Sin embargo, resuena una pregunta ¿cuándo volveremos a vivir?
Ser moderadamente infeliz y otras formas de supervivencia. Desde hace tiempo, quien más, quien menos, dejamos pasar las horas, aprendiendo a sobrevivir en cierta soledad, distancia mediante. A estas alturas ya sabemos quiénes sí y quiénes no. También que el encuentro con el otro es más frágil de lo que hubiéramos querido.
La vida no era esto.
Sabíamos vivir bien. A pesar de las trampas y los disgustos, de los errores y los engaños. Ahí estábamos, tomando decisiones. Porque elegir también era vivir. O viceversa.
¿Cuándo los extremos se hicieron más lejanos?
Vivir como si no hubiera mañana, o sacrificar vida por responsabilidad. Los sacrificios también pesan. La imaginación va haciéndose pequeña, tomando la forma de las cuatro paredes que nos habitan. ¿O era al revés?
Diez años ya.
No hubiera podido imaginar hace un año que estaríamos así, sin poder celebrar los años de oficio textil de cerca. Todo tan lejos y con un paisaje herido.
Los lugares a los que regresar se siguen acumulando.
Me falta París como nunca. Como no imaginé que lo añoraría tanto sólo un año después. Porque no era sólo un lugar al que regresar, París siempre fue mucho más. Lo sigue siendo.
París volverá a anticipar la primavera y a colorear los otoños. Y mientras, podemos seguir soñando, imaginando sus rincones y escribiendo todas las historias que, quizás, podamos acabar rozando algún día.
La escritura cárcel arranca. Es la vida que dejamos en suspenso mientras seguimos arañándole días al calendario.
BSO. All the world is green. Versión Birds on a wire.
Después de meses de circunstancias excepcionales -de excepción, por supuesto- ¿seguimos siendo los mismos? ¿Necesitando lo mismo?
Hagamos repaso.
De marzo a noviembre. ¿Hemos perdido algo por el camino? ¿Y ganado?
¿En qué medida se valoran?
Ahora sabemos que esto durará más de lo que imaginábamos entonces. Que habrá que tomar aire y seguir respirando en esta carrera de fondo. Que seguirá habiendo malos momentos, otros peores y esperemos que sean los menos, pero serán. Que algunos abrazos se están haciendo de rogar demasiado y que se nos empieza a hacer muy larga esta película distópica. Pero, después de todo ¿seguiremos creyendo en las utopías?
Las utopías pueden ser esas necesidades secundarias por las que seguir luchando, ésas que seguir deseando sin que las pequeñas derrotas cotidianas nos hagan rendirnos.
Porque ahí, ahí es donde la curiosidad, la imaginación y el pensamiento soplan más y más fuerte. Alimentados por la cultura; la música, la literatura… y también por el silencio. O al menos, la ausencia de ruido.
Porque igual que la sociedad se empeña en normalizarlo todo, menos estar rota. Eso no significa que no se trabaje en mejorar, pero tampoco estigmatizar sentirse mal. Y no, que no signifique instalarse en el sufrimiento, sólo admitir que podemos rompernos. Nos falta aprendizaje oriental. Desde el Wabi-sabi; entender y aceptar la imperfección, hasta el Kintsugi; hacer de las grietas, belleza, o el arte de reparar heridas. Que esa transformación, alimente. Porque en esta vorágine de cambios, de normalidades diversas, de necesidades básicas cubiertas ¿dónde quedan las emocionales?
Kintsugi
El ser humano puede ser tremendamente previsible, pero también, dejar de serlo. Ni todos somos iguales, ni mucho menos las circunstancias son y se manejan de forma similar.
Lo que para un vecino puede ser y verse de un modo, no para quien viva pared con pared. Ni todos los refugios se pagan ni se compran. Mucho menos se entienden, a la vista está.
El calor humano es, por supuesto, una necesidad. Quizás no del modo gregario que se nos presupone, tal vez lo sea de un modo más profundo y comprometido. El mismo que puede convertir el mundo en hostil por el esfuerzo que muchas veces se acentúa con relaciones superficiales que también se han evidenciado estos meses.
