo y que gradué para ilustrar el adagio latino de Paracelso “Dosis sola facit venenum”: sólo la dosis hace al veneno.”

El amor es una cuestión de fe, ésta es una cuestión de riesgo

Ponemos a prueba lo que amamos. Elimiro.

Uno protege los que ama. Saturnine”.

 

Y en ese rincón entre las dos miradas del amor, dispares, incluso lejanas, ambos se encuentran en un rincón habitado por el color dorado, el mismo que agita las contradicciones de la belga en cada copa de champagne, suerte que invade al resto de sentidos en su enamoramiento bizantino, pura sinestesia.

 

“¿Qué es el color? El color no es el símbolo del placer, es el último placer. Es tan auténtico que en japonés “color” puede ser sinónimo de “amor”.

 

Saturnine cae en su propia trampa, desarmada, descubre ese amor con color propio y líquido, el que inventa para ella, amarillo número 87, el del forro de acetato de la falda que acaricia su piel, regándola de oro como las veladas que alimentan su curiosidad donde los matices del tejido “componen el amarillo asintótico; el color metafísico por excelencia”.

Después de negociar consigo misma su enamoramiento, justifica al que desea no sea un asesino, apenas un tipo excéntrico que acaso ¿guarde un secreto atroz sin ser culpable?

Ser o no culpable.

Ser o no víctima.

Saturnine no es víctima ni culpable.

Elimiro le reconoce que “también se puede amar el mal” y se descubre ante ella, la invita a entrar al cuarto oscuro que revela el último aliento de aquellas que le precedieron, se preguntaron “amor mío ¿cómo puedes no acudir a salvarme?”.

Allí donde sus fantasmas se convirtieron en un muestrario de retratos incompleto, de vestidos y colores, al otro lado de la doble óptica de la Hasselblad que multiplica las miradas de Saturnine, donde ella elige no formar parte del mosaico inacabado de las desaparecidas, muertas por su curiosidad y retratadas para siempre en su falta, en la que se encuentra consigo después de descubrirse poliédrica en las fotografías tomadas por Elimiro:

“¡Qué agradable era no ya ser otra, sino ser cincuenta otras distintas!”

 

Final (sin filtro).

Ser y no ser una y todas, piensa Saturnine, lo anhela con la misma intensidad con la que Elimiro necesita su retrato que complete su colección. Quizás aquello que les unió, fuera lo que los separe.

Dos personajes que avanzan a través de sus anhelos, de sus sombras y también de sus pérdidas.

Y como en el cuento original, Barba Azul tiene que morir. Que nadie acuda al rescate de Saturnine completa la transformación; ella, símbolo de Saturno, planeta de plomo, se salva de quizás también de sí misma hasta convertirse en oro, en el brillo eterno en el instante en el que su némesis expira. Pura alquimia.

Como el poso de una y varias lecturas, donde la metáfora se alimenta a capas en este juego de puertas abiertas y a medio cerrar, que es la in-existencia.

 

70. De la diferencia -a la disidencia-.

Escher

Escher

diferente

Del lat. diffĕrens, -entis.

  1. adj. Diverso, distinto.
  2. adv. De manera diferente.

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

Fui una niña poco convencional.

Disfruté tramando historias, viendo guisar a mi madre y aprendiendo a comer, escuchando las canciones que mi padre elegía para encontrar cuentos ocultos, nunca quise ser princesa, pero sí tener mi castillo. Crecí alimentando mis sueños sin compararlos con los de los demás, tampoco con los de otras niñas.

Fui asimilando lo que no quería ser a la vez que me inventaba una versión un poquito mejor de mí misma, o eso siempre intenté.

Y mientras, en los años 80, se ensayaba una tolerancia quizás idealizada en mi recuerdo, ya saben, a veces la memoria es infiel. Sin embargo, parecía que la libertad de expresión, gustara o no, existía, el humor podía ser lo negro que el cómico quisiera sin necesidad de pedir perdón.

Pero -siempre los hay- hubiera o no tolerancia, en las aulas y los patios de colegio, la realidad era distinta, la mía, al menos.

No, no fue fácil. Claro que no. Ser diferente nunca lo fue. Pero con la distancia y perspectiva que dan los años, es cierto que aquel fue uno de los mejores aprendizajes para lo que puerilmente se llama “edad adulta” sin convertirme en víctima de las circunstancias, porque, parafraseando a Simone de Beauvoir, no se nace víctima, se llega a serlo.

