Revivir.
Del lat. revivĕre.
- intr. resucitar (‖ volver a la vida).
- intr. Dicho de quien parecía muerto: Volver en sí.
- intr. Dicho de una cosa: Renovarse o reproducirse. Revivió la discordia.
- tr. Evocar, recordar. Revivió los días de su infancia.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Dícese de aquello que se creía muerto y enterrado.
¿Se convierte así la moda en un fantasma?
Quizás, quizás, quizás.
Al menos, como poco, en la no muerta, ni viva, sino a veces, todo lo contrario y viceversa.
En lo que la inspiración impone y las musas se trabajan, se reviven accesorios extintos en lo que se dio por llamar buen gusto, para regresar caiga quien caiga.
Estamos ante un nuevo ciclo de revivals.
Ya fue el momento de las mallas, leotardos, fuseaux transformados en leggins.
Fueron las hombreras, los colores flúor, los cardados y las riñoneras el leitmotiv de mi infancia. Fuimos muchos los que crecimos en los años ochenta que tantos parecen añorar, ¡ay, qué dulce y peligrosa es la nostalgia que difumina tantas verdades!
Cuentan que a veces se diluyen los malos recuerdos, que incluso se borran. Hay quienes creen que sólo se valora lo que se ha perdido. Tremendo. ¿Será consecuencia de delegar las elecciones? ¿De no aceptar y luchar en las realidades, quizás?
A veces hay fantasmas que arañan el presente hasta que se aceptan que formaron parte de un pasado, quizás sean aquellos los que no nos nieguen el reflejo del espejo, quienes formen parte de una memoria subjetiva y coherente.
Ser consecuente es delicado, sin duda.
Serlo cuando existen subjetivivades en juego, aún más.
Pero ¿no es justo la integridad decirse la verdad a uno mismo y la honestidad al resto?
Asumamos que las decisiones pueden no ser las correctas, pero son las nuestras.
Las de elegir una riñonera -ojo, Fanny pack o belt bag acabaremos por llamarlas en el sector que respira snobismo, ya lo estamos viendo y viviendo-, incluso las de equivocarnos descartando que las diademas de la infancia, las anchas de terciopelo, las intermedias con púas como dientes, las finitas que apretaban la sien o peor aún, que las pinzas para el pelo, que tantas veces imaginé con voraces dentaduras, ahora descubro cuyo nombre también parece un recuerdo de la época, pinzas piraña, tan cómodas para el hogar, sean Street style, o lo que es lo mismo, estilo callejero.
Sin anhelos reprimidos, entra en escena uno de mis peores enemigos textiles de la infancia: el buzo, digo verdugo, porque no somos, ni pretendemos, Audrey Hepburn, aunque se añore su clase, su elegancia y su humor en nuestros modelitos invernales, o al menos, otoñales, que parecen ansiosos de salir, por fin, de nuestros armarios, vestidores o guardarropas.
Recuerdo aquella prenda con el sudor de la respiración, que no siempre era lo nasal que debía, gracias a las vegetaciones que patrocinaban los muchos resfriados de mi infancia, y el picor de una lana que estaba muy lejos de tener la suavidad del cashmere.
Era final de los años ochenta, principios de los noventa.
Lo que entonces ocurrió, allí quedó, con unas libertades hoy diluidas, con un humor tan negro como los ilimitados signos de la censura permitían, y, sin embargo, despiertan a la bestia estilística de entonces, las hombreras me permitan, para emularse cual espíritu de un recuerdo, la sombra del guardarropa que fue.
¿Será el verdugo el indispendable -o must– de la temporada?
Cuyo nombre irreverente, fue antifaz del pseudo héroe de a pie que hoy se convierte en fetiche aspiracional. Así funcionan las modas y los fantasmas. Dicen que las pasarelas se han vuelto políticas cuando las calles se llevan de medios de comunicación.
Sálvese quien pueda, decían.
¿Qué será lo próximo?
¿Agentes textiles en patinete?
Todo se andará, y sino, “se hace camino al andar”.
Pd. Perdonénme este delirio transversal, a veces se necesita vaciar la mente, dejarse llevar por el tac tac de las palabras diseccionadas sobre el teclado después de días de cambios.
Y así, rodada de tanto revival, me recuerdo -Amanda, la calle mojada, en una infancia y una adolescencia que me trajeron hasta aquí.
Hasta el Día de las escritoras 2018.
Hasta Joan Báez.
Disfruten del otoño, de la lluvia y ¿por qué no? de la nostalgia, que con moderación, sabe dulce.