Sin embargo, resuena una pregunta ¿cuándo volveremos a vivir?
Ser moderadamente infeliz y otras formas de supervivencia. Desde hace tiempo, quien más, quien menos, dejamos pasar las horas, aprendiendo a sobrevivir en cierta soledad, distancia mediante. A estas alturas ya sabemos quiénes sí y quiénes no. También que el encuentro con el otro es más frágil de lo que hubiéramos querido.
La vida no era esto.
Sabíamos vivir bien. A pesar de las trampas y los disgustos, de los errores y los engaños. Ahí estábamos, tomando decisiones. Porque elegir también era vivir. O viceversa.
¿Cuándo los extremos se hicieron más lejanos?
Vivir como si no hubiera mañana, o sacrificar vida por responsabilidad. Los sacrificios también pesan. La imaginación va haciéndose pequeña, tomando la forma de las cuatro paredes que nos habitan. ¿O era al revés?
Diez años ya.
No hubiera podido imaginar hace un año que estaríamos así, sin poder celebrar los años de oficio textil de cerca. Todo tan lejos y con un paisaje herido.
Los lugares a los que regresar se siguen acumulando.
Me falta París como nunca. Como no imaginé que lo añoraría tanto sólo un año después. Porque no era sólo un lugar al que regresar, París siempre fue mucho más. Lo sigue siendo.
París volverá a anticipar la primavera y a colorear los otoños. Y mientras, podemos seguir soñando, imaginando sus rincones y escribiendo todas las historias que, quizás, podamos acabar rozando algún día.
La escritura cárcel arranca. Es la vida que dejamos en suspenso mientras seguimos arañándole días al calendario.
BSO. All the world is green. Versión Birds on a wire.
Después de meses de circunstancias excepcionales -de excepción, por supuesto- ¿seguimos siendo los mismos? ¿Necesitando lo mismo?
Hagamos repaso.
De marzo a noviembre. ¿Hemos perdido algo por el camino? ¿Y ganado?
¿En qué medida se valoran?
Ahora sabemos que esto durará más de lo que imaginábamos entonces. Que habrá que tomar aire y seguir respirando en esta carrera de fondo. Que seguirá habiendo malos momentos, otros peores y esperemos que sean los menos, pero serán. Que algunos abrazos se están haciendo de rogar demasiado y que se nos empieza a hacer muy larga esta película distópica. Pero, después de todo ¿seguiremos creyendo en las utopías?
Las utopías pueden ser esas necesidades secundarias por las que seguir luchando, ésas que seguir deseando sin que las pequeñas derrotas cotidianas nos hagan rendirnos.
Porque ahí, ahí es donde la curiosidad, la imaginación y el pensamiento soplan más y más fuerte. Alimentados por la cultura; la música, la literatura… y también por el silencio. O al menos, la ausencia de ruido.
Porque igual que la sociedad se empeña en normalizarlo todo, menos estar rota. Eso no significa que no se trabaje en mejorar, pero tampoco estigmatizar sentirse mal. Y no, que no signifique instalarse en el sufrimiento, sólo admitir que podemos rompernos. Nos falta aprendizaje oriental. Desde el Wabi-sabi; entender y aceptar la imperfección, hasta el Kintsugi; hacer de las grietas, belleza, o el arte de reparar heridas. Que esa transformación, alimente. Porque en esta vorágine de cambios, de normalidades diversas, de necesidades básicas cubiertas ¿dónde quedan las emocionales?
Kintsugi
El ser humano puede ser tremendamente previsible, pero también, dejar de serlo. Ni todos somos iguales, ni mucho menos las circunstancias son y se manejan de forma similar.
Lo que para un vecino puede ser y verse de un modo, no para quien viva pared con pared. Ni todos los refugios se pagan ni se compran. Mucho menos se entienden, a la vista está.
El calor humano es, por supuesto, una necesidad. Quizás no del modo gregario que se nos presupone, tal vez lo sea de un modo más profundo y comprometido. El mismo que puede convertir el mundo en hostil por el esfuerzo que muchas veces se acentúa con relaciones superficiales que también se han evidenciado estos meses.
Lástima no equivocarnos. Porque no, esto no nos hizo mejores como colectivo. Incluso, en ocasiones diría que lo contrario, evidenció más egoísmos y menos conciencia. Se pensó mucho en lo global y poco, muy poco, en los sujetos. En los individuos. En los solitarios. Aquellos que, fuera del consumo, parecían no interesar. Nada nuevo. Seguiremos sin ser un pack familiar de supermercado. Y se seguirá señalando lo que se sale de lo establecido. Y no porque no tengamos necesidades en lo social, simplemente, porque son distintas. Sin embargo, no queda lejos tampoco la decepción: descubrir que quienes no esperamos, forman parte de ese colectivo que cree que las normas y restricciones son para otros. No nos engañemos, la responsabilidad y la coherencia, siguen siendo valores caros para quienes viven barato.
No, la gente no acepta que, uno tenga su propia fe.
Y así seguimos, cher Brassens.
BSO. Ombra mai fu (nunca fue una sombra). Händel. Andreas Scholl.
Cada 22 de noviembre es un texto homenaje, al día de la música y al abuelo.