Observo con cierta perplejidad como la vida real sigue siendo un enorme patio de colegio con las inseguridades despiertas, hambrientas y perversas; con la falta de pensamiento crítico, cítrico, que acaba por escocer heridas abiertas, pero tanta incomprensión descubre un camino propio, no todo va a ser presión social, la coherencia es resistencia, lucha e ideología.

e8dbbec3-2dc7-4ff5-8e1a-84b032bb134a

 

Compren diferente, vivan diferente.

Atrévanse a ser diferentes.

¿Piensen diferente?

 

Y entonces, la publicidad, experta en exprimir la polémica y crear contenido, se hizo un hueco para explotar un término que genera más controversia que la piña en la pizza.

¿Cuándo la diferencia se convirtió en mainstream?

¿Acaso existe la diferencia aceptable?

Por mucho que el marketing aproveche lo diferente, vivimos en un mundo de im-pertenencia al grupo, que, desde lo ancestral, tiende a sentirse incómodo ante cuestionamientos ajenos a los suyos.

Pero no todos necesitamos ser manada. Encontramos por el camino con quienes compartir, de quienes aprender, a quienes escuchar. Desde nuestras similitudes, pero también, desde nuestras diferencias.

Las mismas que se construyen desde la mirada, objeto especular que deforma o redibuja la polémica, ahí donde la miopía distorsiona realidades ¿diferente respecto a qué, a quién?

¿Es necesario un posicionamiento constante?

Y así, entre palabras que alimentaran al pensamiento, llegó la disidencia, incluso, en los encuentros y en las diferencias.

 

Espejo mágico (1946), litografía de M. C. Escher

Dedico este texto a compañeras de viaje de estos siete años textiles,  queridas, sabéis quienes sois y que os habéis convertido en amigas.

 

Se dicen muchas cosas…

 

 

68. Ultras -violet-.

2018

ultra

Del lat. ultra.

 

  1. adj. En política, extremista. Apl. a pers., u. t. c. s.
  2. adj. ultraderechista. Apl. a pers., u. t. c. s.
  3. adv. desus. además (‖ para introducir información que se añade).

ultra-

Del lat. ultra-.

  1. elem. compos. Significa ‘más allá de’, ‘al otro lado de’. Ultramar, ultrapuertos.
  2. elem. compos. Significa ‘en grado extremo’. Ultraligero, ultrasensible.

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

Vivimos un presente en el que muchos definirían “ultra” como radical ajeno o contrario a los pensamientos propios. Pasen a las redes y vean: estás conmigo o en mi contra, el pan de cada día.

Sin embargo ¿acaso no estamos en dirección obstinada y contraria a todos en algún aspecto, al menos?

Los grandes conflictos de cada presente lo son por los caldos de cultivo de pasados más o menos lejanos, más o menos pesantes.

 

Y un poco más cerca de lo mundano, asalta Pantone y propone Ultra Violet, color del año 2018, para que cada uno elija su propia aventura, inspirada con los ojos de quien las mira, de quien las inventa.

¿Es acaso un mensaje subliminal?

¿Qué hay detrás de este color?

valensole1

Lavanda de una tarde de verano en la Provenza con los abejorros torpones chocándose contra turistas aromáticos; capirotes de un paso de Semana Santa abarrotada, sea en silencio o a lágrima viva; comentarios ácidos, anti flemáticos de la prima Violet de Downton Abbey (permítanme la licencia de una británica gran ficción) y cómo no, el color emblema del feminismo, cuya reivindicación nace quizás de varias historias; la primera y obvia es la fusión de los dos colores asociados a los géneros: el azul y el rosa como símbolo de equidad e igualdad de oportunidades.

 

 

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

Éste fue uno de los colores adoptados por la lucha sufragista británica en 1908 junto con el verde y el blanco. Las banderas tricolores se convirtieron en símbolo de movimientos de liberación a raíz de la Revolución francesa, y se eligieron porque según las palabras de la activista Emmeline Pethick «El violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, simboliza su conciencia de la libertad y la dignidad. El blanco simboliza la honradez en la vida privada y en la vida política. Y el verde simboliza la esperanza en un nuevo comienzo«.

 

 

Amén que estuvieran en los guardarropas femeninos y fueran cotidianos e identificativos, descartando el rojo porque así eran las banderas de las mujeres de la Internacional.

En esa misma época, las empleadas de una fábrica de confección neoyorquina hicieron huelga por las nefastas condiciones laborales que soportaban, y el dueño la sofocó encendiendo la mecha, literalmente, dejándolas encerradas dentro.

