60. Entre algodones.

Fotografía de Chema Madoz

Fotografía de Chema Madoz

Algodón. Del ár. hisp. alquṭún, y este del ár. clás. quṭn.

  1. m. Planta vivaz de la familia de las malváceas, con tallos verdes al principio y rojos al tiempo de florecer, hojas alternas casi acorazonadas y de cinco lóbulos, flores amarillas con manchas encarnadas, y cuyo fruto es una cápsula que contiene de 15 a 20 semillas, envueltas en una borra muy larga y blanca, que se desenrolla y sale al abrirse la cápsula.
  2. m. Borra blanca que envuelve las semillas del algodón.
  3. m. Borra del algodón, limpia y esterilizada, presentada en el comercio de formas distintas, como franjas, bolas, etc., para diversos usos.
  4. m. Hilado o tejido hecho de borra de algodón.

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  1. loc. adv. Con cuidado y delicadeza.

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Adivina adivinanza que hasta los campos de algodón tienen pasado.

Un pasado nada ligero como podríamos creer en el que ni griegos ni árabes contaron con él hasta que en la época de Alejandro Magno, Megástanes, coetáneo del primero, observó “árboles en los que crecía lana”.

La creencia popular se alimentó de dichas similitudes y a finales de la Edad Media, el libro de viajes de Juan de Mandeville cebó la creencia ya que en la India crecía un árbol maravilloso que, decían, criaba pequeños corderos en el extremo de sus ramas.

Y de la planta de ovejas, de la que el algodón recibió su nombre en algunas lenguas como en alemán: Baumwolle, (Baum: árbol y Wolle: lana) tuvo que esperar hasta la industrialización británica a partir del siglo XVIII en la que se apodó a Manchester como Cottonpolis debido a la importancia de su industria algodonera a nivel mundial.

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La materia prima india comenzó a tener competencia con las plantaciones estadounidenses, cuya relevancia estaba sustentada por el ahorro de la mano de obra esclava y la mejor calidad de la materia prima.

Así, el cultivo del algodón esclavo enriqueció a Estados Unidos convirtiéndose a mediados del siglo XIX en la base de la economía del sur y desarrolló la labor de comerciantes del norte por la industria de los transportes.

Hasta 1865 no llegó la total y relativa emancipación de los esclavos estadounidenses, que hicieron prosperar “entre algodones” al país de la libertad.

 

If you miss me in the cotton fields

You can’t find me nowhere

Come on over to the courthouse

I’ll be voting right there.

Pete Seeger, If you miss me.

 

Y de aquel pasado cercano, ese que no es estudia ni reivindica, el de un apartheid donde los odios siguen vivos, ése, convive con un presente bio, orgánico y sostenible con demasiado silencio, demasiadas canciones y olvido entre ambos.

Hoy que las plantaciones algodoneras de Estados Unidos están obligadas a respetar el National Organic Program (NOP) que define las prácticas permitidas para su gestión así como no usar plantas modificadas o transgénicas ni químicos sintéticos para mejorar la biodiversidad.

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Hoy que las histerias hacen de nuestros oficios, nidos de microbios sostenibles en este mundo donde ni las camisetas nacen de los árboles ni los derechos crecen de la tierra, haya que seguir reivindicando crean o no, que vivimos entre algodones.

 

34. Hipsteria. (Mi padre es un hipster)

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Histeria.

(Del fr. hystérie, y este del gr. ὑστέρα, matriz, víscera de la pelvis).

  1. f. Med. Enfermedad nerviosa, crónica, más frecuente en la mujer que en el hombre, caracterizada por gran variedad de síntomas, principalmente funcionales, y a veces por ataques convulsivos.
  2. f. Estado pasajero de excitación nerviosa producido a consecuencia de una situación anómala.

~ colectiva.

  1. f. Comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación.

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(Aviso a navegantes, el uso y abuso del siguiente texto puede provocar convulsiones petulantes, así como un extra de pedantería garantizada).

 

La RAE rasga en el origen etimológico del término griego hyaterá, que significa matriz, de ahí que se creyera que fuera una enfermedad de mujeres, como expone nuestro glorioso diccionario mencionando la frecuencia, no sin ingenuidad, y por tanto retrotrayéndose al “Útero ardiente” tratado mediante masajes manuales genitales hasta llegar al clímax. Y de ahí, la sanación. Paradójico.

