Somos viaje. Y también, venimos de un viajante. Uno que a veces me gusta imaginar con sombrero y bastón. Con sus gafas y su bigote. Uno que hubiera disfrutado de las nuevas tecnologías. Así es, hoy estamos donde estamos porque muchos años atrás, hubo un viajante que se dedicó al textil en la familia. Pero no sólo.
También sembró parte de quienes fuimos, de quienes somos. Entre bocado y bocado o con el recuerdo de las dos gardenias. Se escribieron cartas desde la distancia que hoy nos habita, cartas que imagino con letra pulcra, papel amarillento. Y mientras, los tejidos pesaban en maletas sin ruedas. Aquellas olvidadas que anunciaban despedidas. Viajes en carreteras secundarias. Y la lluvia, y la nieve: el frío.
Las ausencias escribieron muchas biografías de viajantes, aquellos que regresaban con recuerdos de sus viajes que, una y otra vez, emprendían. Los que no anticiparon el presente.
A veces me pregunto ¿cuánto dura la extinción de un oficio?
Ser efímero no sólo se combate a mordiscos, también queda la música, respuestas urgentes, modelajes. ¿Acaso existe el tiempo?
El tiempo de cerezas pasó y con él, se anudaron utopías.
Hoy son cargamento pesado. Como los afectos, como los recuerdos.
En memoria de mi abuelo, viajante y bon vivant en el día de la música.
BSO. Oscar Peterson. The Bach Suite. Allegro/ Andante/ Bach’s Blues.
Ojalá nos rompiéramos como las olas, deshechos en espuma.
Pero lo cierto es que solemos rompernos en una ciénaga. La misma que muchos habitan.
Convirtiendo en recuerdos lugares que sobreviven pero apenas existen como los descubrimos. Así como se cierran puertas para no regresarlas, se construyen nuevos caminos.
Se desgarra la lana vieja, se rasga la seda más delicada, se mueren las gardenias y se desangran las modas como se zurcieron mensajes en las costuras.
La realidad tiene mucho de ruptura, con el pasado, dicen, con la clase establecida, tal vez. Así, de vuelta y media, el feísmo se sube a sus plataformas, dentro y fuera de las pasarelas y se deja el pelo sucio -sí, como lo leen- para reafirmarse.
Quizás, como paradojas hay muchas, sea la exhibición de la imperfección, no de su arreglo, ni de remiendos que caen en el olvido; tal vez, metáfora de convivencia con la desidia haciendo jirones ideologías, o incluso la burla del sistema de quienes consumen, consumen y consumen hasta que quemen los bolsillos que se sean lo único que no se rompa ni deshaga en las tendencias.
¿Todo llegará?
OI 2018-2019 de Gucci
Michael Kors sostiene que el estilo es lo contrario a la moda: “no tiene que ver con el vestir, es el reflejo de cómo piensas y cómo vives”.
Entonces ¿quiénes son aquellos que alimentan dicho feísmo?
¿Acaso el mal gusto nace como reacción al gusto de lo que se ha llamado históricamente clase dominante?
En el fondo, esta ruptura me lleva irremediablemente a preguntarme ¿qué es la belleza? ¿responde ese instinto de degradarla al mismo rincón del inconsciente en el que un adolescente busca “matar al padre”?
Umberto Eco en Historia de la fealdad suscribe que lo feo no es el infierno de lo bello. Ambos pertenecen a distintos registros estéticos, construcciones sociales y culturales que varían según el entorno y sus circunstancias. Ahora que vivimos inmersos en la constante exhibición de cada entorno, a través del espejo, que diría Lewis Carroll, nos asomamos a un abismo inesperado que convive con una realidad que poco tiene que ver con los cánones clásicos de belleza, seguramente.
Y así ocurre, que el feísmo no sólo estético, se instala en nuestra mirada, en nuestra realidad. Se expone aquello roto sin intención ni intento de arreglo, incluso como triunfo del que enorgullecerse.
Oscar Wilde definía a la moda como una forma de fealdad tan intolerable que se debe alterar cada seis meses, y así lo confirma el propio Demna Gvasalia “Mi ropa es fea, por eso gusta tanto», comentaba orgulloso.
Este año la estructura de unos tejanos, por llamarlos de algún modo, se venden por 140€ en Carmar. Leo con asombro artículos en los que se preguntan si alguien se pondría algo roto cuando llevamos años viendo cómo el desgastado y las roturas alcanzan lo que para muchos, quizás en otra época, serían las más altas cotas de la miseria.
Pienso en quienes fueron sastres o costureras, en los milagros que hacían con zurcidos y costuras impecables para alargar a base de remiendos las vidas de prendas ajadas, incluso en la lucha contra polillas irreverentes (que parecen haberse dado un festín con dichos tejanos).
Pero no puedo evitar sonreír al imaginarme a un Banksy del textil detrás de esta gamberrada, a falta de performance, ya saben, que los convierta en El traje nuevo del emperador versión 2018.
¿Qué pensarían si regresaran y vieran el espectáculo en el que se ha convertido el oficio?
Prendas que ahora viven en esta vorágine de vida líquida, tan efímero como amores sin lucha que se deshacen sin la belleza de la espuma de las olas, donde habitar, a veces en los márgenes, donde el brillo no consiste en el efecto sorpresa, sino en el estilo del que hablaba Michael Kors, ahí donde una lentejuela a plena luz del día ilumine más que todas las noches de fiesta empapadas en feísmo, ahí donde se romperse en espuma.
Hoy una recomendación y un recuerdo.
La primera es contra el feísmo que nos rodea, alimentando una belleza natural, sostenible y respetuosa con los animales y el planeta. http://naib.es/
(Podría decir que siento cierta nostalgia del poso que los gnomos dejaron).
22 de noviembre es y será una fecha de un pasado que nos trajo hasta aquí.
Hubiera sido el cumpleaños del Botella original en el mundo del textil al que tanto mi padre como yo le debemos un oficio. Dos gardenias para él.