Se quemó a más de 100 trabajadoras.

Se dice que el -ultra- violeta se convirtió en símbolo porque cuentan que era el color de los tejidos con los que estaban trabajando y del humo que salió de aquel incendio.

 

¿Quizás quiere Pantone que aprendamos a mirar con rayos ultra violeta?

Que miremos con las gafas de la desigualdad, de los menosprecios, de los abusos, porque no olvidemos, que ya no es sólo una cuestión de género, sino de derechos humanos, aprovechando que este año 2018 se cumple el 70 aniversario de la declaración de los mismos.

Sirva de homenaje a Virginia Woolf, la escritora violeta que hoy hubiera cumplido años, una mujer que se atrevió a mirar y a tener voz más allá de los muros que encontró, a sumar pensamientos y palabras como las que abren este año ultra violet;

no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.

BSO. Start Wearing Purple, de Gogol Bordello.

 

 

 

66. Shine on… Brilli, brilli.

glitter 1

humor

Del lat. humor, -ōris ‘líquido’, ‘humor del cuerpo humano’.

  1. m. Genio, índole, condición, especialmente cuando se manifiesta exteriormente.
  2. m. Jovialidad, agudeza. Hombre de humor.
  3. m. Disposición en que alguien se halla para hacer algo.
  4. m. Buena disposición para hacer algo. ¡Qué humor tiene!
  5. m. humorismo (‖ modo de presentar la realidad).
  6. m. Cada uno de los líquidos de un organismo vivo.
  7. m. Psicol. Estado afectivo que se mantiene por algún tiempo.

buen humor

  1. m. Propensión más o menos duradera a mostrarse alegre y complaciente.

humor negro

  1. m. Humorismo que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas.

mal humor

Tb. malhumor.

sentido del humor

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

En los albores del año, permítanme la pedantería, me enfundé en lentejuelas y en un abrigo Yeti, peludo y azul. Meses después me supe cosiéndome unas plumas al bajo de una camiseta…

Sí, yo, que nunca he sido de llamar la atención, y menos en lo que a prendas se refiere.

¿Qué estaba pasando?

Pensé, apenas unos segundos, que era el efecto de una infancia en los años ochenta, del volátil peludo, el monstruo de las galletas y Papageno (juzguen lo que quieran, cada uno tiene los héroes que tiene).

Sin embargo, supe que la verdadera razón no era otra que el poso del humor que dejó aquella historia que convertí en ¿ficción? entonces recién terminada; con la que aprendí a reírme -incluso y sobre todo- de mí y de tantos momentos de pequeñas tragedias sin importancia que quedaron en aquellas páginas.

 

 

 

 

 

Que volvieran las oscuras golondrinas a nuestros balcones sus nidos a colgar sólo era cuestión de tiempo, el mismo en el que se digirieron y dirigieron tendencias que desayunamos como en la infancia devoraba galletas, y entonces, una noche triste de enero surgió la magia y ¡sorpresa! llegaron a mi armario y a mi vida unos leggins de terciopelo. Los mismos que cada día que visten mis piernas me recuerdan ese viaje inesperado que reconvertir. Y lo consigo, al final del día, me río de miedos que ya no están, que brillaron como un glitter ahora descolorido mientras me cosía las plumas me recordaron cómo volar lejos del glam que no viví. Sino el que me inventé.

Como todos, al fin y al cabo.

 

 

 

Y mientras, disfruto de lentejuelas diurnas y tardes de Yeti, de meriendas de terciopelo, de amaneceres emplumados y prejuicios relajados, siendo ésa mujer que fui, la niña que soñé, del derecho y Del revés (libro que, por cierto, cumple 4 años).

Come on! Shine on… BRILLI, BRILLI!

 

 

Y así, adivinen qué tendencia visto mientras escribo -y suscribo- de este otoño atonal, seco y musical, lleno de pájaros en la cabeza y hambre de recuerdos ‘aliñaos’ en este 22 de noviembre.

 

59. Tocada y fuga.

 

Foto-Chema-Madoz

Fotografía de Chema Madoz.

tocar1

De la onomat. toc.

  1. tr. Ejercitar el sentido del tacto.
  2. tr. Llegar a algo con la mano, sin asirlo.
  3. tr. Hacer sonar según arte cualquier instrumento.
  4. tr. Interpretar una pieza musical.

 

tocado2, da

Del part. de tocar1.

  1. adj. Dicho de la fruta: Que ha empezado a dañarse.
  2. adj. coloq. Medio loco, algo perturbado.
  3. adj. Dep. Afectado por alguna indisposición o lesión.