La realidad de los síntomas unisex -reversibles- es el padecimiento de enfermedades sin problemas físicos, tales como trastornos motores, sensitivos y sensoriales, resultantes de un conflicto psicológico, convirtiendo a la matriz, primer hogar, en lugar común de los delirios transeúntes, transparentes. Donde nacen las pasiones; los encuentros y los desencuentros; donde cae el pudor para gozar en un paraíso convulso. Es justo ahí, pequeño rincón irracional, donde las modas se exprimen y regurgitan cual caldo de cultivo, para hacer del ser, el estar, postureo alimentado de síntomas oscilantes, cual identidad metonímica; si la barba -elemento irrenunciable de la moda anti-moda- hace al hipster;

¿de dónde viene el nuevo hombre del siglo XXI?

Del jazz.

Durante los años 30, “Hep” definía a músicos y público afines al estilo “Hot jazz” (existe cierta polémica acerca del interés del Swing, practicado mayoritariamente por blancos), que acabaron siendo llamados Hepcats, y durante la siguiente década, se remplazó por Hipsters, hacia el “Bebop”.

La primera vez que se definió el término Hipster fue en 1944 como «personas que gustan del hot jazz» en un pequeño glosario For Characters Who Don’t Dig Jive Talk (jive se refiere a la jerga de los músicos de jazz) con el álbum Boogie Woogie in Blue del pianista Harry Gibson, conocido como “Harry the Hipster”.

Más tarde, la cultura que los envolvía, creó contravalores propios fundamentados en el ‘carpe diem’; en disfrutar de la vida, incluso de cierto individualismo, sin embargo, controvertido. Y después, doble salto mortal para llegar al presente. De cómo la anti- moda, lo anti- convencional se convierte en comercial, haciendo de la hipsteria casi una marca de este siglo; puro planteamiento estético, lejos de su origen.

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¿Y no es acaso la moda fruto de cierta histeria?

Estado pasajero de excitación nerviosa producido a consecuencia de una situación anómala.

~ colectiva.

  1. f. Comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación.”

Después: ¿Qué queda de la identidad?

A continuación repunta la esencia de quienes son, a pesar de la moda, del tiempo, de la tecnología y del Banco Central Europeo; la identidad histórica (algo así como la memoria aniquilada de los vencidos) sigue generando estados de histerias colectivas en las altas esferas.

Pero volvamos a lo cotidiano.

Mi padre es un hipster.

Sí, no se asusten. Porque igual que es cierto que no todos saben ser mainstream con soltura, él luce sus barbas -actualmente más recortadas- desde hace varias décadas, sabiendo mantenerla siempre a su lado, algo así como “érase un hombre a una barba pegado” (pido el indulto a Quevedo por versionarlo, pero “no podía evitarlo”).

Mi señor padre no se debe al ser melenudo que fue –que aún es- rodeado de estofados barbudos, al más puro “lobo de mar Style”; excitación de quién descubre la pólvora.

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Sin embargo, además del look, también comparten espacios de esa identidad masiva que puebla grupúsculos al más trendy estilo de pertenencia. Algo así como laberintos habitados de significados controvertidos.

Pero ¿qué más hay en la historia histérica de las barbas?

Símbolo de ideologías de izquierda en la Europa del siglo XX, también tiene su contrapartida en Estados Unidos pre Guerra Civil en zonas rurales, evidencia de la represión a negocios de barberías entonces habitualmente regentadas por afroamericanos. Así pues, las barbas del hombre blanco se fundamentaron en un boicot de segregación racial, en detrimento de su influencia social, económica y política, hasta que en 1850, la gran parte de las barberías acabaron en manos del hombre blanco.

Actualmente barberos ojipláticos descubren el significado de lo vintage mientras afilan cuchillas a modo ligero, Buñuel y Chaplin nos perdonen.

Retomemos a mi padre, que diría al otro lado del diván…

Lleva gafas de pasta azul, a juego con la mayoría de sus camisas, porque la coquetería es tan hipster que a veces no se aguanta ni ella, pobrecita, histérica…

También toma café y lee el periódico. El de papel.

Aficionado a música desconocida por muchos, o conocida por quienes podrían llamarla “viejuna”. Incluso a veces usa palabras que otros no entienden, del inglés.

Y como por la boca muere el pez, está contra los gourmets, pero es un señor de morro fino,que mientras se pase la hispteria, tendrá que seguir bregando cada sábado por la mañana rodeado de de la versión moderna de sí mismo 30 años atrás (como podéis descubrir en la última imagen *).

Pd. Veremos si el Bitter se convierte en el nuevo Vermú, que a su vez fue el nuevo Gin Tonic-Premium-. Al tiempo…

Dedicado a Arturito y a Juan Claudio Cifuentes “Cifu” para los amigos. Los fines de semana no serán lo mismo sin “A todo jazz”.

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* Versión de Arturo 30 años atrás.