Lástima no equivocarnos. Porque no, esto no nos hizo mejores como colectivo. Incluso, en ocasiones diría que lo contrario, evidenció más egoísmos y menos conciencia. Se pensó mucho en lo global y poco, muy poco, en los sujetos. En los individuos. En los solitarios. Aquellos que, fuera del consumo, parecían no interesar. Nada nuevo. Seguiremos sin ser un pack familiar de supermercado. Y se seguirá señalando lo que se sale de lo establecido. Y no porque no tengamos necesidades en lo social, simplemente, porque son distintas. Sin embargo, no queda lejos tampoco la decepción: descubrir que quienes no esperamos, forman parte de ese colectivo que cree que las normas y restricciones son para otros. No nos engañemos, la responsabilidad y la coherencia, siguen siendo valores caros para quienes viven barato.
No, la gente no acepta que, uno tenga su propia fe.
Y así seguimos, cher Brassens.
BSO. Ombra mai fu (nunca fue una sombra). Händel. Andreas Scholl.
Cada 22 de noviembre es un texto homenaje, al día de la música y al abuelo.
adj. Que se puede sostener. Opinión, situación sostenible.
adj. Especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente. Desarrollo, economía sostenible.
“Sostiene Pereira que lo conoció un día de verano*”.
Sostiene, incluso, que así comenzó un gran idilio textil, uno del que cuanto más sabía, más gustaba.
Sostiene que, como ocurre en la ficción, los amores textiles también se pueden convertir en textuales.
Y así, como suceden los flechazos, nació el amor por el Tencel, a través de un tacto ciego.
Llegó para anidar en mi armario…
Pero empecemos por el principio; TENCEL® es una marca registrada desarrollada por Lenzing cuya fibra procede de la pulpa de eucaliptos que crecen en granjas sostenibles certificadas por el Forest Stewardship Council (FSC) y la fibra lleva el sello de calidad Pan-European Forest Council (PEFC). Lyocell es su nombre genérico, que puede ser sostenible pero no está garantizado.
Por tanto, es una fibra regenerada por la mano del hombre, pero no es sintético ni se usan químicos ni solventes tóxicos para su producción, sino orgánicos que después son o pueden ser reciclados. Además, se la considera una fibra de celulosa de alta tenacidad, es decir, de gran resistencia y biodegradable.
¡Cuántas maravillas! Pero, ¿dónde está la pega pensarán nuestras mentes ensombrecidas?
Pues aún hay más beneficios de su uso:
El tejido absorbe y regula la humedad. 50% más que el algodón y que la lana.
Resistente a los olores. Previene el crecimiento bacteriano a través del manejo de la humedad de la fibra, y por tanto libre de olores, lo que significa menos lavados -a mano o a máquina en frío- y ahorro en agua y energía, evitando además el desgaste en dicho proceso.
Hipoalergénico. No es probable que este material cause una reacción alérgica. También es antiestático y antiadherente.
Cuestiones sostenibles respecto a otras fibras regeneradas:
Cultivo sostenible: Obtenido de árboles de eucalipto cultivados en granjas, sin manipulación genética, riego o pesticidas.
Químicos no tóxicos: Los químicos empleados para su producción no son tóxicos, evitando la contaminación de emisiones de aire y agua, así como el uso de agentes catalíticos ni lejía para su elaboración.
Sistema de circuito cerrado: El tratamiento de la pulpa de madera usada para producir la fibra de Tencel (junto con Cupro y Modal), es decir, los productos químicos empleados pueden extraerse posteriormente y el 99% del agua y el solvente se reutilizan, mejorando la preservación de dicho recurso.
Mientras, hay muchos mundos textiles, los que sostienen teorías insospechadas, insostenibles como replicantes desintonizados y aquellos que convierten nuestros armarios en lugares mejores que habitar, respetando bosques y convirtiendo la causa textil en reivindicación desde ambos lados de la barricada, porque así debe hacerse, como responsabilidad común y compartida para que no quede todo en señales SOS de humo dispersas.
Special thanks to Gülipek, one textile company which do their best for a better world, company which develops new fabrics with sustainable fibres, company which I’m proud to work with. http://www.gulipek.com.tr/
Sostiene P. que los recursos no se agoten de puro cansancio…
*Comienzo de Sostiene Pereira, novela de Antonio Tabucchi.
