100. Ciento -y volando-.

Aleksandr Rodchenko Escalera de incendio -1925- y Escaleras -1929-.

Cien. Apóc. de ciento.

1. adj. Diez veces diez. Cien doblones. Cien años. U. t. c. pron. —¿Cuántos alumnos tiene? —Cien.

2. adj. ponder. Expresa una cantidad indeterminada. Te lo he dicho cien veces.

3. m. Número natural que sigue al noventa y nueve. El cien es su número favorito.

4. m. Conjunto de signos con que se representa el número cien.

a cien

1. loc. adv. coloq. En o con un alto grado de excitación. Poner a cien. Ir a cien.

cien por cien

1. loc. adv. En su totalidad, del principio al fin.

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Cien jacas caracolean.

Sus jinetes están muertos. 1

Cien veces yo te he visto echar semillas en la tierra

-negro sin tierra-. 2

de la luz de cien incendios pavorosos,

de cien soles fulgurantes… 3

Cuando armó las cien manos belicosas,

Tifeo con cien montes, insolente, 4

cien veces me ofreciste tu sombra en el verano;

cien veces tu perfume fue a visitar mi casa, 5

he navegado en cien mares,

y atracado en cien riberas. 6

Cien cabezas humanas

tintadas de rojo, anillaron el fuego. 7

tiene otros cien mil dentro del pecho

que alternan su dolor por su garganta; 8

Palacio de oro y oro donde habita una maga

que ha dormido cien años por maldición aciaga. 9

¿Qué pensarán de mi sombrero,

en cien años más, los polacos? 10

Ciento -y volando- los versos que se escapan con el viento, con el tiempo, el que arruga las costuras, que las desenreda. Y se llenan de ausencias. Las que no se nombran. Las que no tienen voz. Se la zurcieron a la sombra de su sombra, con verbo debido.  Remendaron los jirones en los que se convirtieron los trapos que desvisten. De arriba abajo y viceversa. Ya no eran más que eso, trapos; ni cubrían ni escondían las miserias. Quedaban al aire, como heridas abiertas.

Fueron tantos días como puntadas, y como puntadas, textos. Se engancharon en cada palabra muda, en cada verso escondido. Muchos murieron de tanto silencio. Otros, empujaban fuerte por salir. Sí, una vez más se bordaban como quien sutura una vieja herida.

Ella llevaba muchas a sus espaldas, propias y ajenas. No sabía si fueron cien, más o menos. No las contó. ¿Para qué? Pensó. Quizás tuviera razón.

Las soltaba como un náufrago lanzaba mensajes en botellas de ron vacías. Con la misma ilusión y esperanza. Escribió un anhelo que no conocía. Con hambre atrasada. Con la que zurcía harapos que otros hacían prenda y bandera. Ésas que se deshicieron cuando faltó el futuro. Se fueron volando como las promesas rotas que nunca existieron. Más de cien mentiras, pensó. Aquellas que seguían alimentándose de ausencia, como cien sonetos pasados por agua. Empapados. Arrugando las costuras que negaron tantas veces su nombre. Y el suyo. Y el de ella. Todas. Y ninguna.

Día de las Escritoras. Por todas. Por sus nombres y sus voces.

Cien textos Entramados.

¿Adivinan qué falta?

1 Poema «Muerte de la petenera» de Federico García Lorca.

2 Poema «negro sin nada en tu casa» de Manuel del Cabral.

3 Poema «Vade Retro» de Pedro Bonifacio Palacios.

4 Poema «parnaso español 23» de Francisco de Quevedo.

5 Poema «el árbol viejo» de José Ángel Buesa.

6 Poema «He andado muchos caminos» de Antonio Machado.

7 Poema «Camp-fire» de Alfonsina Storni.

8 Poema «Con diferencia tal, con gracia tanta» de Góngora.

9 Poema «El sueño» de Alfonsina Storni.

10 Poema «qué pensarán de mi sombrero» de Pablo Neruda.

Exacto, más de ellas.

Aleksandr Rodchenko almuerzo en la cafetería de la fábrica -1931-.

BSO. Peaky Blinders.

76. Revival.

 

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Revivir.

Del lat. revivĕre.

 

  1. intr. resucitar (‖ volver a la vida).
  2. intr. Dicho de quien parecía muerto: Volver en sí.
  3. intr. Dicho de una cosa: Renovarse o reproducirse. Revivió la discordia.
  4. tr. Evocar, recordar. Revivió los días de su infancia.

