78. Identidades.

los amantes, R. Magritte

identidad

Del lat. tardío identĭtas, -ātis, y este der. del lat. idem ‘el mismo’, ‘lo mismo’.

 

  1. f. Cualidad de idéntico.
  2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.
  3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás.
  4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.
  5. f. Mat. Igualdad algebraica que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables.

 

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Identidades hay muchas.

Las que existen a pesar de las miradas del otro, o precisamente por ellas.

Las sinceras, las controvertidas y las incompletas.

Sin embargo, vivimos en una realidad que parece necesitarlas completas, cuando quizás, sólo sean síntomas de grietas ajenas.

Los puzzles van creciendo y desarrollándose con los años. El espacio vacío sigue generando inquietud a pesar de sus múltiples posibilidades.

Ser o no completa, quizás tenga poco que ver con la plenitud personal.

No somos completos o incompletos en función del otro, sino de la percepción que nuestros huecos enredan, de lo que nuestros velos ocultan, de cómo los vacíos alimentan o no, supongo.

Somos, pero también podemos no ser simultáneamente.

Ser doctor Jekyll y Mr. Hyde, y viceversa.

Nunca supe cuál era cuál en su juego de espejos, quizás porque formaban parte de un todo, fueran completos o no por sí mismos.

Lo mismo me ocurrió durante un tiempo con la trama y la urdimbre. Y con las contradicciones amarradas a las hilaturas, comencé a desentramar los silencios, aquellos vacíos que formaban parte también de mi identidad.

De mi nombre.

El que reivindiqué durante años de trabajo.

Qué ingenuo y qué duro. Qué simple y qué complicado.

Ser quien una es, no por hija, ni pareja, no por género, ni por edad.

¿Por qué la historia nos robó tantos nombres propios? ¿Por qué el presente aún lo hace?

Quizás tenemos pocas cosas más que una voz y un nombre, hay reivindicaciones que ojalá no fueran necesarias ni actuales. Pero lo son.

Del mismo modo que ser y estar incompleta me ayudó a crecer, a aprender, y a sobreponerme.

Del mismo modo que hay identidades que llevan siglos determinándose y diluyéndose en lo relativo a la pertenencia al grupo que tanto parece fascinar. Como sus estilismos, como sus voces, como sus maneras de ser y de mirar, tan completas, incluso hay plenitudes que poco tienen que ver con ellas.

Hay lugar para todo, para todos.

Para identidades múltiples, incluso para aquellas des-generadas.

En ese lugar, a veces invisible, se encuentran aliados.

Las palabras siempre lo fueron, a un lado y al otro del textil, de tantos cabos sueltos, de tantas muestras sin acabar, de tramas posibles e improbables, de costuras por rematar.

Gracias a ellas, aprendí del oficio, pero también crecimos como las plantas salvajes, entre rocas, tejimos una red que fue nuestra, como suceden las estaciones y caen las temporadas.

Cerramos puertas y abrimos ventanas en este año 2018, el del color ultra violet, de las tardes lavanda, las mañanas reivindicativas y las identidades lluviosas.

Gracias a todos los que me acompañasteis hasta aquí, en este año convulso, lleno de cambios y sorpresas.

Gracias a todos y en particular a Arturo, por enseñar, pero también por dejarnos aprender juntos el uno del otro, sin perdernos, sin olvidar nuestra voz, nuestra identidad, aunque nos costara.

 

42. Des- etiquetables.

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etiqueta

Del fr. étiquette.

  1. f. marbete (‖ etiqueta que se adhiere a algún objeto).
  2. f. Pieza de papel, cartón u otro material semejante, generalmente rectangular, que se coloca en un objeto o en una mercancía para identificación, valoración, clasificación, etc.
  3. f. Calificación estereotipada y simplificadora.

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  1. loc. adj. Propio de actos solemnes, según un determinado protocolo.
  2. loc. adj. Dicho de un traje masculino: Requerido para actos solemnes. U. t. c. loc. adv. Vestía de etiqueta.

 

Acudir a un acto “de etiqueta”, disfrutar del sabor “black label” o conocer indicaciones de lavado, de origen, de composición, hacen de una etiqueta, quizás, una suerte de protocolo -en una prenda- aceptado a modo de guía, para mantenerla en las mejores condiciones durante más tiempo, asumiendo la responsabilidad de conocer los términos expuestos del contrato; así como en una librería reconocemos las categorías de género, autor etc, por pura cuestión práctica, pero realmente ¿somos o nos dejamos ser etiquetables en la vida real?

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Quizás se busque nuestra constante elección para sabernos situados, y tenernos bien clasificaditos para vendernos seguridad en esa suerte de orientación catalogada tan deliciosamente obsesiva.

Lavable o No lavable.

Soltera o Casada.

Heterosexual u Homosexual.

Norte o Sur.

Amigo o Enemigo.

A favor o En contra.

Omitiendo así la posibilidad de “ser o no ser” simultáneamente (que Shakespeare y sus admiradores me perdonen).

De cómo nos asaltan trending topics -o tema de tendencia- como si fueran hongos con almohadilla (#), flores de un día, que se mustian al consumirse en horas, mientras se deja de lado a esas queridas palabras cotidianas, que día a día, construyen nuestras realidades en silencio. Así empecé a etiquetarlas en modo aleatorio, como ejercicio de amor, pero no nos desviemos; ¿ser o no ser etiquetable? ¿Acaso no es esa jugosa contradicción la que cambia el rumbo?

Ese rincón mudito y palpitante que nos desbarata la jungla interior haciendo que todas las etiquetas que nos hicieron creer, incluso tatuado sobre la piel, caigan con la llegada del otoño, en este mundo que se dobla, se desdobla para ser uno y mil, desafiándose cada mañana, sin olvidar que el miedo es la marca más rentable de quienes organizan guerras; no dejemos que nos impongan odios, que lo que nos una, tenga o no tenga nombre, sea más fuerte que lo que nos separe.