Tampoco son los padres, por mucho que no sean ni frío ni calor (no es el caso).
¿Qué fue del otoño?
Octubre era de color ocre y brillante, como la pana que vestía en mi primer día de colegio en septiembre cuando ya refrescaba, con la humedad de las primeras lluvias que anticipaban un cambio.
Entonces, hubo una época en la que todo parecía posible, en la que la pana se convirtió en símbolo.
Hoy sin embargo, afloran las nostalgias, no porque el pasado fuera mejor, sino porque la lluvia limpiaba los atardeceres naranjas, porque aún no pesaba la añoranza de los otoños y las primaveras que se fueron haciendo pequeñitos, casi invisibles como el tiempo robado.
Crecí vestida con pantalones de pana mientras los otoños rojos habitaban los bosques y el recuerdo.
Allí donde la pana era campo abonado de los gnomos, del que crecerían charcos que mojarían los bajos de los pantalones y salpicarían las botas de agua.
Allí donde aprendimos de la espera, de la ansiedad, del frío, del calor.
Ahora que vuelve el tejido de mi infancia, llega cual intrusa al sur de los Pirineos, aquí donde no llueve, estado de alarmante ausencia, el otoño se refugia a cubierto de miradas polémicas donde muchos, incautos, no lo extrañan, mientras se vuelve rojo de vergüenza, quemado y asaltado con la impunidad que dan las sombras, encubiertas.
Y así, la pana se convierte en pena, perdida en este texto roto con el deseo que no asesinen ni un trozo más de nuestra tierra, que no se convierta en memoria seca, que no calcinen ni un solo recuerdo más como el de tantas escritoras a las que les negaron su voz, bosques y palabras sean y son patrimonio de todos que nos queman, porque son, un lugar donde quedarse, donde pensar.
Que llueva, tiene -mucho- que llover…
Hoy día de las escritoras, este texto es para Galicia, Asturias, Portugal; con todo mi cariño.
A veces la realidad -laboral- pesa como maletas llenas de piedras; se dejan caer los párpados, pesados como juicios, como quien se salva inmóvil al borde del camino, quiere con desgana* en una verdad rocosa en este mundo de contradicciones volátiles lejos de las palabras de Benedetti.
Pesan prejuicios que acumulan polvo y crecen telarañas: la profesionalidad no tiene género, edad ni parentesco.
Se cantan muestrarios, se apuntan comentarios y se escuchan improperios a la voz del “¿te enteras, guapa?” cuyo decorado preconstitucional alimenta el silencio cual cri cri de los grillos.
Pesan realidades que confrontan mi ingenua creencia infantil: que la igualdad existe, es un cuento. Aún hay que reivindicarla, aunque moleste: a muchas se nos exige demostrar -incluso trabajar- más que a los compañeros, a quienes aún en muchos casos, se les presupone más. La innegable brecha salarial en la que nosotras cobramos en España un 14.9% (y 17% en la Unión Europea según Eurostat) menos que nuestros colegas que firman como un señor por la misma actividad, y en muchos casos el constante intento de silenciar nuestro trabajo, de sometimiento, de arañar a la mínima la comisión. Sí señores, esto ocurre, Europa, año 2017. No, no son casos tan aislados.
¿Qué ocurre cuando no quieres dominar ni ser dominada?
Entonces, en ese rincón improbable, casi invisible, se revuelve la supervivencia que para muchos se hace molesta.
No debería pesar el respeto ni la educación aunque vivamos en pieles y miradas distintas.
Agradezco que mis padres me lo enseñaran y me dieran las herramientas para no convertirme en una mujer presa, ni fácil, ni presa de mí misma.
Aprendí que también pesa tener voz, ser incómoda, cuestionada.
No soy ni seré el reflejo de nadie, lo que se espere de mí, porque en la espera, desesperen, se rompan o no verdades absolutas, certezas intocables.
No soy ni seré ni más ni menos mujer por elegir arreglarme o por no hacerlo, por querer verme guapa, o por engordar un par de kilos y no volverme loca, por elegir qué ropa ponerme y cuál descartar, no me justificaré ante quienes digan que ése es el marketing del patriarcado.