 

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Dícese de aquello que se creía muerto y enterrado.

¿Se convierte así la moda en un fantasma?

Quizás, quizás, quizás.

Al menos, como poco, en la no muerta, ni viva, sino a veces, todo lo contrario y viceversa.

En lo que la inspiración impone y las musas se trabajan, se reviven accesorios extintos en lo que se dio por llamar buen gusto, para regresar caiga quien caiga.

Estamos ante un nuevo ciclo de revivals.

Ya fue el momento de las mallas, leotardos, fuseaux transformados en leggins.

Fueron las hombreras, los colores flúor, los cardados y las riñoneras el leitmotiv de mi infancia. Fuimos muchos los que crecimos en los años ochenta que tantos parecen añorar, ¡ay, qué dulce y peligrosa es la nostalgia que difumina tantas verdades!

 

Cuentan que a veces se diluyen los malos recuerdos, que incluso se borran. Hay quienes creen que sólo se valora lo que se ha perdido. Tremendo. ¿Será consecuencia de delegar las elecciones? ¿De no aceptar y luchar en las realidades, quizás?

A veces hay fantasmas que arañan el presente hasta que se aceptan que formaron parte de un pasado, quizás sean aquellos los que no nos nieguen el reflejo del espejo, quienes formen parte de una memoria subjetiva y coherente.

Ser consecuente es delicado, sin duda.

Serlo cuando existen subjetivivades en juego, aún más.

Pero ¿no es justo la integridad decirse la verdad a uno mismo y la honestidad al resto?

Asumamos que las decisiones pueden no ser las correctas, pero son las nuestras.

Las de elegir una riñonera -ojo, Fanny pack o belt bag acabaremos por llamarlas en el sector que respira snobismo, ya lo estamos viendo y viviendo-, incluso las de equivocarnos descartando que las diademas de la infancia, las anchas de terciopelo, las intermedias con púas como dientes, las finitas que apretaban la sien o peor aún, que las pinzas para el pelo, que tantas veces imaginé con voraces dentaduras, ahora descubro cuyo nombre también parece un recuerdo de la época, pinzas piraña, tan cómodas para el hogar, sean Street style, o lo que es lo mismo, estilo callejero.

 

Sin anhelos reprimidos, entra en escena uno de mis peores enemigos textiles de la infancia: el buzo, digo verdugo, porque no somos, ni pretendemos, Audrey Hepburn, aunque se añore su clase, su elegancia y su humor en nuestros modelitos invernales, o al menos, otoñales, que parecen ansiosos de salir, por fin, de nuestros armarios, vestidores o guardarropas.

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Recuerdo aquella prenda con el sudor de la respiración, que no siempre era lo nasal que debía, gracias a las vegetaciones que patrocinaban los muchos resfriados de mi infancia, y el picor de una lana que estaba muy lejos de tener la suavidad del cashmere.

Era final de los años ochenta, principios de los noventa.

Lo que entonces ocurrió, allí quedó, con unas libertades hoy diluidas, con un humor tan negro como los ilimitados signos de la censura permitían, y, sin embargo, despiertan a la bestia estilística de entonces, las hombreras me permitan, para emularse cual espíritu de un recuerdo, la sombra del guardarropa que fue.

¿Será el verdugo el indispendable -o must– de la temporada?

Cuyo nombre irreverente, fue antifaz del pseudo héroe de a pie que hoy se convierte en fetiche aspiracional. Así funcionan las modas y los fantasmas. Dicen que las pasarelas se han vuelto políticas cuando las calles se llevan de medios de comunicación.

Sálvese quien pueda, decían.

¿Qué será lo próximo?

¿Agentes textiles en patinete?

Todo se andará, y sino, “se hace camino al andar”.

 

Pd. Perdonénme este delirio transversal, a veces se necesita vaciar la mente, dejarse llevar por el tac tac de las palabras diseccionadas sobre el teclado después de días de cambios.

Y así, rodada de tanto revival, me recuerdo -Amanda, la calle mojada, en una infancia y una adolescencia que me trajeron hasta aquí.

Hasta el Día de las escritoras 2018.

Hasta Joan Báez.

Disfruten del otoño, de la lluvia y ¿por qué no? de la nostalgia, que con moderación, sabe dulce.