 

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

A mi madre.

Porque me enseñó del tacto y a volar.

 

Cuentan que en Abril llovía.

Que hace años robaron las nubes y que las escondieron en el almacén de los libros rechazados, allí donde nadie miraba, junto a un campo de cultivo, lugar del olvido.

Sin embargo, apenas pareció importar: los días de sol llenaban las calles mientras se perdió la lluvia y nadie la encontró.

Abril sonrojada y tocada como fruta madura, se vistió de lilas, se perfumó de anhelo y de tanto soñar las nubes, las dibujó en el aire tejiendo historias de cúmulos y estratos.

Lejos quedaban: el olor de la lluvia y arrumacos con el repiqueteo en el cristal.

Los días de sol pasaban y se olvidaban tempestades, aguas que regaban primaveras y jazmines que ya no daban flores. Así como se abandonaron jardines, se borraron noches húmedas de inspiración y nostalgias; los poetas se alzaron con versos volátiles que fueron fértiles en otro tiempo. Así como músicos que antes sembraron melodías, se dedicaron al cultivo de secano del manzano.

Y el viento soplaba sin que nadie se tocara siquiera con la mirada en fuga -en mi bemol- mientras otros tocaban a Bach derretido como mantequilla caliente en cada atardecer.

Cuentan que hubo un océano capaz de poner el mundo del revés por recuperar a la luna, pero pasaron primaveras, veranos, otoños e inviernos y nadie volvió a saber de las nubes encadenadas que buscaban ventanas, que soñaban distancias eléctricas.

Y fuera, al otro lado del encierro, regaban un enorme campo blanco de algodón que flotaba con la ligereza que perdieron las nubes.

Cuentan que aquel fue el mejor algodón que nunca existió fruto de aquellos días despejados, de nubes cautivas.

Tanto fue así que se dijo que secuestraron a las nubes para que el algodón tuviera con qué jugar, así como tiempo después las vacas beberían cerveza mientras escuchaban a Mozart.

Fuera cierto o no, las máquinas no paraban de hilar kilómetros y kilómetros del mejor algodón habido y por haber hasta que se enredó una nube juguetona en la trama.

chema-madoz-31

Fotografía de Chema Madoz

Aquella osada se atrevió a colarse por la jaula y las demás la siguieron rompiendo su cautiverio y enredándose en aquella historia.

Cuentan que se ventilaron primaveras aquel atardecer de tormenta mientras otros, altos y bajos, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos vistieron suaves nubes que, a ratos, asaltaron los cielos, volátiles peludas, trenzadas, tejidas, entramadas, hiladas, tocadas por tormentas que desordenaban historias en fuga.

 

 

51. Tutú: de posibles a improbables.

degas 2

 

Tutú. Del fr. tutu.

  1. m. Falda corta de varias capas y mucho vuelo, usada por las bailarinas de danza clásica.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

 

Y así, de posibles e improbables se dice que se llenarán las calles.

Antes que se amontonen tutús de tules y faldas plisadas en los rincones y los veamos convertidos en mainstream, la desolación de Degas se anticipa a destiempo para hacer del regreso a la realidad, puro impresionismo y del otoño, un intento de magia que construir más allá de la primera impresión y de la ilusión resuelta.

Pasarelas que adelantaban la tendencia por Christopher Kane, Loewe, Gucci  OI 2015

Pasarelas que adelantaban la tendencia por Christopher Kane, Loewe, Gucci OI 2015

 

Desfile de Carolina Herrera Verano 2016.

Y así, como ocurren las sorpresas, una mañana de falda fantástica me preguntaron si yo era un hada. Sí señores.

  • ¿Y sabes qué hacen las hadas? – Respondí sin desmentir ni confirmar.
  • Conceden deseos. – Dijo.
  • Pues ponte a desear mucho, muy fuerte, para que no se pierdan.
  • ¿Y qué pasa si no tengo deseos? – Preguntó de nuevo.
  • Que no podrán volar y se secarán.

Entonces sonrió, y quizás sabiéndose un poquito mágica, se dio la vuelta y se fue soplando como hacen las hadas, para volar de deseo en deseo.

Aquel rastro recordó la importancia de un buen hábito, como el de bailarinas y hadas que dejan los poderes al descubierto, para una vuelta al cole menos grave y llena de música.

 

A mi tía Rosa por su cumpleaños y por poner siempre melodías y respuesta a mis palabras.