No soy ni quiero ser esa mujer, ni cliché, ni objeto, ni dominante, ni dominada.
No soy lo que me convierta la mirada de otro, ni dejaré de ser porque no me sigan mirando.
Pesan los odios que calcifican en el hueso durante siglos de reflejos distorsionados, espejos velados, miradas rotas.
Pesan más que el baúl de la Piquer.
Tanto que al final se desenfoca y se convierten elecciones en polémica fácil como ha sido el caso de la controvertida camiseta de Inditex de “Everybody should be feminist” (piensan que el señor Amancio Ortega quiere enriquecerse -más- con la lucha feminista). Sí señores, se acusa de cómplices e hipócritas a quienes la tienen y la visten en formar parte del patriarcado más capitalista.
Confieso públicamente: la tengo. Y no, no me arrepiento, no me avergüenzo, ni me siento cómplice. Cuando supe de la existencia de la camiseta original de la casa Dior -porque el mundo textil, lo crean o no, ni empieza ni acaba en Inditex, hay mucho trabajo previo y posterior- sentí esa tímida fascinación que se experimenta cuando las altas esferas aportan visibilidad a un movimiento social. Serán criticados, sin duda, pero considero que el gesto, aunque se desvirtúe, vale.
Y ocurrió lo esperado, se hicieron eco y tomaron el testigo del mensaje, porque este trabajo es así: reinterpretación.
Pesan los ataques siempre, pero con cuestiones tan subjetivas como el mundo simbólico, con camiseta o sin ella, más.
No dejo de imaginar lo culpables que se sienten en el colectivo LGTBIQ, fustigándose incluso, por haber enriquecido quizás al heteropatriarcado que ha hecho negocio vendiendo banderitas por la semana del orgullo mundial estos días en Madrid. ¡Ah, no! Que eso sí era visibilizar…
En resumen, me sumo a las palabras de Emma Watson que también ha sido atacada por unas recientes fotografías en las que se intuía su pecho para Vanity Fair:
«El feminismo va sobre dar poder de elección a las mujeres. El feminismo no es un palo con el que golpear a otra mujer. Es libertad, liberación, igualdad. De verdad que no entiendo qué tienen que ver mis pechos con esto. Es muy confuso.”
¿Por qué pesa tanto el odio?
Engulle todo lo que no entiende, lo que no comprende y no acepta.
Pesan los discursos sin respeto, aquellos que nacen con “tienes que” seguramente no tengan buen final, ni siquiera merezca escribirlo, porque a fin de cuentas, tengamos sin pretensión, mala reputación.
Algodón. Del ár. hisp. alquṭún, y este del ár. clás. quṭn.
m. Planta vivaz de la familia de las malváceas, con tallos verdes al principio y rojos al tiempo de florecer, hojas alternas casi acorazonadas y de cinco lóbulos, flores amarillas con manchas encarnadas, y cuyo fruto es una cápsula que contiene de 15 a 20 semillas, envueltas en una borra muy larga y blanca, que se desenrolla y sale al abrirse la cápsula.
m. Borra blanca que envuelve las semillas del algodón.
m. Borra del algodón, limpia y esterilizada, presentada en el comercio de formas distintas, como franjas, bolas, etc., para diversos usos.
Adivina adivinanza que hasta los campos de algodón tienen pasado.
Un pasado nada ligero como podríamos creer en el que ni griegos ni árabes contaron con él hasta que en la época de Alejandro Magno, Megástanes, coetáneo del primero, observó “árboles en los que crecía lana”.
La creencia popular se alimentó de dichas similitudes y a finales de la Edad Media, el libro de viajes de Juan de Mandeville cebó la creencia ya que en la India crecía un árbol maravilloso que, decían, criaba pequeños corderos en el extremo de sus ramas.
Y de la planta de ovejas, de la que el algodón recibió su nombre en algunas lenguas como en alemán: Baumwolle, (Baum: árbol y Wolle: lana) tuvo que esperar hasta la industrialización británica a partir del siglo XVIII en la que se apodó a Manchester como Cottonpolis debido a la importancia de su industria algodonera a nivel mundial.
La materia prima india comenzó a tener competencia con las plantaciones estadounidenses, cuya relevancia estaba sustentada por el ahorro de la mano de obra esclava y la mejor calidad de la materia prima.
Así, el cultivo del algodón esclavo enriqueció a Estados Unidos convirtiéndose a mediados del siglo XIX en la base de la economía del sur y desarrolló la labor de comerciantes del norte por la industria de los transportes.
Hasta 1865 no llegó la total y relativa emancipación de los esclavos estadounidenses, que hicieron prosperar “entre algodones” al país de la libertad.
If you miss me in the cotton fields
You can’t find me nowhere
Come on over to the courthouse
I’ll be voting right there.
Pete Seeger, If you miss me.
Y de aquel pasado cercano, ese que no es estudia ni reivindica, el de un apartheid donde los odios siguen vivos, ése, convive con un presente bio, orgánico y sostenible con demasiado silencio, demasiadas canciones y olvido entre ambos.
Hoy que las plantaciones algodoneras de Estados Unidos están obligadas a respetar el National Organic Program (NOP) que define las prácticas permitidas para su gestión así como no usar plantas modificadas o transgénicas ni químicos sintéticos para mejorar la biodiversidad.
Hoy que las histerias hacen de nuestros oficios, nidos de microbios sostenibles en este mundo donde ni las camisetas nacen de los árboles ni los derechos crecen de la tierra, haya que seguir reivindicando crean o no, que vivimos entre algodones.
(la revolución Chanel, o el derecho de lo efímero).
dama
Del fr. dame, y este del lat. domĭna.
f. Mujer noble o distinguida.
f. Mujer, señora, en tratamiento de respeto. Servir primero a las damas.
f. irón. concubina.
f. poét. Mujer galanteada o amada por un hombre.
f. pl. Juego que se ejecuta en un tablero de 64 escaques, con dos conjuntos de fichas distinguidos por el color.
dama de noche. f. Planta de la familia de las solanáceas, de flores blancas, muy olorosas durante la noche.
dama secreta. f. p. us. En el juego de damas, autorización que se concede al otro jugador para que convierta en dama uno de sus peones cuando lo crea conveniente.
primera dama. f. En algunos países, esposa del presidente de la nación.
Érase una vez una mujer que convirtió, puntada a puntada, un improbable en revolución.
La pequeña Gabrielle Chanel, quedó huérfana de madre a los seis años por una tuberculosis. Su padre, vendedor ambulante, de quien recibió el nombre Coco que después el cabaret consagraría -o tal vez viceversa-, la envió a un hospicio, donde aprendió el que sería su oficio; la costura.
Mademoiselle Chanel fue una mujer valiente no por querer lo que nadie se imaginaba, sino por llevarlo a cabo.
Empezó por la cabeza, sombrerera visionaria, se cortó el pelo y los bajos de los vestidos y no necesariamente en ese orden, y como a tantas otras mujeres libres, se le acusó de orgullosa.
Lo que para muchos fue falta de clase y dinero, ella lo tradujo en sencillez, en estilo, y así fue generando el germen de su lucha, de las claves del armario de la mujer de hoy: la comodidad.
Y puntada a puntada, se consagró confirmó sus palabras:
«Para ser irremplazable, uno debe buscar siempre ser diferente.»
Y diferente fue todo lo que sus manos tocaron, el derecho de ser distinta, encabezaría el decálogo Chanel.
Cambio de silueta y figura. Cansada arrastrar vestidos por suelos, adoquinados o no, y de la rigidez de corsés, frufrús… los arrancó y no dejó ni las plumas, recortó las faldas mostrando los tobillos hasta llegar a las rodillas, largo que se convirtió en emblema de la casa. Mademoiselle declaró en 1968 que las rodillas le parecían la parte más fea del cuerpo y no le parecía necesario descubrirlas.
Afición por lo masculino y la funcionalidad. Así fue como creó el estilo deportivo o sportswear, con claras influencias del ropero deportivo masculino al cuerpo de la mujer. También incluyó prendas de punto y las emblemáticas camisetas marineras
Pantalones. Durante su convivencia con Étienne Balsan, heredero textil francés con quien se aficionó a la equitación, comenzó a usar su guardarropa saltándose convencionalismos y omitiendo juicios a su femineidad. Los pantalones se convirtieron gracias a Chanel en el gran básico de hoy.
Chaquetas. De nuevo, reinventó una prenda del vestuario masculino para adaptarla a su obsesión: la libertad de movimiento de la mujer. Así nació la chaqueta de líneas rectas, hacia el minimalismo que la convirtieron en el clásico que es. Su estructura se ha reinterpretado en la maison a lo largo de los años sin renunciar a su perfecta caída gracias a una cadenita que rematan el dobladillo en el interior.
El traje sastre de tweed. El origen de este emblemático dos piezas también debe su origen al ropero masculino, el de Boy Capel y del duque de Westminster. Chanel se inspiró en su sencillez y la elegancia británicas.
Bolso 2.55. El bolso emblemático de la maison nació para liberar las manos de la mujer frente a los bolsos de mano, incluyó una cadena para colgarlo del hombro el mes de febrero de 1955, de ahí su nombre.
La bisutería. Quizá quede para siempre en el imaginario la imagen de Chanel engalanada con sus collares de perlas, lo que no muchos saben es que muchas eran falsas, y así convirtió en aceptable que se luciera bisutería para y sugirió la máxima que para estar elegante no hace falta ser rica.
«No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase.»
«Viste vulgar y solo verán el vestido. Viste elegante y verán a la mujer.»
Binomio blanco y negro. Gabrielle Chanel imaginó sus diseños en sus colores básicos, beige, rojo y por supuesto el binomio blanco y negro, juntos y por separado. El blanco porque al captar la luz realza la belleza y sencillez natural, que combinó con el negro, porque uno no existe sin el otro, así como la noche y el día. El negro resalta lo esencial e hizo de él, el color de la elegancia en 1926 gracias a le petit robe noir hasta entonces vinculado a lo monacal, el servicio doméstico y el luto, y de su estilo bicolor nacieron los zapatos míticos de Chanel.
Petite robe noir. De las versiones (dan para otro texto entramado) que cuentan cómo nació el pequeño vestido negro -hasta la rodilla-, destaca la aportación de Chanel en convertirlo en clásico tanto para el día como para la noche, haciendo de su elegancia uno de los básicos más reinterpretados actualmente.
Camelia. Que la joven Chanel se prendara de La dama de las camelias de A. Dumas (hijo) no fue sino, otra bonita casualidad más que la convirtió en leyenda, así como dicha flor se convirtió en símbolo de refinamiento, habitual en las solapas de dandies. También la tomó prestada de la moda masculina adaptándola a los adornos y a detalles con diversos materiales como el tweed, piel, fieltro, tul, satén, plumas y organza. Flor de aroma sutil para que cada mujer elija su perfume, su esencia.
La llamaron rebelde, yo la pienso revolucionaria, valiente de no perderse entre tanto ruido, cuya aspiración era la radicalidad -que dirían hoy algunos- de dar libertad a la mujer, que se sintiera cómoda en su propia piel, sin convertirnos en musas intocables, sino abrir caminos, posibles e improbables, hacer que la mujer no existiera, sino como decía Lacan, fuéramos una por una.
Chanel fue una mujer que se atrevió a soñar, que quiso trabajar para ganar su libertad, no como esposa, no ser una más, no ser la expectativa de nada ni de nadie y así, diseñó su vida, con la osadía del deseo escrito en su piel.
Logró recomponerse una y tantas veces después de romper las costuras de convencionalismos y de revolucionar no sólo la moda, sino el estilo, que como ella dijo, permanece.
Cuentan que al morir pronunció sus últimas palabras “y así se muere” lo que no sabemos es si con su socarrona sonrisa también pensó “y así se vive, como un soplo efímero”.
Para todas las mujeres que no se conforman con ser musas intocables, para aquellas que día a día luchan para seguir emborrachándose de primavera.
Para quienes a veces dentro y fuera del oficio sienten cierta soledad, pero no se rinden, enormes diseñadoras que hacéis magia.
Y así como caen las hojas de este otoño que se ha hecho de rogar, habrá quienes elijan, una vez más, ser tan fashion a-trayendo a un intento de presente de mujeres relativamente libres lo que el steampunk* ya adelantaba; sobrevolándonos como anécdota que recuperara al fantasma del corsé, envuelto en ese halo deseable que generan las tendencias, signifiquen lo que signifiquen.
Acúsenme de simbólica, a cada cual lo que es, sin duda, pero en esa pequeña lista imaginaria que guardamos en nuestros silencios, algunos forman parte de los que aceptamos y los que descartamos. Porque ¿acaso no vivimos rodeados de todos ellos?
Por supuesto que admitimos ciertos cánones que implican vivir en sociedad, que según la mirada de cada sujeto serán más o menos oportunos. Pues dejándonos caer un poquito en esa pedantería irresistible de quienes compartimos ideas soterradas en la palabra escrita, me resulta inseparable el corsé con su interpretación simbólica, que según la RAE es literalmente “constricción impuesta a una forma de actuar”. Pura metonimia de la opresión -femenina- por no detallar uno a uno los perjuicios para la salud, que hace casi un siglo Gabrielle Chanel, una de las pioneras que ayudaron a desterrarlo.
Y sin embargo, toma fuerza de la mano de Miuccia Prada (“icono feminista” leo con sorpresa) y Balmain entre otros, que juegan con la dualidad siempre jugosa y polémica de lo oculto y lo visible, alejándolo de la lencería, y dibujando un panorama que la sociedad actual asume; hacer público lo íntimo sin concesiones a lo simbólico, porque no nos engañemos, acostumbrados como estamos a integrar violencia y sexo en el día a día, el corsé se convierte en uno de esos objetos de deseo más, perversidad de fetiche mass media: que después de desarrollar el lado oscuro de lo que fue algo más que un complemento, rematan el artículo con: “Añádelo sin miedo a tus estilismos y combínalo también con vestidos y abrigos a modo de cinturón…” (Revista Glamour).
Prada OI 17
Prada OI 17
Balmain OI 17
Loewe OI 17
Quizás ahí radique la diferencia con la soga al cuello de David Delfín que desató la polémica hace unos años, que aquélla quedara relegada en anécdota, por lo extremo de la propuesta que ninguna revista alentó a incluir a los estilismos cotidianos y se terminó por asimilar como crítica y sin embargo, se acepte y estimule a incluir el corsé en los outfits (sí, amigos, llevaba tiempo queriendo pecar de snob usando esta palabra en detrimento al mundano término de conjunto) ajenos a las pasarelas o escenarios, porque sí, ahí tenemos otra cuestión relevante; el contexto, que genera diversas realidades donde las ficciones se asumen de maneras distintas al día a día.
Efectivamente, cualquier objeto es susceptible de convertirse en simbólico sea lo aséptico que sea, o lo cargado que esté de contenido, de significados de opresión, de liberación y de identidad. Porque en definitiva ¿nos afectan de igual modo todos los símbolos?
Reincido en la idea que todo depende de la mirada del otro, pues sean corsés, velos, sostenes, bikinis, burkinis, tacones (oh, sí, tortura cotidiana asumida por la estética que sin embargo también tiene su lado poderoso), mochilas del pequeño pony… ejemplos hay miles como las correspondientes reacciones ante los mismos, y éstas mueven al mundo en varias direcciones, porque en realidad, la cuestión es siempre la misma, cómo se acepta o no aquello que no se entiende, y cómo a pesar de ello se defienda la libertad de lo que no se comparte, porque quizás en el fondo, la cuestión no es el hecho en sí de lo que se vista, sino los motivos que impulsan dicha decisión, porque ¿acaso no son las elecciones parte de esa identidad que nos define?
Habrá quien rechace lo que para otro sea sorprendentemente sexy, o para quienes sea completamente indiferente, amistadespeligrosas con las que convivimos a diario, aunque no siempre con la responsabilidad, coherencia e información anhelada, pero al menos, espero que sabiendo dónde estamos y quiénes somos, porque eso, lo siento, pero no podemos (ni debemos) evitarlo.
*Steampunk: o retrofuturismo es un género estético y de la ciencia-ficción que rescata las visiones de futuro generadas en el pasado, es decir, la visión por lo menos descrita en escritos, ilustraciones y otras formas de expresión.
Feliz y reivindicativo día de las escritoras, hoy 17 de octubre.